El humorista gallego, Julio Camba, ya lo dijo en uno de sus artículos escogidos, en el titulado La sardina. Escribió Camba, el de mucha risa: «Preveo que voy a quedar mal». Yo preveo lo mismo, quedar mal, por la combinación de contrarios u opuestos, incluso de parecidos, entre Oviedo y Gijón, al no ser de uno ni de otro totalmente, ni de los azules ni de los rojos, de diminutivos («Oviedín» del alma, El Escorialín) o de «aumentativos» (El Molinón y La Escalerona), respectivamente.
Nací en Oviedo y vivo en Gijón; cobré por fe pública en la capital y en la villa, conociendo bien intimidades de ambas; unos domingos iba al estadio azul (Buenavista) y otros al rojo (Molinón); cortejé en Oviedo y casé en Gijón, con hijos gijoneses aquí, de padre y de abuela paterna ovetenses; me aburrí leyendo a la ovetense Regenta, del siglo XIX, y más aún leyendo al polígrafo gijonés, de apellido Jovellanos, más del XVIII que del XIX. Tomé vermuts con aceitunas sin pepita en el Tenis de Oviedo y desayuné tostadas en el Club de Regatas de Gijón, pagadas por mí, no fuera que…
Ya lo dije en la conferencia de 11 de junio pasado. Admiré al ovetense José Vélez Abascal, fotoperiodista y que escribía con la máquina de fotografiar, el cual, a finales de los años cincuenta del pasado siglo, iba de puerta a puerta, de un extremo al otro del estadio de Buenavista, cargado con pesada maquinaria para fotografiar goles y llantos del portero del Oviedo, nativo en Mallorca, llamado Caldentey. Ya lo expliqué en la 2ª época, 2012-2013, en los X y XI Ciclos de conferencias de la SOF, titulando la mía, en presencia de Carmen Ruiz-Tilve, La culpa fue de Vélez, pues en Gijón, a finales del siglo XX, estuvo el origen del periódico mensual denominado La Hora de Asturias, que también murió en 2012: doscientos números publicados. No consta en La Hora de Asturias «alcaldada» delictiva.
En La Hora de Asturias escribí una treintena de artículos, a modo de crónicas de excentricidades, desde la calle Campomanes, con fotografías exclusivas de Vélez. Mi calle, como Celama fue la tierra de Luís Mateo Díez o Vetusta fue la de Clarín, siempre fue la de Campomanes, entre arzobispo Guisasola y la Plaza de San Miguel. La calle en la que estuvo Correos, la Caja de Reclutas y con chigres, como el de Marina, para beber vino a porrón o en bota. Allí vivió el falangista Paco Arias de Velasco, el de la llamada nueva prensa del Movimiento.
En esas crónicas recordé a los «vallaurones», guardias del Campo San Francisco, que explicaban a los niños lo que no podían hacer, que era casi todo, incluso no pisar la hierba del Campo. Recordé el radiofónico anuncio de sastrería, tan de la Balesquida: «Tres cosas hay en Asturias que son de fama mundial: la farola gijonesa, la ovetense catedral y las famosas tijeras de don Evaristo Carbajal (el sastre)». Ovetenses y de otra procedencia también «salen». De Joaquín Manzanares, el de Tabularium, dije: «Subía, siempre subía, más intra/vagante que extra/vagante, con paso de misterio y sigilo, a su villa no muy coloreada por Sacramento al «Prau» Picón, más picón que prado, todo él gracias a un emigrante llegado de Chile, natural de Llanera, y con casa en Oviedo cerca del Filarmónica, hoy de sus herederos.
Del arzobispo «maizón» de entonces —los arzobispos ovetenses se caracterizaron por ser «maizones» dado los tamaños en longitud y anchura—, de Francisco Javier Lauzurica y Torralba, escribí: «El coche Mercedes, negro, majestuoso, hitleriano, transportaba al monseñor que iba tieso como un espárrago». Más tarde, en su entierro en 1964, presidido por Camulo Alonso Vega, entonces Ministro de la Gobernación y esposo de una Ramona R. Bustelo, junto al presidente de la Diputación, José López Muñiz, escribí: «La caja mortuoria, tétricamente destapada, recorrió calles y plazas hasta llegar a La Seo ovetense desde el palacio o «corrada» episcopal, y desde el púlpito catedralicio, a la izquierda entrando, tronaba, cual Zeus jupiterino, el deán y canónico, con nombre de la Iglesia oriental, pues se llamaba Demetrio, muy rival de Don Eliseo Gayo en juegos de manos en el Bar del Vasco».
Y no podría faltar una oda cantarina, como de Horacio, a Gabino, apellidado Lorenzo como las ovetenses de la Confitería Las Dueñas, muy premiado por declamador y artista de otras artes oratorias, en el patio del Auseva, en Santa Susana, o en el Teatro Principado, en tiempos antiguos de bachillerato:
¡«Dejaos de poner más plazas con tantas fuentes, que es gusto de moros bereberes y aquí somos de las Reconquista o cristianos, muy húmedos de por si. Debéis de colocar no fuente, sino obeliscos. Oviedo es ya como Venecia, teniendo las dos su Rialto (el de aquí muy pastelero. Oviedo es ya como Florencia, pues tiene su Campanile, que es el carillón de la Caja (esa institución tan ambi o polivalente), y sois de nombre Lorenzo y os llaman el Magnífico»!
Lo más normal en la década de los años cincuenta del siglo XX, para ir de Oviedo a Gijón, era subirse a un autobús de los ALSA grises, de dos pisos, que partía de la calle Cabo Noval de Oviedo y con parada de muchos minutos en la Venta del Jamón y otra en Pinzales, lugar de muchos huevos y pintos, acaso por estar cerca de Siero. La permanencia de los ALSA, siempre aquí y allí -ahora a la espera de lo ferroviario- hace pensar que mucho más que una empresa de transporte, también es del más allá, teológica por divinos. Y los emigrantes, que en Gijón, camino de Venezuela, iban a El Musel a coger el barco, tenían que, previamente, coger el tranvía.
La alcaldesa doña Paz Fernández F., en el libro Gijón Transatlántico, escribió después de referirse a la condición migratoria de los asturianos: «De aquel período oceánico Gijón conserva en el Museo del ferrocarril algún tranvía que, cual cordón umbilical, unió la ciudad y los muelles de El Musel». Parte de razón tuvo al decir eso, pues de las siete líneas de tranvías que hubo en Asturias, tres en Oviedo, tres en Gijón y una en Avilés, sólo una, en Gijón, unía la ciudad con un puerto, El Musel, que tenía salida desde los Jardines de la Reina. Las tres líneas de Oviedo fueron: Buenavista-Colloto, San Lázaro-La Argañosa, y Plaza del Ayuntamiento-Lugones; las tres de Gijón fueron Somió-Jardines de la Reina, El Llano-la Acerona y Jardines de la Reina-El Musel. La línea única de tranvías en Avilés iba desde Villalegre a Arnao, pasando al lado de los olorosos pinares de San Juan de Nieva y Salinas y con parada en el parque, cerca de «Casa Lin», para disfrutar chupando un helado de Los Valencianos, el de color verde que sabía a menta (el único helado verde en toda Asturias).
Y digo parte de razón, pues el tranvía exhibido en el Museo de Ferrocarril, no era el tranvía especial, de forma regular, un rectángulo, más blanco que amarillo, que me llevó a El Musel, sino uno de los de anormal cara y trasero, frecuentes en las otras líneas gijonesas. A efectos de comprobación y para fe de lo escrito por la alcaldesa me desplacé al Museo del Ferrocarril a fotografiar. En El Musel, en uno de los muelles estacionaba el gran barco, transatlántico, que con lo puesto y lo guardado en baúles enormes, con carga y pasajeros, llevaba emigrantes a América del Sur, más a Venezuela que a Les Antilles, con derecho los de primera clase a salón fumador y de música. Los emigrantes no iban en la primera clase ni en la segunda, iban en la tercera como en los trenes de Renfe.
La señora viuda e hijos de Antonio López de Haro se anunciaban como agentes consignatarios de varias compañías navieras al mismo tiempo, con domicilio en el número 30 de la calle Instituto de Gijón y con teléfono número 69. Y En el libro Gijón-Transatlático aparece una invitación de «Ceferino Ballesteros e hijos» al coktail que el domingo 30 de mayo de 1954 se celebrará a bordo del Transatlántico «Auriga», con motivo de su primera escala en Gijón.
En el muelle, pisando piedras que eran mineral de hierro para los hornos siderúrgicos de la magna «mamachicho» asturiana, o de «indianos» también, sin necesidad de desplazarse a América, que fue Ensidesa, de pie estaban los que emigraban, ya subidos al transatlántico, despidiéndose y diciendo adiós con lloros y moviendo al viento pañuelos blancos y pañoletas de colores. Los lloros, de los de arriba y abajo, estaban justificados, pues los que emigraban abandonaban su país o su territorio para establecerse temporal o definitivamente en otro, y con muchos riesgos antes de llegar al «nuevo mundo».
Reyes Mate, en el libro citado en el artículo anterior, recordó que sin tierra no hay humanidad, de humus o tierra, y añade: «El papel fundante de la tierra no es una ocurrencia del nacionalismo romántico, sino un modo de pensar sobre la política, la justicia o la ética que viene de muy antiguo». El británico Locke ya tuvo en cuenta que la esencia del poder político consiste en la jurisdicción sobre la tierra, siendo uno de los tres elementos esenciales para que un Estado, incluso un establo como el español, exista: el territorio, la población y el poder. El tranvía, con un conductor o Duce al frente y un cobrador en medio o Hacienda, fue símbolo.
Abandonar la tierra propia es desgarrador y, por tanto, fuente de nostalgias, pues dejar la tierra que vio nacer, salir de ella, como la dejaron los emigrantes españoles en cualquier tiempo o siglo, el XIX o XX, a América o a Europa, fue de epopeya, que eso es la primera epopeya de la Literatura Universal, La Odisea, de Homero: un viaje de aventuras. De epopeya nostálgica no sólo por parte de los emigrantes que fueron a América, sino también de los españoles que fueron a trabajar a otras tierras de la misma España, como Cataluña y el País Vasco. Y eso lo sé por haber participado en los festejos nostálgicos del Centro Asturiano en Barcelona, con ocasión de las Fiestas de Covadonga en septiembre en los años ochenta del siglo XX. Y eso poco tiene que ver con aleluyas territoriales o desmadres de los romanticismos del siglo XIX o apoteosis territoriales y sanguinarias vividas en Europa en el terrible siglo XX (III Reich). Eso de que «la casa» es sagrada, puede ser pretexto para barbaridades, obnubilando inteligencias.
Los que marchaban a América se tenían que enfrentar a lo desconocido, a la aventura, sin la seguridad que daba «la tierrina» y su cultura; fue muy diferente tener que marchar para sobrevivir y «ganar cuartos», más o menos voluntariamente, que tener que abandonar y renunciar al «terruño» por imposiciones políticas, que eso es el exilio. Una exiliada, como María Zambrano, que del exilio tanto supo, dijo: «El exilio es el lugar privilegiado para que la Patria se descubra», y añadió: «Yo no concibo mi vida sin el exilio: ha sido como mi patria o como una dimensión de una patria desconocida, pero que, una vez se conoce, es irremediable». Por cierto, que Reyes Mate en la obra citada, en la página 32, distingue entre el humanismo aristotélico, basado en la polis, sedentarizados, con sede en la sangre y la tierra, del humanismo judío, centrado en la diáspora que prefiere el camino al arraigo en la tierra. Eso -añado yo- fue al menos hasta lo de 1947-1948 en Palestina.
Y por el trabajo de los emigrantes asturianos en América, se redimieron en Asturias censos y foros, verdaderos gravámenes de fincas en general; también se cancelaron hipotecas; se incrementaron las dimensiones y tamaños de las caserías; llegaron a Asturias dineros y hasta bancos, como el de Siero, el Asturiano o el de Gijón, y el de Trelles; también se levantó una arquitectura que se llamó de «indianos», rodeada de palmeras exóticas, hoy víctimas del picudo rojo; se apoyó la beneficencia y se erigieron centros asturianos, llamados de La Habana, situados, por ejemplo, en Oviedo y Gijón, de los que escribiremos en la 3ª parte. El de Oviedo hoy se anuncia como «lugar de ocio y relax».
Mucho se podría escribir de las razones sociales y jurídicas en Asturias que potenciaron la emigración. Que si las desamortizaciones del siglo XIX, tan insuficientemente estudiadas, la de Mendizábal y la de Madoz; que si la indivisibilidad y consuetudinaria transmisión por causa de muerte de les caseríes, en especial en algunas zonas costeras. Y por el afán lícito de la mejora económica y ganar «cuartos». Y aquí surge el importante asunto de los «indianos», llamados así, con ese despreciativo sustantivo, a los emigrantes que hicieron fortuna en América, alardeando de ello y rodeados de «haigas» y más «carros», mientras que otros fracasaron o ganaron lo suficiente para adquirir algún inmueble o un Seat 600 o un Renault 4/4.
Lo del indiano o self-made-man, salido es muy interesante, pues están los negacionistas que niegan entidad sustantiva al llamado indiano, preguntándose si fueron más mito que realidad. Además, ciertas desmesuras en la manera de hacerse rico -siempre nuevo rico- las justificó Julio Camba con lo siguiente interrogativo: ¿Qué importan las cantidades o masas de dinero a ganar en países, del otro lado del Océano, que no son precisamente de calidades sino de cantidades?
Continuará con el regreso a Oviedo, para presenciar la genialidad de la Sociedad Ovetense de Festejos, siempre muy azul en aquellos tiempos, organizadora del Día de América en Asturias, aplaudido por el «Oviedín del alma», el fetén, el que jugaba al tenis, y el otro, el que jugaba en los merenderos del Cristo, Colloto y la Corredoria a los bolos, la rana o la «llave».
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