Aunque es un deseo bastante ingenuo, me gustaría que en alguna legislatura la oposición (la española y de las que tengo noticias) hiciera algo más que simplemente llevar la contraria por sistema para desangrar lentamente al adversario. Al pie de la letra esa es su misión, desde luego, pero si quiere desbancar definitivamente al gobierno de turno o al menos aspira a desalojarlo en las siguientes elecciones, debería presentar alternativas reales, seducir con ideas frescas, volver a ilusionar a los decepcionados, mostrar la visión de un futuro esperanzador a los que aguardan dentro del túnel. Parece mentira que ni en la izquierda ni en la derecha comprendan que la objetividad es una virtud todavía muy admirada por muchos ciudadanos, hartos de demagogia y retórica barata. Si la cordura prosperara sabríamos premiarlos con nuestro voto. Tan fácil y tan difícil.
«Dí tú A, que yo siempre diré B». Se lee la consigna desafiante y no hacen falta más de tres segundos para sacar la conclusión de que la amenaza es ridícula, supone renunciar a los argumentos en favor de la marrullería. Cada vez que por televisión presenciamos esa confrontación alocada en los parlamentos, no concebimos cómo puede ocurrir que ni quienes están en sus respectivas trincheras ni sus aguzados asesores ignoren la alergia con que el sufrido pueblo interpreta ese planteamiento político.
No es eso, se trata de aceptar al adversario cuando racionalmente se llegue a la conclusión de que persigue el bien común, y no apostarse en cubierta a cañonearlo en cuanto aparece por el horizonte. Hay que cribar adecuadamente las propuestas y asumir constructivamente lo positivo, ni todo vale ni tampoco nada vale. Es matemáticamente imposible que cualquier propuesta de cualquier partido político y en cualquier momento sea siempre equivocada o incluso ideada, como algunos pretenden, para dañar al mayor número posible de ciudadanos que no comulgan con su ideología. Y por la misma razón, el partido gobernante debe actuar con menos arrogancia y ser receptivo a las ideas de quienes, por haber sufrido sus mismas encrucijadas, están en condiciones de ofrecer sugerencias sensatas, no siempre encaminadas a producir erosión electoralista. El ejercicio serio de la oposición debería ser entendido como el reflejo especular de otro punto de vista, casi siempre igual de válido.
Ya se sabe que irremediablemente quien maneja el timón arrimará el ascua a su sardina y que la poltrona ofrece una calor muy confortable, pero esa indeseable actitud a la que ya nos hemos acostumbrado podría ser compatible con lograr acuerdos en los aspectos de verdadera trascendencia para el país; solo hace falta que las concesiones de unos y otros se prodiguen con la generosidad que les exigimos los votantes, y no se interpreten en sus propias filas como rendiciones blandengues o señales de agotamiento. Por encima de todo debe prevalecer el pacto, y cuando llevarlo a la práctica algunas veces suponga más errores que aciertos, probablemente perdonaremos el descalabro porque veremos en los culpables a seres tan humanos e imperfectos como nosotros mismos.
Después de cinco años de larga travesía han llegado por fin a un acuerdo para la añoradísima renovación del CGPJ. Albricias. Justificadamente o no, demasiado tiempo ha transcurrido, pero como ensayo general para un futuro pactista puede ser tenido en cuenta y despertar expectativas optimistas. Ahora lo procedente sería que adoptaran el mismo talante para renovar organismos tan importantes como el ente de TVE, la CNMV, la CNMC. Merecemos ese respeto y hasta lo exigimos. Por una vez, el estribillo que recomienda «altura de miras» deberá escucharse mucho más que la canción del verano.
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