El «Caso Savater»

Jose Cancio

OPINIÓN

El filósofo Fernando Savater. Foto de archivo
El filósofo Fernando Savater. Foto de archivo Marta Fernández | Europa Press

23 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Encima de la mesa me espera la Carne gobernada de Savater que, según parece, ha sido el desencadenante definitivo de su cese abrupto en El País. El libro me lo regaló mi hermana, igual de asturiana que yo, igual de asturianos los dos que la suculenta carne gobernada tan difícil de comer hoy en día por lo lento de su elaboración. 

Junto a él guardan turno desde hace un par de semanas los tan ensalzados Diarios de Chirbes, de quien he leído muy poco. Quizá me arrepienta de no haberlo hecho antes. Intercalando la lectura de ambos ensayos, puede que al terminarlos consiga digerir una estupenda ensalada de tomate valenciano y pimiento vasco. 

Cuatro noches después, poco antes de acostarme, terminado el libro a costa de volver a postergar a Chirbes, al desplazarme por el móvil en busca de la buena noticia que nunca se encuentra, he descubierto en The Objetive un artículo que escribe Savater para explicar su desacuerdo con el cese fulminante en El País. Lo hace procurando contenerse y combinando profundidad y gracejo, en ese estilo tan suyo con que se aleja  de la habitual pedantería de los intelectuales. Como conclusión, no diría que me ha convencido demasiado Savater, creo que la libertad de expresión, con todo lo necesaria y tentadora que resulta su práctica, debe ejercerse con cierta autolimitación, por difícil que casi siempre sea alcanzar ese punto de equilibrio entre la denuncia y la moderación, entre la acusación sin medida y el bozal pacato. Sería largo el debate y se podrían invocar teorías filosóficas y momentos de la historia en que la responsabilidad exigió renunciar a la libertad de manifestar el pensamiento para salvaguardar más altos ideales, y otros en que la inflamación retórica fue la chispa que encendió las guerras. 

Afortunadamente, no hay guerra que sofocar en este caso ni la sangre se acerca de lejos al río, pero desde hace tiempo Savater empezó a lanzar misiles ? pensemos que sin pretender impactar en la línea de flotación, pero cerca ? bastantes veces dañinos y de interpretación difícil de alcanzar por muchos lectores de El País que, tristemente perplejos, criticaban la pasividad con que su periódico de referencia encajaba el ataque del traidor. Yo continuaba leyendo sus páginas dominicales devotamente y al terminarlas pensaba que, si su discrepancia con la línea ideológica de Prisa era cada vez más profunda y se le revolvían las tripas al comprobar el indisimulado apoyo a las tesis de Sánchez, tal vez hubiera sido mejor que en aquellos primeros momentos de lo  que él consideraba obscenidad intelectual, presentara la dimisión y no la demorara tanto. No parece lógico por su parte estar dispuesto a prolongar indefinidamente esa hostilidad hacia quien lo tiene contratado, esperando que jamás llegue la respuesta, y menos aun arropándose de una manera discutible en su condición de ser uno de los fundadores del periódico. Algunos indignados dirán que Savater ha reaccionado con deslealtad hacia su casa y merece casi el fuego eterno, pero puede que el concepto lealtad sea hoy en día bastante difícil de acotar, por no definirlo con la crudeza actual como un espasmo de los anacrónicos que no entienden la vida. 

Por otra parte, El País, que desde su nacimiento adoptó el flamante papel de implacable fiscal de una parte considerable de españoles, criticando la falta de libertad que exhibía la derecha irredimible, parece que con el fulminante cese de Savater ha entrado en contradicción con ese afán de ondear a los cuatro vientos la sagrada bandera de la libertad. Según se desprende, Prisa se encuentra plenamente capacitada por el demiurgo para encarrilar el pensamiento hacia la estación ideológica donde recibirá la mejor bienvenida posible, sin tener que dar más explicaciones que a sus lectores incondicionales, no todos demócratas, no todos transigentes. Y quien no esté de acuerdo, que se vaya de este pueblo, parece ser el mensaje implícito. Se podrá responder que esta práctica un tanto despótica es común a la mayoría de los periódicos, y es cierto, pero El País navega por las alturas, muy cerca del cielo, y esa envidiable posición, alcanzada por unos méritos que nadie le discute, exige una actitud democrática exquisita que a veces no se le percibe. 

No soy árbitro ni de nada ni de nadie, y de los trasfondos de este contencioso sé lo que ambas partes quieren que se sepa, es decir, bastante poco. Pero diría que la razón no le asiste del todo a ninguno.