Una encuesta del diario israelí Haaretz publicada el 24 de mayo revela que el 82% de la población respalda una limpieza étnica en Gaza, es decir, la expulsión violenta, masiva y definitiva de su población. El Gobierno belicista que lidera Netanyahu, y cuya agenda política confluye con la de los exaltados Belazel Smotrich (Ministro de Finanzas del Partido Sionista Religioso) e Itamar Ben-Gvir (Ministro de Seguridad Nacional del partido «Poder Judío»), parece contar con respaldo popular no sólo para la reocupación completa de la Franja, actualmente, en curso, sino para arbitrar lo que el economista, militar retirado e investigador de conflictos y acción humanitaria, Jesús Núñez Villaverde, no teme en calificar de la «solución final» («Comentarios», Real Instituto Elcano, 22 de mayo de 2025) que aplican los israelíes para lo que, en terminología pareja a la de ese pasado tenebroso, sería el «problema palestino».
En efecto, la ausencia de límites en la acción armada de Israel es prácticamente total: el número de víctimas palestinas se estiman, a 4 de junio de 2025, en, al menos, 54.607 muertos y 125.341 heridos, según la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, que publica semanalmente un reporte de la destrucción en Gaza (https://www.ochaopt.org/publications/snapshots). Han provocado la hambruna, estrangulado el suministro eléctrico y causado el colapso de los sistemas de abastecimiento de agua, saneamiento y atención a la salud. Han detenido a miles de gazatíes en régimen de incomunicación, sometidos sistemáticamente a tortura, tratos crueles, inhumanos o degradantes, provocando al menos 53 muertes bajo custodia de prisioneros e instaurando centros de detención masivos como Sde Teiman (desierto del Néguev), un agujero negro sin ninguna garantía procesal, como ha denunciado Amnistía Internacional. Han atacado viviendas, explotaciones agrícolas, hospitales, dispensarios, centros educativos, convoyes de organizaciones no gubernamentales, personal sanitario y de organizaciones humanitarias, periodistas identificados como tales, lugares de distribución de alimentos y espacios previamente declarados como lugares seguros por el propio ejército israelí. Y han roto el consenso sobre la necesaria neutralidad de la ayuda humanitaria, convirtiendo el exiguo reparto de alimentos de los últimos días por la fantasmagórica «Fundación Humanitaria en Gaza» en parte de la estrategia para desplazar y controlar a la población, incluyendo el disparo indiscriminado en los propios lugares de reparto a la mínima incidencia. Las protestas de la comunidad internacional y de la sociedad civil global son permanente desoídas, las siguientes fases de la aniquilación prosiguen, no se atenúa el respaldo del Gobierno norteamericano (determinante en la ruptura de la tregua y en la intensificación de la destrucción) y otros Estados como Alemania siguen armando y dando asistencia financiera a Israel sin que a sus dirigentes les pase factura.
La comparación de Núñez Villaverde con la «solución final» está bien traída. De hecho, las escenas que vemos en Gaza son de una brutalidad pareja a las del trato a la población judía en los guetos de las ciudades europeas ocupadas en aquellos años: la humillación constante y el desprecio por la vida, la deshumanización completa y el uso de la fuerza arbitrario y sin tasa. La expulsión masiva de más de dos millones de palestinos de Gaza es un deseo abiertamente expresado por los gobernantes israelíes, y se ponen encima de la mesa planes de toda naturaleza: desde la grosera conversión de Gaza en un resort vacacional (sin palestinos) al traslado forzoso a Libia, operación en fase de estudio por el Gobierno de Trump, como desveló la cadena NBC el pasado 16 de mayo. Recordemos que, antes de que el derrotero de la guerra a partir de 1941 propiciase el recurso a la matanza masiva y luego la industrialización de la muerte en el sistema nazi, se barajaron alternativas para la población judía europea con resonancias a lo que ahora se propone, incluyendo planes de traslado forzoso a Madagascar o las estepas de Rusia cuando cayese finalmente bajo dominio de la Wehrmacht. Ejecutar el despiadado movimiento de poblaciones en bloque en los tiempos modernos no es, por lo tanto, algo imposible. El gobierno israelí mientras tanto, invierte en odio y en desorden internacional, alimentando el derrumbe del Derecho Internacional con aliados inigualables como Trump u Orban, aprovechando una coyuntura caótica para llevar a término lo que el contexto le permita en cada momento.
Cómo la sociedad israelí ha alcanzado tal grado de radicalización para sostener una política desalmada e inhumana, y que perpetúa el conflicto por generaciones, es una de las cuestiones de nuestro tiempo. De entre la variedad de motivos, sin duda la impunidad por las precedentes atrocidades es uno de ellos, pues lo que no impedimos en su momento, o no mereció la respuesta jurídica y política de la comunidad internacional, cobra una dimensión superior, hasta agigantarse, cuando las circunstancias lo propician. Recordemos cómo el Informe de la misión independiente del Consejo de Derechos Humanos de la ONU (el llamado «Informe Goldstone», por el juez sudafricano que dirigió los trabajos) sobre los crímenes de guerra cometidos por Israel durante la operación «Plomo Fundido» en Gaza (más 1.400 palestinos muertos, la mayoría civiles, entre diciembre de 2008 y enero de 2009), fue acogido con el rechazo de Israel y sin acciones relevantes por la comunidad internacional. Si desde el establecimiento del bloqueo de Gaza en 2007 y las repetidas violaciones del Derecho Internacional Humanitario que debe limitar las acciones armadas, Israel no ha encontrado una verdadera respuesta a sus vulneraciones de la legalidad; si ningún gobernante israelí ha rendido cuentas ante la justicia por sus crímenes frente a la población palestina en un clima de impunidad total; y si una mayoría de la población israelí (desoyendo a las valientes entidades de la sociedad civil que representan a una digna minoría) es capaz de justificar esta barbarie, la disposición al genocidio está perfectamente asentada. La actuación del «ejército más moral del mundo», como dice Netanyahu del suyo, marca, ciertamente, el tono moral del mundo, mientras el resto asume lo que suceda a la población civil martirizada, pensando erróneamente que nunca le va a tocar un destino tan cruel.
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