No sólo el viajero del mar, dispone de salvavidas. En la ciudad cuando el viajero necesita protección se levanta este salvavidas tricolor con apoyo acústico, el salvavidas del semáforo.
Esperando el guiño verde estaba cuando por mi izquierda aparece una joven mujer empujando el carro de un bebé con la mano izquierda y a la vez con la derecha, pegada al móvil velozmente con ambos dedos como escriben ahora los «jóvenes» daba órdenes al fiel servidor.
El semáforo en verde, los transeúntes obedientes y disciplinados atravesaban la calle y, ella, ella a su paraíso ausente de la responsabilidad que cargaba sobre su mano izquierda.
Ella, desafiando a todas las leyes físicas centraba su mirada en ese objeto oscuro de deseo del hombre actual, el juguete del móvil. Ella, seguía a su «rollo», inconsciente de su compromiso, la vida de su criatura.
Semáforos jueces del tiempo de la ciudad. Ángeles de la guarda de este ruido caótico de coches, autobuses, bicicletas, coches de bebés…Semáforos os sigo admirando cumpliendo vuestra consigna con la dignidad y fidelidad del soldado.
Ella, él. Ellos, ellas.
Las calles peatonales y las aceras abiertas al público de cualquier ciudad, están tachonadas de estrellas, aún, en pleno día de esas luces artificiales que enciende la IA.
Luces encendidas, miradas fijas en la pantalla. Hombres, mujeres, jóvenes y adultos…atrapados dedos y manos a esta miel de la pantalla lisa, muda, confidente. A esta sutil droga de la digitalidad. Caminan, andan, corren sin mirar al de al lada, al de enfrente, al de atrás…
No importo, cada uno/a a lo suyo interrumpa el camino o ponga en peligro la vida física del otro. No importa, nada del otro. Sólo yo, mi egoísmo, mi «libertad»/felicidad.
Semáforos, faros de la ciudad aguantad vientos y tormentas no miréis nunca atrás.
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