Por última vez, Joaquín Sabina se sentó en su taburete, ese trono melancólico desde el que tantas veces nos cantó las verdades más incómodas con la ternura de un poeta callejero. Lo hizo este miércoles en Gijón, bajo el cielo amable de julio y con la certeza, esta vez sí, de que era una despedida sin trampas.
La gira se llama Hola y adiós, pero no hubo principio que no supiera ya a final. Cuando dieron las diez, con exquisita puntualidad, comenzó a sonar Lágrimas de Mármol. Y desde ahí, el tiempo pareció congelarse en un vaivén de acordes, versos y confesiones que fueron guiando al público por las esquinas más dolientes y luminosas de su repertorio.
Entre canción y canción, el jienense agradecía con su voz cascada, ese terciopelo roto patentado, el amor de un público entregado, poblado por chavales sorprendentemente jóvenes, familias enteras, parejas y asistentes en solitario de todas las edades.
«Gijón es de las ciudades más importantes de mi vida», confesó el artista con esa mezcla de piedad y descaro que solo él sabe conjurar, visiblemente emocionado. Y uno no puede sino imaginar que aquí dejó, quizá, alguna rima aún por escribir. Tuvo tiempo para recordar al poeta Ángel González y también se tomó un respiro a mitad de función, dejando que su banda, siempre impecable, mantuviera el alma del concierto viva mientras él recuperaba el aliento.
Cómo no, hubo lugar para las imprescindibles: Y sin embargo, 19 días y 500 noches, Peces de ciudad, Calle Melancolía, Contigo. Cada una coreada con fervor por un público que sabía que estaba viviendo historia. El cariño era mutuo.
La noche se cerró con Princesa y, tras la última nota, todo cuanto se podía escuchar era un largo aplauso, de los que no quieren terminar, de los que son más bien una súplica, un «no te vayas del todo». Pero Sabina ha cumplido su promesa. Ha dicho adiós con dignidad, sin aferrarse al pasado, regalándonos un último show lleno de honestidad, emoción y belleza.
Mientras haya quien cite un verso suyo en mitad de una conversación, quien encuentre refugio en sus canciones en las noches largas, quien se atreva a amar con la torpeza lúcida con la que él nos enseñó, Sabina seguirá presente. Porque lo suyo no es solo cantar: es mirar el mundo con una aleación de cinismo y ternura que hoy, más que nunca, necesitamos. Que se retire si quiere. Nosotros no lo dejaremos ir.