Me dan mucha pereza la mayoría de podcasts españoles. Los escucho, no lo puedo evitar, pero me producen una desazón terrible, especialmente los conducidos por hombres. No he entrado mucho en ese debate sobre si deberían existir espacios de este tipo hechos por nosotros alejados de posturas conservadoras, pero sí que escucho muchos podcasts. Generalmente no aguanto más de dos o tres episodios cuando doy con alguno que no está a dos pasos de pedir un golpe de estado por culpa del exceso de impuestos que dicen que pagan, y me cuesta horrores dejarme llevar por ese frikismo mainstream centrado en Star Wars y similares. Incluso el otro día escuché uno en el que expertos en geopolítica analizaban la geopolítica de la franquicia.
En ese sentido, los podcasters y demás fauna de derechas, pues es lo que son por mucho que sonrían y se hagan tatuajes, nos han ganado la partida. Por goleada. No se cortan de opinar sobre nada, generalmente mal, y nos brindan momentos espeluznantes como el reciente del simpático socorrista que ponía a mujeres en peligro para ligar y que tanto hizo gozar al insigne Jordi Wild. También opinan sobre economía en este tipo de espacios, sobre si el feminismo ha ido demasiado lejos, sobre si hay que sacar patrullas ciudadanas a la calle para ejercer el vigilantismo en uno de los países menos violentos del planeta, sobre si hay que dejar de pagar impuestos, sobre todo lo humano y lo divino y, generalmente, estúpido. En cambio, desde las filas progres se habla de Star Wars. Procurando no pinchar mucho, no vaya a ser que se ofenda alguien.
Esto es una receta perfecta para el fracaso, por supuesto. Las empresas que financian estos espacios no tienen muchos reparos con las diatribas contra los impuestos, pero si la misma empresa patrocina un podcast a gente de otro signo político, cuidado con lo que vas a decir en él, supongo. Los podcasts de gente progresista son un poco como ese meme del señor doblándose sobre sí mismo y haciéndose sus cosas ahí abajo con la boca. Así que tenemos por un lado podcasters, youtubers y como se llamen los demás, entrevistando siempre a los mismos por aquello de generar visitas, organizando ridículas jornadas de peleas entre hombres muy machos pero desde el buen rollo, eso sí, que uno se puede pelear como un mandril con otro pero luego ser simpático, y por otro a señores de mediana edad hablando de Star Wars y esforzándose horrores para no dejar al descubierto su ideología. A mí todo esto solo me dice que tanto unos como otros son básicos, hombres muy básicos, hombres aburridos, al fin y al cabo.
Me produce un sopor especial enfrentarme al enésimo análisis de lo último de la saga de George Lucas. Estos podcasts de espíritu Funko están muy bien si lo que quieres es escucharte a ti mismo, pero mientras tanto, hay gente entrevistando en su podcast a Ana Iris Simón comiéndote la tostada. Quizá ella es la princesa Leia del extremo centro, no sé, pero cuando debatimos sobre la posible existencia de podcasters, youtubers o lo que sean que puedan competir con todo este cansino ecosistema conservador y, en muchas ocasiones, misógino, me resulta chocante que nadie señale esto: la extrema banalidad de los que existen al otro lado.
Se me ocurre que la mayoría de los que hablan de frikismo mainstream en sus podcasts quizá son señores a los que les va muy bien en la vida y no tienen otra cosa de la que hablar, lo cual es muy significativo. Así que mientras esto siga así, mientras nadie apoye económicamente la otra cara de la moneda, si la llega a haber, no se podrá cambiar nada y los progresistas estaremos llegando muy tarde a todo esto. No tenemos que tener un Joe Rogan de izquierdas, no seamos ridículos. No podemos sustituir a un idiota por otro que, para más castigo, es inane.
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