Creo en la medicina. Creo en ella porque estoy convencido de que la inmensa mayoría de los profesionales que la ejercen lo hacen, tras años de formación, desde un vocacional deseo de ayudar. La investigación científica, en perfecto engranaje con la atención sanitaria, ha conseguido que numerosas enfermedades, hace décadas letales, hoy tengan cura; que muchos tratamientos, antes agresivos, ahora puedan suministrarse al paciente sin sufrimiento.
Pero la curación no es el único objetivo. Cuando no hay sanación posible, y el fin de la vida es inevitable, es función de la medicina evitar el dolor y garantizar que la muerte encuentre al paciente sereno. La agonía debe ser sólo recuerdo de tiempos superados. Sirvan estas líneas de humilde apoyo a la doctora que estos días está siendo juzgada, por el Juzgado de lo Penal número 2 de Oviedo, por el presunto homicidio por imprudencia grave de una mujer en enero de 2018.
Les recomiendo, si no lo han hecho ya, que lean las noticias que sobre el citado proceso judicial ha publicado La Voz de Asturias. En opinión de quien les escribe la actuación de la doctora estuvo guiada por la profesionalidad y, por lo tanto, por la humanidad. Ojalá, el día que nuestras vidas lleguen a su fin, incluidos aquellos que la han sentado en un banquillo, tengamos cerca a un médico como ella. Alguien que, tras conocer que no hay posibilidad de recuperación, tome la decisión de aplicar sus conocimientos para que los últimos momentos de nuestras vidas estén alejados del dolor.
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