Hablando con un amigo de la Asturias profunda que vive en continuo maridaje con todo tipo de animales, perros, caballos, osos, truchas, tejones y jabalíes, me comentó que cuando baja a la ciudad le impresiona ver la cara de tristeza de los galgos urbanos, con su correa, tapados con mantas de diseño y bañados con champú. «Yo cacé mucho con galgos en los campos helados de Castilla —decía—, es impresionante verlos correr la liebre al despuntar el alba, la energía que desprenden, los quiebros y la velocidad centelleante de los esprints; sucios de barro del amanecer y poseídos de un afán cazador que llevan trazado en los genes».
Tiene razón el asturiano, desde esa conversación me fijo en ellos cuando los veo en la ciudad y percibo esa mirada triste de una añoranza vacía de objetivos que perseguir.
No crean ustedes que son solamente los galgos los que tienen la mirada triste. Si se fijan en la cantidad de gente subvencionada que pulula por nuestras calles verán que también sus miradas están totalmente apagadas, si acaso algunas se ven encendidas de rojo mencía o cannabis, pero en sus pupilas se ve la bruma de una vida sin objetivos ni afán, un andar perdidos entre la gente esperando, solamente, el ingreso mínimo vital.
Celebra la ministra Yolanda Díaz que ya son un millón ochocientos mil y no dudo que la mayoría de ellos son galgos que no tienen lo mínimo necesario para subsistir y, por lo tanto, están necesitados de la ayuda de todos.
Poco importan las ganas de correr la vida si no hay fuerza y cobijo para perseguirla ni objetivo que alcanzar
Pero también hay un lado perverso en esta justicia social tan necesaria que estriba en que, cuanto más crecen las legiones de subvencionados, más se fomenta una sociedad clientelar, convirtiendo a mucha de esta gente en siervos del sistema que acaban renunciando a perseguir otra cosa que no sea el mero mantenimiento. Sobreviven como los galgos urbanos y tienen la mirada triste o envenenada como ellos.
Dicen que a los cuervos les pasa lo mismo, que cuando tras años de encarcelamiento en una jaula les abres la puerta no quieren salir.
Hay muchos tipos de cárceles y quizás la condena de vivir sin ambiciones ni objetivos sea una más.
Poco importa que te abriguen con una mantita de diseño, que te bañan todas las semanas y te den una vuelta para estirar las piernas, cuando estás programado para cobrar piezas y conseguir logros.
El fracaso puede producir frustración, pero el acomodo también pone la mirada triste. Como a los galgos corredores sin liebres.
Viva San Fermín!
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