Argentina-España: ¿hay adultos en la habitación?

José Ángel López PROFESOR DE DERECHO INTERNACIONAL DE COMILLAS ICADE

OPINIÓN

María Pedreda

23 may 2024 . Actualizado a las 09:11 h.

Establecer o repartir culpabilidades sobre el origen de la crisis diplomática bilateral entre dos Estados amigos (el calificativo de «hermanos» lo reiteran —curiosamente— alguno de los protagonistas implicados) nos remite a una riña entre niños en el patio del colegio. Sin embargo, estamos hablando de diplomacia, aunque no lo parezca.

La función constante, discreta y de horizonte temporal amplio de los diplomáticos no puede dinamitarse por actuaciones personales y políticas poco profesionales, que poco tienen que ver con un espíritu negociador para conducir pacíficamente las relaciones entre los pueblos.

La diplomacia es el principal instrumento de ejecución de la política exterior de los Estados que, a su vez, constituye el conjunto de acciones y posiciones diseñadas por los gobiernos en relación con la comunidad internacional. Lo que caracteriza a las grandes potencias históricas es la continuidad de sus líneas maestras de política exterior, con independencia de la alternancia de gobiernos de distinto signo político-ideológico. No parece que España entre en esta categoría, con volantazos históricos en temas tan sustanciales —y objeto de amplio consenso— como la postura sobre el Sáhara, que cuestiona la propia posición de Naciones Unidas al respecto.

Cuando se produce una injerencia en los asuntos internos de otro Estado hay numerosos pasos o etapas para intensificarla o desescalarla: intercambio de notas diplomáticas (no de amenazas o exabruptos); llamar a consultas a tu embajador y/o convocar al ajeno; declarar persona non grata y/o expulsar a diplomáticos; retirar definitivamente al embajador y colocar al frente al encargado de negocios; suspender temporalmente las relaciones diplomáticas o romperlas (sin necesidad de hacerlo con las relaciones consulares, que afectan a las personas físicas y jurídicas de ambos Estados)... En el actual contexto se han quemado rápidamente etapas por parte de España, dejando pocos cartuchos diplomáticos en la recámara.

La diplomacia supone tener temple y talante negociador, especialmente con aquellos actores que ideológicamente se encuentran en las antípodas. Pero no estamos ante un conflicto de suma cero, en el que lo que uno de los Estados gana lo pierde el otro. En este caso perdemos todos. El insulto es incompatible con la educación, con el buen gusto y, especialmente, con la diplomacia. Aunque la política parece haber quedado al margen de esta máxima en beneficio de la sobreactuación permanente.

Por ello, retomemos la frase que el personaje que representa a Christine Lagarde en la película de Costa-Gavras pronuncia tras el cerril inmovilismo negociador de los reunidos (hombres, a excepción de ella misma) en el marco de la crisis entre la Grecia de Tsipras y la Troika comunitaria: «¿Hay adultos en la habitación?». Que se lo apliquen los responsables de este desaguisado diplomático.