¿Y si no fuera tan malo?

OPINIÓN

Muchas personas necesitan hasta cuatro intentos para dejar de fumar de forma definitiva.
Muchas personas necesitan hasta cuatro intentos para dejar de fumar de forma definitiva.

18 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Va a hacer 13 años que dejé de fumar y a veces me pregunto si con esa decisión me hice bien o me reprimí absurdamente como un colegial asustado. Es una duda que participo a mis amigos y la comparten, opinamos que los pecados endulzan la vida y tal vez fuimos demasiado píos renunciando a practicarlos. 

Un día sí y otro también estamos bombardeados por mensajes de todo tipo que describen los inmensos beneficios que tiene para la salud abandonar el tabaco. Y será verdad, carezco de criterio para negarlo, pero, jugando irrespetuosamente con las palabras, no sé si se refieren a la salud individual o a la colectiva. Un individuo que no fuma no aporta ningún beneficio a la causa redentora, en cambio la suma de muchísimos supone un estimable ahorro a la sanidad pública. ¿Es entonces más cuestión económica que estrictamente  sanitaria? Con calma, la duda significa una forma tan cruda de ver las cosas que conviene simplemente considerarla como un comentario, porque implicaría negar a la medicina la nobilísima misión de defender a los ciudadanos de las enfermedades que lo asedian. Sería injusto llegar a esa conclusión, pero sería ingenuo ignorar que el frenesí manipulador del poder supera las capacidades humanas, incluyendo la medicina. En mis divagaciones, me inclino por que las inclementes tabaqueras están perdiendo su batalla por enriquecerse sin  escrúpulos desde que la sanidad internacional ha descubierto el fabuloso ahorro que supone restringir el tabaco. Hasta hace unos años, se transigió con la costumbre porque fumar estaba bien visto socialmente y arrinconar a los fumadores como a leprosos traería consigo una derrota electoral para el osado partido político que se atreviese a intentarlo. Ahora los cálculos sobre lo que para las arcas del estado supone permitir a la gente contraer epoc se han hecho afilando el lápiz hasta el límite, y la conclusión es que merece la pena desterrar a los fumadores al exilio. Solo falta decidir si el destino será la Molokai del padre Damián o la Cataluña profunda del padre Jonqueras.

Quien más quien menos ha pasado de disfrutar muchas horas de su vida en la compañía celestial del tabaco a integrarse con entusiasmo en ligas de enemigos intransigentes. Esa reacción se explica porque la hipocresía, como el maligno, habita entre nosotros, y es fácil dejarse arrastrar por los ímpetus del momento. Solo unos años atrás, el que no fumaba era casi un cursi timorato que sufría escarnio y una cierta marginación, y los que lo hacíamos era a costa de superar mareos y visiones borrosas en colorines con tal de ofrecer una imagen  homologable. Así eran las cosas, los clichés imponían su ley. Y ahora el fumador,  por prudente que sea al lanzar sus bocanadas de humo al aire, es tratado poco menos que como un apestado y se expone a ser calificado de subproducto del anacronismo casposo. Digamos que en la actualidad fumar no es tan guay y  antes sí lo era. Lo vuelvo a leer y estoy de acuerdo con la conclusión, sin olvidar que el discurso ecologista cobra fuerza por momentos y va imponiendo su credo.  El eslogan de cambiar cigarrillos por árboles, además de resultar muy poético por sus ecos hippies, no deja de ser una crítica necesaria contra la contaminación ambiental producida por los 10.000 millones de cigarrillos que se fuman cada día, según National Geographic. Tantos ceros, tanto humo, ¿tantas certezas irrebatibles? 

Sigo especulando, pero dándole permiso a la fantasía…¿Y qué pasaría si de repente los científicos reconocieran que fumar no era tan dañino como nos aseguraron? No quiero pensar en la revuelta social que se originaría. Supongo que nada más enterarse del notición muchos cogerían un arma y ametrallarían al responsable médico que hace 20 o 30 años les aconsejó abandonar el nocivo hábito ante la fea tos que les partía el pecho. Yo no llegaría a los disparos, el perdón es una virtud que reconocen todas las religiones y además tengo algún médico en la familia, pero buscaría un estanco, me compraría un paquete de la marca que con tanta fidelidad me trató durante 40 años y me lo fumaría entero con el mayor entusiasmo posible, recordando el sufrimiento que nos infligieron atemorizándonos con el colesterol, el aceite de oliva y otras  costumbres extraordinariamente nocivas que con el paso de los años se han convertido casi en recomendaciones saludables. Cualquier día nos informan de que vivir es insano y habrá que buscar un puente para tirarse.