La Novena, Europa

OPINIÓN

Vista general del Parlamento Europeo, en una imagen de archivo.
Vista general del Parlamento Europeo, en una imagen de archivo. Contacto / Zheng Huan | EUROPAPRESS

14 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Quiere el destino que el segundo centenario del estreno de la 9ª sinfonía de Beethoven (Viena, 7 de mayo de 1824) se produzca dos días antes del Día de Europa (9 de mayo), fecha en la que se conmemora la Declaración Schuman, que dio paso a la Comunidad Europea del Carbón y el Acero y a la construcción gradual de la Europa comunitaria. Este año, el evento ha coincidido con la proximidad de unas elecciones al Parlamento Europeo, probablemente más decisivas que nunca, por las incertidumbres que acechan al continente. Comicios acordes en relevancia, en todo caso, a una Unión Europea determinante en la mayor parte de las políticas que afectan a múltiples aspectos de la vida cotidiana, de la seguridad y la política exterior en tiempos de conflicto, al medio ambiente y la cohesión territorial y social, pasando por la regulación de la inteligencia artificial o las reglas de consolidación fiscal, que marcan el terreno de juego a los gobiernos nacionales. Concluimos una legislatura convulsa, que se inició con los nacional-populistas dando la espalda físicamente al himno europeo (el «Himno a la Alegría» del cuarto movimiento de La Novena, en arreglo de Christophe Guyard); en la que se materializó el Brexit, entre las lágrimas de los eurodiputados británicos contrarios a la salida de su país (cuyos vaticinios sobre la regresión del Reino Unido se han cumplido sin excepción); en la que se desató y combatió coordinadamente una pandemia inusitada; y en la que la amenaza de Rusia se hizo tangible a escasos kilómetros de las frontera de la Unión, con la agresión sobre Ucrania, precisamente a causa de su acercamiento al bloque comunitario. Terminan estos cinco años con el auge de los movimientos identitarios (a la cabeza en las encuestas en los países centrales y fundadores de la Unión) que, empeñados en encerrar a los países en sus propias e irreductibles esencias, amenazan con hacer descarrilar el proyecto comunitario, pues ese el deseo más o menos declarado de muchas de estas fuerzas. O en todo caso, desproveerlo de contenido, valores y sentido, algo que pueden verdaderamente conseguir. 

No sabemos si La Novena de Beethoven abrirá la sesión inaugural de la próxima Legislatura en Estrasburgo y Bruselas, y si encenderá los ánimos de los eurodiputados lo suficiente como para hacerles sabedores del papel crucial que desempeñan, pues en ellos converge un proceso virtuoso, el de la construcción europea; pero también una historia desgarrada y dolorosa, la de nuestro continente, que cuesta enorme esfuerzo superar y de la que no acabamos de aprender.

La Novena, en efecto, representa tantas pasiones y es en sí misma un monumento a la creatividad humana, que la elección de su culmen como himno europeo no puede ser más justificada. No sólo por la conexión del deseo de vivir en paz, que anida en el sueño europeo, con los valores de hermandad y concordia de la Oda a la Alegría de Schiller, en la que se basa el himno final. También por el azaroso recorrido y las resonancias culturales de la sinfonía más conocida del maestro alemán. Es la misma que nos atiza y estimula, hasta el punto de comprender por qué el bipolar protagonista de Mr. Jones no puede reprimir el impulso de subir al escenario de la orquesta que lo interpreta, sustituyendo a su director, como todos los aficionados hemos hecho imaginariamente al escucharla agitando los brazos. Es la misma que nos pone en la piel de los alumnos del Profesor Keating (es decir, también nos devuelve a los diecisiete) rezumando ganas de vivir por todos los poros mientras juegan al fútbol con esa música de acompañamiento (El Club de los Poetas Muertos). Es la pieza que hace entender de un solo golpe como la música es un lenguaje capaz de permitir la mayor expresión humana, con la misma fuerza arrolladora que su compositor, aún en lo más oscuro de su sordera. Por supuesto, La Novena es tan poderosa que también espolea todos los deseos de Alex DeLarge, incluida la pulsión criminal, y acaba convirtiéndose en arma de su propia tortura (La Naranja Mecánica). Y, en el terreno puramente histórico, basta recordar que, como tantos otros elementos de la fecunda cultura alemana, fue objeto de apropiación por el nazismo como expresión de la inmortal nación del Volk germánico. Como evoca Philippe Sands (Calle Este-Oeste) «traemos arte y cultura a otras naciones», fue el mensaje de Hans Frank (Gobernador General de la Polonia ocupada, y melómano), a primeros de agosto de 1942, en el Teatro Skarbek de Lviv, en un discurso introductorio a un concierto donde La Novena era el plato fuerte. Apenas unos días después se amplificaban bajo su mandato y sin compasión las deportaciones y asesinatos en masa a los judíos del gueto de la ciudad. La musicóloga Ilona Schmiel nos recuerda que no sólo el nazismo llevó a cabo ese ejercicio de usurpación, también fue utilizada para la motivación de los kamikazes japoneses, para infundir bríos en el adoctrinamiento de los trabajadores agrícolas por el maoísmo, o por la Rodesia del apartheid. Es imposible saber lo que el maestro de Bonn hubiera dicho de aquellas barbaries, pero el mismo que retiró la dedicatoria de la Eroica (también revolucionaria en lo musical) a Napoleón, tras saber que se había proclamado Emperador, difícilmente hubiera admitido un uso parecido, quiero creer.

Indudablemente, más apegado a su espíritu es la construcción fraterna y solidaria de un modelo político edificado sobre las libertades, que eso es también la Unión Europea, a pesar de sus múltiples contradicciones, errores e imperfecciones. Que la historia de Europa es dramática; que, como nos recuerda Josep Borrell, «las fronteras son las cicatrices de la historia»; y que el fortalecimiento de la Unión Europea es la única forma viable de garantizar la estabilidad y la paz en el continente para las generaciones venideras, no lo debemos olvidar. Sobre todo cuando, llamados en unas semanas a participar en la elección del Parlamento Europeo, escuchemos mensajes que relativicen la importancia de la Unión, o la den por sentada pese a su fragilidad intrínseca, o, directamente, deseen socavarla y arrumbarla para dar paso a proyectos nacionalistas de diverso cuño, cuyo principal punto de confluencia es su vocación fatal por el conflicto.