Estoy sentado en un banco de los jardines del puente de Pacífico. A mi espalda la valla alta, gris y de metal traslúcido que separa las vías del tren de la entrada/salida de la estación de Atocha. A unos 100 metro donde el ayuntamiento colocó en 2023 una lápida con la leyenda del 11 M. Precisamente en el lugar del desdichado y trágico «accidente».
Ahí, sentado en el banco, mirando hacia los jardines y en mis manos mi libro Hojas de laurel, contemplo el silencio de las rosas, el murmullo de los arbustos, el ondear de las ramas de los árboles. Es un rincón de paz y de encuentro.
Al otro lado sobre las columnas de hormigón y las calzadas de asfalto: el ajetreo, el ruido, el vértigo, ¿la civilización?
Al otro lado. Yo, sigo en éste, disfrutando del poema Con acento azul. Y,.. ¡Sorpresa! Me llega una música viva, juvenil y distante. Me giro a la izquierda y contemplo dos figuras jóvenes atentas, concentradas y en movimientos armónicos bailando al son de la música.
Callo y observo. ¡Silencio!, en mi alma, y aliento en esos dos jóvenes.
Sigo con mi silencio su música y con mi mirada sus movimientos. Me llenan de emoción, a la vez que una curiosidad insistente se apodera de mí.
Por fin me levanto para regresar a casa. Son las 21.30 horas. No me resisto, me acerco a ellos: les saludo, les pregunto por su nacionalidad, me intereso por ellos.
Las respuestas dulces, sencillas, frescas sin tapujos, surgen de sus labios: somos bolivianos y llevamos diez años en España. Yo hago un módulo, dice uno y, yo trabajo, tercia el otro.
La conversación avanza como si nos conociéramos de siempre. Como si fueran alumnos míos, me atrevo a ofrecerles la lectura del poema Vallinillo. Lo hacen con su acento de allá, pero con corrección y elegancia.
Observo que no han comprendido bien el poema. Les contextualizo el momento y el entorno de Valliniello: los prados, ENSIDESA, las enormes llamas de múltiples colores que se dilatan por el cielo camino del mar…
Ahora, ahora sí leo en sus dilatadas pupilas la comprensión del poema.
Me siento feliz, y me subo arriba. Ahora, la prueba es más delicada, el poema También marchará la soledad es más fuerte, menos al alcance de su edad juvenil.
Con todo, lo leen los dos con atención. No les explico nada. Veo que ha sido suficiente mi osadía. Les doy las gracias y me despido con un «hasta pronto» como el mejor obsequio.
La tarde ya cierra sus pestañas y yo con mis llaves abro la puerta. La puerta de mi aposento.
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