Se produce un terrible crimen en Mocejón, Toledo. Un niño muere apuñalado por un enmascarado.
Los medios lanzan sus alertas, elaboran sus primeras informaciones, basadas en fuentes oficiales. Como suele ocurrir con todos los sucesos, reina cierta confusión: hay que esperar para saber con certeza qué ha pasado. La policía tiene que buscar pruebas y analizarlas.
Mientras las publicaciones serias aguardan, los enemigos de la democracia disparan. Gente como el eurodiputado Alvise Pérez y sus secuaces ultras (estos agitadores por suerte cada vez son más conocidos y, por lo tanto, se les puede pedir responsabilidades por sus acciones) aprovechan su tirón en las redes para esparcir todo tipo de bulos dañinos y racistas. Difunden la mentira de que el autor es un menor migrante. Incluso publican fotos falsas y atacaron al portavoz de la familia de la víctima. ¿Se equivocaban? No. Quieren que aumente el odio para generar un estallido social, que se produzcan linchamientos. Repiten así el patrón de los recientes y graves disturbios del Reino Unido.
¿Qué podemos hacer ante esta plaga? Lo primero, intentar que caiga todo el peso de la ley sobre los promotores de patrañas, posiblemente activando juicios rápidos para los delitos de odio. Lo segundo, reflexionar sobre dónde nos informamos y qué nos creemos. Y, tercero, hacerle una pregunta a los 800.000 votantes de Se acabó la fiesta. ¿Respaldan que los bulos se conviertan en balas o bombas?
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