Usted no es xenófobo porque sabe que la participación de los inmigrantes en la actividad productiva es determinante. Porque el 15,18% de extranjeros que forma parte de la población ocupada es imprescindible para que las cosas funcionen. Porque la tasa de actividad de la población extranjera es del 68,54%, diez puntos por encima de la media nacional (58,49%). Porque la guía principal del proyecto inmigratorio es legítima y provechosa: trabajar para sí y para su familia (aquí y allá) conforme a las oportunidades que nuestro país ofrece, y eso beneficia a todos. Porque más del 60% de los peones agrícolas, del 30% de los camareros, del 25% de los operarios de la industria manufacturera, del 20% de los trabajadores menos cualificados de la construcción y del 40% del personal doméstico son extranjeros (todos los datos anteriores del «Informe del Mercado de Trabajo de las Personas Extranjeras», del Servicio Público de Empleo Estatal, mayo de 2025). Porque sectores enteros de la estructura productiva no funcionarían si, hartos del menosprecio y el hostigamiento que protagoniza contra ellos el nacional-populismo, se pusiesen en huelga. Porque, como a todo al que contribuye con su aportación, usted tiene mucho que agradecer al cuidador de su familiar, a quien presta el servicio doméstico, a quien está subido al andamio ayudando con su trabajo al desarrollo de infraestructuras, a quien se emplea en el barco de pesca haciendo un trabajo duro para el que hay escasez de vocación y sacrificio, o a quien cosecha el melón en Torre Pacheco que disfrutaremos hoy en el postre, mientras unos desalmados organizan cacerías contra él y su familia. Porque el flujo inmigratorio es también generador de riqueza, comercio, intercambio cultural y social e inversión en doble dirección. Porque en la mayor parte de los casos y en la realidad del día a día se trabaja codo con codo sin distinciones, sin un «nosotros» y sin un «ellos», tratando de sacar adelante la tarea común.
Usted no es xenófobo porque sabe que la renovación generacional depende también de los flujos migratorios. Porque retornar a un modelo familiar de alta natalidad, con la mujer dedicada prácticamente en exclusiva a la maternidad y crianza, y la supuesta uniformidad cultural de antaño, es absurdo e inviable, además de reaccionario. Porque la tasa de natalidad es del 6,7 por mil y el índice de fecundidad es de 1,16 hijos por mujer (datos del informe «Movimiento Natural de la Población», Instituto Nacional de Estadística, 2023) y sucede así no sólo por circunstancias económicas y sociales sino también por decisión libre, legítima y meditada de parejas que no quieren tener hijos o no quieren tener más de uno, y porque el proyecto vital de la mayoría de las mujeres, con toda justicia, no pasa necesariamente por la maternidad, o sólo por la maternidad. Porque, la tasa de mortalidad es de 9 por mil, y la media de edad de 44,3 años (8,8 por mil y 38,6 años hace dos décadas, por ejemplo) y sin la inmigración el declive demográfico y el envejecimiento traería efectos letales para el sostenimiento económico y social.
Usted no es xenófobo, porque, evidentemente, la inmigración tiene implicaciones sociales y culturales, algunas complejas de gestionar, pero al mismo tiempo nuestras señas de identidad y nuestra historia nos dan una enseñanza y una ventaja comparativa muy importante: la capacidad de ir modificando la forma de pertenencia y el vínculo a nuestro país, de una manera abierta y atractiva para todos, también para quien se queda. Porque nuestra trayectoria histórica de los siglos XIX y el XX es la de un país de emigrantes (y sigue siendo un fenómeno importante, aunque ahora más selectivo y cualificado) que tenemos muy fresca en la memoria familiar y colectiva, y que no olvidamos, pues las motivaciones y el afán de prosperar de quienes se fueron tienen mucho que ver con el proyecto inmigratorio de quienes emprenden aquí su camino. Porque nuestra forma de vida es más abierta al encuentro con el otro, al disfrute en paz del espacio común, al mestizaje que es parte de nuestro bagaje. Y porque nuestra historia, con todas sus heridas, también es la del cruce de caminos y el encuentro de civilizaciones, no hay más que fijarnos en nuestras herencias culturales y patrimoniales. Porque la marca de nuestro país, no es la imposición ni la agresividad, sino la vocación por la diplomacia, sin ninguna nostalgia colonial y con una voluntad de entendimiento entre iguales. Además, con la comunidad iberoamericana, nos unen unos lazos estrechos que empiezan por la lengua y pasan por ese permanente camino de ida y vuelta entre España y América. Y con la ribera sur del Mediterráneo nos vincula un sustrato cultural común, pues por mucho que cuatro fanáticos se empeñen en decirnos que nada tenemos que ver con el mundo árabe y que la identidad española se construye bajo los mitos de la Reconquista, la realidad histórica es otra; y, en el plano estrictamente pragmático, la necesidad de gestionar, en interés mutuo, esta parte del mundo, hace imprescindible el entendimiento y la cooperación a todos los niveles, algo en lo que la inmigración juega un papel de puente e impulso. Porque, en suma, la forma de ser y estar en un país, su identidad, cambia, y es un anacronismo y una brutalidad, además de una tergiversación histórica irresponsable, afirmar una españolidad basada en cánones (los del franquismo sociológico, la inquisitorial pureza de sangre y la añoranza imperial) que el nacional-populismo quiere controlar y en los que sólo una minoría excluyente, ignorante y radicalizada se reconoce. Porque la supervivencia como pueblo de la que habla falsariamente el nacional-populismo se basa en criterios de pureza religiosa, cultural y étnica que son una ensoñación atávica y una pesadilla moral. Porque no hay más supervivencia que la que atañe a todos los pueblos, la que requiere la apertura de mentes, la configuración paulatina de una identidad incluyente, evolutiva y, por ello, atrayente, que cultive un espacio compartido basado en reglas comunes que pongan en el centro el respeto a los derechos de las personas.
Usted no es xenófobo porque sabe que migrar es un derecho humano («toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país», artículo 13.2 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos); y porque cualquier persona con iniciativa que desee un futuro mejor para sí y los suyos y no encuentre en su país oportunidades para vivir en paz y prosperar consideraría seriamente esta opción, como así ha sido siempre. Porque, aunque las leyes migratorias (que son un producto muy reciente, en términos históricos) pueden tratar de establecer cauces y limitaciones, de ello no deben desprenderse consecuencias crueles o irracionales, como las que estamos viendo en países que han emprendido una guerra contra la inmigración tratándola poco menos que como un acto de terrorismo. Porque la irregularidad también surge del hecho de que los cauces legales sean estrechos y muchas veces inoperantes: pedir un visado de trabajo en un consulado de España en el extranjero, reagrupar a una familia o que una empresa contrate en origen el personal concreto que necesite, es, en muchas ocasiones inviable o una carrera interminable de obstáculos burocráticos, por poner ejemplos elementales. Porque facilitar vías, como los procedimientos de arraigo o la eventual regularización promovida por la Iniciativa Legislativa Popular en trámite en las Cortes Generales, que permitan acceder a un estatus regular a quien tiene red de apoyo personal, posibilidades de empleo y formación en España y ya está aquí, es una alternativa lógica y de justicia, permitiendo cotizar y contribuir a quien está además en condiciones de hacerlo, saliendo de los circuitos de la clandestinidad. Porque los inmigrantes pasan un examen diario a ojos de la población, superando los prejuicios y la desconfianza inducida, que se suma al que le imponen las trabas regulatorias. Porque nuestras leyes ya son muy severas: la expulsión se sigue aplicando como sanción frente a la infracción administrativa de estancia irregular (2.100 expulsiones en 2024) contemplándose además la privación de libertad en un Centro de Internamiento de Extranjeros hasta 60 días para asegurar su ejecución; expulsión que también se aplica en caso de existir razones de seguridad nacional o condenas penales en distintos supuestos bajo los requisitos del artículo 89 del Código Penal, que puede permitirla a partir de penas de un año de prisión (931 expulsiones en 2024). Porque nuestra legislación es igualmente restrictiva en materia de nacionalidad, que es, además, la única vía para ejercer derechos políticos en España: nuestro Código Civil no contempla más que residualmente un criterio de ius soli, prevaleciendo el principio de ius sanguinis, de modo que, con carácter general, un progenitor debe ser español o haber nacido ya en España para que la nacionalidad de origen del descendiente pueda ser la española; y el acceso a la nacionalidad por residencia requiere diez años de residencia legal (dos años para los nacionales de países iberoamericanos, Andorra, Filipinas, Guinea Ecuatorial, Portugal y los sefardíes) y demostrar en todo caso buena conducta y la integración suficiente en la sociedad española, en un expediente no precisamente sencillo ni rápido.
Usted no es xenófobo porque, en los casos de protección internacional (distintos de la migración económica) mantener el derecho de asilo y refugio a quien escapa de la guerra, la persecución y el conflicto es una obligación mutua asumida por nuestro país en la Convención del Estatuto de los Refugiados (1951), aprobada para proteger inicialmente a la población europea, y el Protocolo que la complementa y la hace universal (1967), basada en un principio elemental de solidaridad que está en el corazón de la idea de humanidad. Porque conocemos la dramática historia de nuestro país, que desde la Guerra de la Independencia hasta la restauración de la democracia en 1978 ha sido una máquina de producir exiliados entre cambios de régimen, golpes, guerras civiles y feroces represiones institucionales, llevando a miles de compatriotas a penar en otros países soñando con un retorno que no siempre pudo tener lugar.
Usted no es xenófobo porque sabe que la llamada «reemigración» y la deportación masiva (hasta de ocho millones de personas, ha prometido una diputada, también personas ya nacidas en España o nacionalizadas) lleva a salvajadas como las que protagoniza el trumpismo en Estados Unidos: redadas masivas, separación de familias, detenciones humillantes y violentas hasta en centros de trabajo y centros educativos, despojo de visados a estudiantes internacionales, retirada arbitraria y sin posibilidad de recurso efectivo de autorizaciones de residencia e incluso de la nacionalidad, paranoia colectiva contra el extranjero y especialmente contra la población latina, apertura de campos de concentración (porque eso son) en Guantánamo o en el «Alcatraz de los caimanes» en los humedales de Florida, con una brutalidad despiadada que nos recuerda que el camino a la «solución final» empezó en los años treinta tratando la cuestión judía como una cuestión migratoria de apátridas sobrevenidos. Porque otorgar al Estado tal capacidad de actuación sobre la vida y la libertad del individuo significa asumir que, el día de mañana, por la razón ideológica, política, social, económica, o cultural que sea, le pueden hacer algo parecido a cualquiera.
Usted no es xenófobo porque sabe distinguir entre actuaciones individuales indeseables, que pueden merecer una respuesta penal, y culpas colectivas, injustas por definición. Porque no le gusta el desorden intrínseco que significa ver a organizaciones de ultraderecha, que ya no son anecdóticas y que se han convertido en un verdadero problema de seguridad nacional (aquí y en otros países, incluso con pretensiones golpistas que van más allá de la bravata) llevando a cabo una violencia criminal, organizada e indiscriminada, manchando el nombre de España con sólo pronunciarlo en su supuesta defensa.
Usted no es xenófobo porque no necesita hacer a nadie de peor condición para afirmarse. Porque no le gusta la vileza y estupidez que destilan quienes se empeñan en que deteste a su vecino, a quien profesa otra religión como parte de su vida personal, a quien espera junto a usted en un centro de salud o una marquesina de transporte, al menor que ha llegado sólo y aguarda su oportunidad de salir del círculo de la pobreza, a quien le sirve el café en el bar o limpia su portal, a quien ha conseguido abrirse paso y comienza a funcionarle su pequeño negocio, a quien juega con su hijo en un parque infantil o en el equipo del barrio, a quien lleva un pañuelo recogiéndose el pelo (porque las decisiones personales liberatorias no se toman de la noche a la mañana sino con el tiempo y la sucesión generacional), a quien quizá el día de mañana sea su pariente y a quien ya, probablemente, es su amigo o compañero.
Usted no es xenófobo aunque quieran convencerle de lo contrario y de la necesidad del odio: un fardo imposible de soportar, un yugo que no nos uncirán.
Comentarios