España vs. este país

José Cancio

OPINIÓN

Bandera de España
Bandera de España

06 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Desde que dejamos la dictadura para vivir en democracia, pasamos de pronunciar España con respeto y honor a decir con inflamado entusiasmo «Este País». Cierto que durante los largos años del franquismo se abusó escandalosamente del vocablo España y, por simpatía, de todo lo que tuviera que ver de manera directa o indirecta con su manifestación externa,  llámense, banderas, conmemoraciones, estatuas, calles, etc. Puede entenderse, por tanto, que para expresarnos adoptáramos el emblemático «Este País» como mascarón de proa de la nueva nave que nos dirigiría al luminoso futuro. En aquella época estábamos desesperadamente necesitados de crear nuevas señas de identidad elegidas legítimamente por nosotros mismos, sin que nadie nos marcara el paso ni nos amenazara con el bozal. 

Pero hoy en día, transcurridos casi cincuenta años de aquellos albores democráticos, me cuesta aceptar que el sustantivo España haya caído paulatinamente en desuso de forma tan estrepitosa, poniendo en evidencia un rechazo no poco extendido a su utilización, por no decir alergia y vergüenza con mayúscula y sin escrúpulos. Si tuviera que explicar el fenómeno con solo dos brochazos, diría que la izquierda abandera ese sector de la población que con rebeldía prefiere ignorar la voz España y que la derecha la patrimonializa con cierta altisonancia, no se sabe si por inquebrantable convicción hacia sus colores o como consecuencia del efecto rebote.  

Se me ocurre que, ponderando con objetividad el asunto, deberá reconocerse que en algunas ocasiones utilizar este país pueda resultar, en efecto, un término más adecuado al contexto y menos solemne, incluso acertadamente coloquial y literario, y otras en que invocar España sin sordina parecerá irrenunciable. Las dos maneras serán igualmente válidas y eficaces si se emplean con más inteligencia que visceralidad. 

A propósito de símbolos, me viene a la memoria haber visto alguna vez por televisión al secretario del partido comunista francés, George Marchais, disertando desde la tribuna de la Asamblea Nacional parisina. Cuando el cámara enfocaba un primer plano de su rostro para darle más vigor a la alocución, me asombraba descubrir que en la solapa izquierda de su chaqueta, el flamante defensor de las teorías eurocomunistas (compartidas con Enrico Berlinguer y  Santiago Carrillo) exhibía una insignia con la bandera francesa. No estoy hablando de los lejanos años sesenta, sino de finales de los ochenta y principios de los noventa. Con aquel gesto, indudablemente premeditado, Marchais lucía con abierto orgullo su condición de ciudadano francés, compatibilizada con su credo político.  

Tener prejuicios contra la tierra donde uno ha nacido no deja ser una forma de pecar que solo se da en este país. Cualquier día, quienes predican su preferencia por este modo tan impersonal de denominar a su lugar de origen, reivindicarán con mucho fervor su preferencia por llamarse simplemente paisanos a secas, que es el gentilicio simple de país. Lo de españoles o españolitos quedará, por lo visto, para los inocentes nacidos en España, o sea, los devotos eternos de Franco. Hay que reconocer que la división maniqueísta asoma por la mochila una potente carga retórica. 

Lo curioso es que se asuma con toda naturalidad que franceses, ingleses, y no digamos ya, americanos, enfaticen el nombre de su país hasta el paroxismo y no por ello los despreciemos, precisamente, sino que sucumbimos con arrebato a su colonización comercial y hasta lingüística. No hace falta apelar a la innumerable cantidad de palabras que se utilizan en inglés como si no existieran en español. Y da bastante pena confirmarlo cuando salimos a la calle y observamos rótulos absurdos con pretensiones internacionales.

Creo que de Pirineos abajo todavía algo hay de confusión colectiva en el manejo de estos conceptos, quizá una enfermedad contagiosa y mal curada adquirida en el siglo diecinueve para la que ya va siendo imprescindible encontrar una vacuna.