El sabor de las palomitas

OPINIÓN

Oliviero ToscaniAndy Warhol, 1974
Oliviero ToscaniAndy Warhol, 1974 © Oliviero Toscani / Cortesía: OlivieroToscani Studio

09 feb 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Por la madeja de lo textil que fue Benetton, llegué al hilo que fue Oliviero Toscani, creativo y adelantado en lo que se llamaría después el «neuromarketing». Un «neuromarketing» consistente en aplicar a las estrategias del mercado las técnicas propias de las neurociencias, muy emocionales y emocionantes como los nervios mismos. Y con el convencimiento -una evidencia- de que el ser humano, hombre y mujer, no es totalmente racional en sus decisiones. Un periódico hace ya catorce años informó: «Los creativos estudian ya cómo reaccionan las áreas cerebrales ante los estímulos publicitarios».

Por el creativo Toscani escribí la semana pasada del llamado «Arte menor, también llamado el Arte de «las cosinas»: de la moda, los perfumes, las consolas y hasta de las soperas de loza con esmaltes de la fábrica gijonesa «La Asturiana». Las modalidades de ese ARTE MENOR, pueden ser innumerables, resultando que algunas, como el Cine, sean indiscutibles y otras, como esa cosa «tan fina» y cara que son las Galerías de Arte, se las califique de Arte únicamente por los pocos forofos. Al cine, para prueba de su carácter artístico, ya se le denominó el «séptimo arte» y en tiempos remotos, hubo en Oviedo hasta un cine, el «Palladium», que se decía de «Arte» y «Ensayo».

Lo de ese cine ovetense fue interesante, pues estaba en un barrio de Oviedo -así llamado entonces-, el de Pumarín, teniendo como lindes, más o menos, al Cuartel de Infantería del Milán por un lado y al Cuartel de la Guardia Civil por otro. Y ese cine, que lució Oviedo a finales de los sesenta y en la década siguiente, entera, la de los setenta, tuvo tal éxito, que la Alianza francesa, la de las enseñanzas de Sartre y Camus, estuvo a punto de trasladar su sede al obrero Pumarín, dejando la burguesa calle Martínez Marina, la del practicante Bravo, estando la Alianza al lado del chigre de Marina, enfrente de la Caja de Reclutas. El «Palladium» era el cine de la progresía ovetense, como el Aramo era de los contrarios, cercano a la Iglesia de Las Esclavas, que así se llamaban y se siguen llamando esas monjas, y cercano a la tienda de «Radio Norte», con dueño de cabello colorado y parientes en Gijón.

El Cine Aramo, en la calle Uría, no era como el Palladium en el barrio de Pumarín. El Aramo, por ser de la burguesía, no olía como el Palladium; antes de la película, en el Aramo se veía el No-Do; entre No-Do y película un «subalterno», con uniforme y gorro no de plato, llamado el bombonero, vendía caramelos y bombones paseándose entre filas de butacas. Jamás vendía las actuales y exitosas palomitas, siempre insípidas, y que parecen dulces por lo mucho que gustan, en paquetes enormes y ruidosas al rumiar. Las películas en El Aramo eran más dulces y suaves, por ser americanas, como «Tú a Boston y yo a California». Y de todo eso, lo anterior, en el Palladium, nada de nada, por ser cine de barrio y de progres, y, por eso, la película «Repulsión» tuvo tanto éxito.

El éxito del Palladium fue contemporáneo a lo ocurrido en el final de los años sesenta y de todos los setenta (del siglo XX), siendo éste un tiempo «apoteótico»: en Italia, en esos años, muchos murieron en la oscuridad, entre ellos, Pasolini (1975) y Aldo Moro (1978); en España el dictador murió en la cama y por enfermedad de los nervios y progresiva, en 1975, a diferencia de Mussolini que colgaron en una plaza, ya muerto, junto a su amante, también fusilada.

Los lusitanos o portugueses, cuya lengua «suave y dulce» tanto gustó a Cervantes, tuvieron, durante días, una revolución, la Revolución de los Claveles», que los americanos dijeron que era de comunistas y masones; por eso fue rápida, vista y no vista, no permitiendo los mismos, o sea, los americanos y Franco que el resto de la península Ibérica, España, en plena Guerra Fría, la compartiese y/o disfrutase. En España, gracias a esa floreada Revolución, hubo no Revolución, sino Transición. En Oviedo, en ese tiempo, la Diputación provincial dejo de serlo y también el llamado Frente de Juventudes, por ser ya cosa de viejos y en guardia, como don Elías, del que decían ser de la localidad de Tapia. Las doncellas ovetenses, antes compañeras de Carmina Polo, fueron, poco a poco dejando de acompañarla a la Joyería de don Pedro Álvarez, la Bombonería Peñalva o Montes, tienda de pañerías.

A pesar de lo de Cervantes y volviendo a los portugueses, siempre tan importantes, en el siglo XVII, tiempos de un Filippo español, Felipe IV, consiguieron la independencia de Portugal, lo que no consiguieron los catalanes en época de ahora, sin tanta épica, lírica y dramática como la del «procés», en tiempos reinantes de otro Filippo, Felipe VI, casado y aún no divorciado. Cervantes murió antes y no conoció ni al Filippo de antes ni al de ahora, o sea, ni al IV ni al VI (siempre la Monarquía en números romanos).

Los portugueses siempre fueron muy gallos, que en Lusitania llaman «frangos» y aquí llamamos «pitos de caleya». Desde luego que Barcelos, tierra de gallos portuguesa, no es Barcelona, más tierra de pavos. En cualquier caso, siempre se ha de tener en cuenta que un gallo, sea de donde sea, incluso el astur de «caleya», es siempre muy vanidoso, aunque no tanto como los especialistas en cocinarlos.

Y volviendo a lo del cine y años setenta, siempre preferí lo de Antonioni, Visconti, Bertolucci, Fellini, Pasolini y otros italianos a los americanos de Walt Disney o del Pato Donald, por convicción y no por causa de «rojería» o moda del Palladium, en el que hubo hasta ciclos de Pasolini. La película «Teorema», estrenada en España en 1976, la pude ver en Niza, a principios de los setenta (llegada de un joven extranjero a la villa de una familia milanesa de la alta burguesía; ante esa presencia, los cuatro burgueses de la familia padecen una profunda crisis, y la criada, una campesina, se vuelve santa). Las demás películas de ese director las vi en el «Palladium».

Es interesante que una editorial española, Altamira, haya emprendido la tarea de traducir en este tiempo las obras del polifacético italiano Pier Paolo Pasolini, que fue poeta, cineasta, escritor, profeta, periodista, polemista, visionario, animador de ideas, palabras y de imágenes. Y es que después de su muerte, el 1 de noviembre de 1975, ya son varios los intentos de resurrección, algo extraño, pues es como si se negara a morir definitivamente (Pasolini). Ahora en Italia, a consecuencia de la película «La grande ambizione», está de moda recordar -eso se dice- los convulsos años setenta, en los que fue también asesinado el político Aldo Moro. Consecuencia: «Pasolini es el difunto más vivo de Italia». Un personaje expulsado del Partido Comunista en 1950 y odiado en los años setenta por la Democracia cristiana.

Leopoldo Alas Mínguez, sobrino-biznieto de Clarín, en El Mundo, el 6 de marzo de 1999, página 4 (de la Esfera), sobre Pasolini escribió: «Siempre asoma por donde menos se espera, más se teme y menos se desea». La periodista italiana Maria Antonietta Macciochi está segura de que «el fantasma de Pasolini aún da miedo», y en referencia a las mujeres ?prefiriendo a los hombres para lo del sexo--, aseguró la periodista que trató desesperadamente de romper los tabúes sexuales de la Italietta, donde la mujer es «tota mulier in útero». Habló, pues, de la sexualidad femenina, del amor y del aborto.

Los historiadores seguirán con sus tesis y antítesis; seguirán contando historias increíbles y de mentiras, pues al parecer la verdad seguirá sin poder escribirse de verdad -sólo de mentira- al menos en Italia, y también en España. ¿Quién asesinó a Pasolini? Lo oficial es culpar al chapero Pelosi de ello; es verdad que siempre dijo Pasolini que trabajaba como un monje durante el día y que, por la noche, andaba como un gato en busca de amor. También es verdad que muchos políticos, de la Religión y hombres de negocios de la burguesía, querían eliminarlo y qué mejor oportunidad que hacerlo a mediados de esa década, la de los años setenta, que tantas facilidades dio para hacer verdad lo que era mentira.

Se recordó que entre 1969 y 1975, en Italia, se registraron tres matanzas con bombas y hubo más de 4.000 atentados, y es que el terrorismo en aquellos años fue un elemento esencial de una política geoestratégica para que lo de Yalta no cambiara y los comunistas en Occidente ni se movieran. En el Poder, jamás.

En España, gracias a Monte Ávila Editores, se publicaron en 1978 los llamados «Escritos Corsarios» de Pasolini al precio de 390 pesetas el ejemplar. Curiosamente, el primer texto, publicado el 7 de enero de 1973 en el periódico milanés «Il Corriere della Sera», se tituló: «El discurso de los cabellos», que empezaba: «La primera vez que vi los melenudos fue en Praga». Y sobre los cabellos largos añadió: «Las máscaras repugnantes que los jóvenes se colocan sobre el rostro, tornándose obscenos como las viejas prostitutas de una iconografía absurda, recrean objetivamente sobre sus fisonomías, lo que solamente ellos han condenado siempre». Y eso lo escribió en 1973, sin saber que algunos de esos melenudos, más tarde, serían notarios.

Dejando el pensamiento de Pasolini a un lado, el último texto trascrito señala, en relación a los cabellos, las diferencias entre lo de antes y ahora; un antes, de moda de cabellos largos y un ahora, de moda de calvos, que los calvos mismo impusieron para resolver tramas y traumas, pareciendo todos calvos. Y no profundizo en eso para no entrar en psico/estéticas, de las que mi amigo Ramiro Fernández, astuto y con mucho sentido del humor, sabe tanto. No hace mucho, él, es también del «Oviedín del alma», me lo explicó: «Desde la terraza de mi casa, veo las faldas del Naranco». Y resulta que nació en Moreda de Aller, hijo predilecto de la tal, y no en la calle Santa Ana, cerca de la Catedral y templo del «Oviedín del alma», calle que fue palacio del Santo Ángel y ahora es del Bellas Artes, cuyo director hasta hace poco -según decían- era en si un Palacio, más divino que ángel, y al que don Ramiro sigue queriendo descabellar, aunque sea trabajosamente.

Ahora que se están publicando en España los escritos de Pasolini y que éste vuelve a resucitar, es una pena que los españoles no conozcan ni conocerán textos importantes de Pasoliní escondidos en libros que ni conocen los neoeditores. Entre ellos destaco la larga entrevista, en la que Pasolini se explica, y que está en el libro del periodista Enzo Biagi, titulado «Era ieri», editado por Rizzoli en 2005, no debiéndose confundir a Enzo Biagi con Enzo Bianchi, que es fundador de comunidades monásticas.

Escribe Biagi sobre la entrevista: «La transmisión de la entrevista fue bloqueada porque el escritor Pasolini fue denunciado por «instigación a la desobediencia» y «propaganda antinacional», denuncia ya formulada en tiempos en que había dirigido «Lotta continua». Sigue contando el periodista que Pasolini nació en Bolonia, en la calle Borgonuovo, una pequeña calle a la derecha de «Santo Stefano», trasladándose después la familia a la calle Nosadella. Su padre, Carlos Alberto, fue capitán de infantería, y jefe de la guarnición de Bolonia, en tiempos del atentado contra Mussolini en 1926.

El periodista comienza preguntándole:

--¿Era usted «molto bravo» en la escuela?

Y Pasolini respondió:

--No mucho, pues era un poco discontinuo.

--¿Su familia era religiosa?

--No. Mi padre que era un nacionalista, casi fascista, era de religión formal, de misa de doce los domingos. Mi madre era de religión rural, una religión más poética y nada confesional.

Continuará.