Siempre he pensado y defendido que todo es política, y reconozco que a día de hoy me sigue sorprendiendo de que haya personas que lo critiquen cuando, por naturaleza, el ser humano es un animal político. No comparto el criterio de apartarlo ni tan siquiera en un festival de música, porque a través de la cultura también se puede y se debe actuar en defensa de unos principios. Además, a veces me da la sensación de que hay mucha gente que no es coherente con lo que dice, porque si te parece mal que se politice Eurovisión igualmente horrible te tuvo que parecer las llamadas al boicot del cava catalán en los años más convulsos del «procés», y estoy seguro que habrá quien distinga ambas situaciones.
Para mí Eurovisión es algo totalmente banal, pero no puedo desprestigiar un evento que siguen muchísimas personas (en España hubo momentos en los que se superaron los diez millones de espectadores) y en el que, incluso, hay una notable participación en el llamado «televoto». Cabe lamentar la doble vara de medir en las sanciones puestas en marcha a Rusia (cadenas de televisión, como RT, no pueden emitir en nuestro territorio) frente a las inexistentes a Israel. La Unión Europea de Radiodifusión no tuvo ningún remordimiento en expulsar al país eslavo nada más iniciarse la invasión a Ucrania, pero en cambio no se tuvo la misma determinación ante el genocidio orquestado por el gobierno israelí en la franja de Gaza (ni tampoco se permitió hacer comentarios al respecto bajo la amenaza de fuertes multas).
Desconozco las expectativas y las esperanzas que tenía Melody, pero sin querer dármelas de sabiondo, sus predecesores corrieron parecida suerte, así que creo que no se puede responsabilizar a ninguna decisión política su resultado (creo, además, que sí que le ha servido toda esta experiencia para relanzar su carrera y disfrutar este próximo verano de una gran y merecida gira por todo nuestro país), aunque por supuesto las relaciones políticas entre los países influyen y, con ello, es más normal que estado vote a su vecino (conste que en esta edición los 12 puntos de Portugal no se fueron a nuestro casillero).
A raíz de lo acontecido el sábado se ha abierto una reflexión sobre el llamado «televoto» (en el que arrasó Israel, seguramente beneficiado por la polémica de su participación), porque desde que se implantó este sistema se está viendo que no hay una concordancia directa entre lo que deciden puntuar los jurados profesionales con el que (pago mediante) eligen las y los espectadores. Yo iría un paso más allá en el debate. Hay concursos y premios que utilizan el nombre de un país, de una comunidad autónoma o de un municipio (e incluso los gentilicios) y pienso que solamente deberían ser utilizados por instituciones públicas.
Por ejemplo, las «Medallas de Asturias/Asturies» son un reconocimiento anual que realiza el gobierno autonómico a una serie de personalidades por su trayectoria, pero el «Ovetense del Año» es un galardón que no tiene nada que ver con el Ayuntamiento de Oviedo/Uviéu, sino con una revista. En el primer caso me parece correcto el uso del nombre de nuestra comunidad autónoma, pero discrepo con la utilización del gentilicio carbayón para un fin privado, independientemente de que me caiga mejor o peor la persona galardonada.
Estos días que ha vuelto a ser noticia Claudia Montes (por su declaración, en calidad de testigo en el «caso Koldo»), prácticamente todas las crónicas la han identificado como «Miss Asturias», que aparte de las opiniones negativas que lógicamente tienen estos concursos por cosificar a las mujeres, lo que no comparto en absoluto es que usen los nombres de cada provincia española para hacer, posteriormente, otro certamen a nivel nacional para seleccionar a una de ellas (desconozco si tras ello va o no a otro de carácter internacional). Por tanto, y volviendo a Eurovisión, creo que habría que concretar más y remarcar que Melody no fue en representación de España, sino de RTVE (al igual que las y los deportistas van a los campeonatos elegidos por sus respectivas federaciones).
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