Una vez más España aparece con un enorme sabor amargo. La historia de Juana Rivas y sus hijos vuelve a sacudirnos el alma. Esos casos que no deberían existir en un Estado de Derecho que presume de proteger a los más vulnerables, a las mujeres víctimas de violencia, a los niños que no son simples expedientes judiciales sino personas con sentimientos, miedos y dignidad.
Hoy no estamos hablando de teorías legales. Hoy hablamos de un menor —un niño que no es un bebé incapaz de expresarse, sino un joven capaz de llorar, de gritar y de suplicar— que ha dicho a quien ha querido escucharle: «no quiero volver con mi padre, tengo miedo». ¿Qué justicia es esta que ignora el clamor de un niño? ¿En qué momento se nos endureció tanto el corazón?
Porque la realidad es esta: el padre, Francesco Arcuri, fue condenado en su día por maltrato. La madre, Juana Rivas, luchó y sigue luchando contra un sistema que a menudo da la espalda a quienes más necesitan protección. Y ahora, un hijo que pide amparo, que encuentra refugio en los brazos de su madre, está obligado por sentencia judicial a ser arrancado de ella y devuelto a quien teme. ¿Qué nombre le ponemos a esto? ¿«Cumplimiento legal»? ¿«Cooperación internacional»? Nosotros, desde la sociedad civil, le ponemos otro nombre: injusticia.
Los tratados internacionales están para proteger a los niños, no para someterles a más sufrimiento. El Tribunal Constitucional, con su negativa a escuchar el recurso de amparo, da la espalda no solo a Juana, sino a la voz inocente de un niño que suplica ser escuchado. Y nosotros, la sociedad, tenemos la obligación moral de alzar la voz cuando el sistema falla.
Porque un niño que clama por quedarse con su madre merece ser escuchado. Porque no estamos ante una simple disputa judicial, sino ante la vida y la estabilidad emocional de un menor. Porque no podemos permitir que una sentencia sea ejecutada como si la infancia no doliera, como si no importara el llanto ni el miedo.
Hoy no pedimos un favor, pedimos justicia con corazón. Pedimos que la decisión judicial se reconsidere a la luz de las circunstancias actuales, del testimonio del menor, del sufrimiento de una madre. Pedimos que la justicia española demuestre que es sensible, que protege, que no se limita a aplicar la ley a ciegas, sino que también escucha, observa y protege.
Señores jueces, señoras juezas: todavía están a tiempo. Escuchen al niño. Escuchen a la madre. Escuchen a una sociedad que no quiere más heridas, que no quiere ver cómo se rompen la infancia y el amor materno bajo la fría rigidez de una sentencia.
Y a ti, ciudadano o ciudadana, te pido que no calles. Comparte, denuncia, apoya. Porque el dolor de este niño también podría ser el de nuestros hijos, nuestras hijas, nuestros seres queridos.
La justicia sin empatía no es justicia. Es puro trámite.
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