Puede parecer curioso, o directamente antagónico, que en el mismo momento nacional e internacional donde cada vez más encuestas pronostican el futuro de un hipotético gobierno presidido por Feijóo con Abascal de vicepresidente, así como la caída en desgracia de una izquierda dividida que se reparte las migajas sin mirarse todavía a la cara, se hace posible el auge de un profesor universitario comunista, catalán pero madridista convencido, que aparece en la televisión pública tras hacer escala desde la discreta cobertura de un canal autonómico llamado 8TV. Pero, 14 años después del estreno contertuliano de otro profe en la tele nacional, con perilla y coleta, la excepción se ha abierto paso de nuevo como gota de agua filtrada entre cañerías oxidadas que chirrían al unísono entre todas ellas.
José Miguel Villarroya se hizo popular no tanto gracias al formato de debate político «Queremos Opinar» del que era buena parte, conducido por Carlos Fuentes, sino especialmente gracias a los cortes virales de apenas minutos de duración a partir de los cuales este señor con gafas de pasta y ceño generalmente fruncido se empezó a labrar una comunidad de seguidores incondicionales que parecían poco menos que desechar el resto del programa televisado para quedarse tan solo con los tiempos y las intervenciones del sujeto en cuestión, que, muy probablemente sin ensayarlo, se estaba convirtiendo en esa «voz de los oprimidos» con la que bautizaba su razón de ser y estar en la mesa redonda mientras los responsables técnicos del directo le pinchaban el himno de la URSS para que pudiera rematar su «speech» cual dirigente sóviet en las cintas propagandísticas de Eisenstein. Cuando no estaba repartiendo a diestro y siniestro, amenazando con abandonar el plató o exigiendo a su presentador poder acabar sin interrupciones, José Miguel no era Villarroya en acción. Este elefante no se balanceaba sobre la tela de una araña, este es de los que okupan la cacharrería y cogen sitio y se acomodan como si estuvieran en su casa. Y así, entre reenviado y reenviado, o entre compartido y compartido en las redes, un rojo no revisionista ha tomado asiento en las tardes de La 2, junto con otro nombre hasta ahora improbable en la televisión en abierto: Jesús Cintora.
En realidad, Jesús y José Miguel no son como un huevo y una castaña: ambos tienen buenas audiencias cuando aparecen en escena aunque a determinados rostros y directivos no les guste demasiado el triunfante ajeno y sean un poco negacionistas al respecto. Ambos están acaparando una atención creciente del espectador que sintoniza TVE, aunque el éxito en audiencias nunca le ha procurado garantías de continuidad al periodista castellanoleonés. Bueno, de hecho, lo mismo que le duran los programas a su compañero matinal de cadena, Javier Ruiz.
«Es el sistema capitalista». El gritón de Villarroya, aparte de no dejar títere con cabeza, trata a sus adversarios ideológicos tal que astronauta frente a frente con terraplanistas, que suelen rendirse en la casi imposible misión de reivindicarse en sus argumentos por encima de la fe socialista que un admirador de la ya fosilizada República Democrática Alemana enaltece por todas las alturas habidas y por haber. Alrededor del silencio y de las cabezas gachas que se abren paso cuando Villarroya abre la boca, incluso el eco de sus palabras desatadas se asusta y recoge cable para desaparecer cuanto antes de entre los recovecos de esas paredes luminosas que luce «Malas lenguas». Bromas aparte, lo peor que podría hacer el bueno de Villarroya es montar un partido político, o lo mejor, porque podría armar una campaña de nueva ilusión y vanguardia aprovechando el alba de su esplendor mediático, sobre todo ahora que a la izquierda alternativa al bipartidismo se le vuelve a poner cara de fatiga, cansancio, y no parece ver cerca el momento idóneo para revitalizar las energías de su electorado con la pretensión de asaltos compartidos.
Las heridas no se curan de un día para el otro, y todo elector sabe hoy que el proyecto de Unidas Podemos se tocó desde la coalición gubernamental para hundirlo entre antiguos compañeros de batalla, por ello se hace tan humano y tan emocionalmente razonable que las variadas crisis internas de Sumar no deparen una nueva identidad de identidades a partir de las víctimas y las victimarias, porque solo una renovación en la primera línea política de todos esos espacios aceleraría y transformaría una opción verdaderamente alternativa con posibilidades reales de nueva impugnación hacia lo que parece un fin de los tiempos, a lo Fukuyama, que aspira a rescatar las cenizas del bipartidismo, ahora llameantes al viento tanto para muchos varones del PP como del PSOE. Este cambio de paradigma con vistas de retroceso tiene un agravante del presente ciclo aún muy vigente: la única alternativa con fortaleza de números a los dos partidos «de toda la vida» es VOX, que crece y crece sin que las disputas de todas sus familias internas le hayan pasado una factura equiparable a la de Podemos. Los ataques externos tampoco han sido equiparables, y eso lo sabe hasta Villarroya, que critica el reformismo de Podemos mientras la tele de Pablo Iglesias le hace algún que otro guiño. Tiene que ser muy crack este tipo, que lanza pullas a Podemos sin que ello afecte a la consideración que orgullosos morados tienen de él, y es que estoy seguro de que en Canal RED se mueren por verle sentado algún día a su lado.
Lástima que a Villarroya no le mole la construcción de liderazgos políticos aceptando las reglas del juego en un Estado liberal, lástima que su ideal quede antes de 1989 y tenga que remontarse tantos años atrás, lástima que hoy sea menos malo pensar en grande desde lo pequeño por todo el daño irreparable que pueden montarte si decides pasar de la prédica a los hechos y arriesgarte a perder y a cometer renuncias y sacrificios ideológicos. Quizás España se ha perdido un trol que se empeñara en acabar con la fiesta del despilfarro, de verdad y por la izquierda, pero al menos seguirá siendo nuestro trol con el que llenar muchas tardes de desafección tras el paso de telediarios descafeinados que ahondan en un genocidio que no cesa, en el retorno de la corrupción del régimen del 78 y en una izquierda que sigue esperando quién sabe a qué. Volver a las calles, que es lo que algunos están intentando hacer con más motivación que resultado, parece la única salida viable ahora mismo.
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