¡Oh, gran gozo o gozada! -que así exclamaría un obispo, entre Pinto y Valdemoro, al que no gusta oler a oveja ni pastorearlas, llamadas esas pérfidas bestias en Italiano «pecore»-. Algo semejante exclamé yo, al regresar a Valderas este año, hace días y otra vez, a esa localidad morisca en Campos Góticos, de León al Sur. Ya escribí que es pueblo famoso en el mundo entero por la cazuela de barro, cocinada en «El rebeco», a base de aceite con ajos y pimentón rojo para pringue en hogaza enorme, y con trozos de bacalao, traído, como siempre, desde tiempos remotos maragatos, desde la vecina Portugal. Acaso por lo de morisca, escribo ahora que Valderas mantiene a Santiago en el frontispicio de una de las puertas principales de acceso a la población: un Santiago de Zebedeo, que vigila amenazador, pues es patrón de España y de la Orden Militar de Quevedo, siempre subido a su caballo blanco, golpeando cabezas de infieles o musulmanes.
En Valderas, la panadera Sara, viuda de Estébanez, no abre los domingos; Dionisio, el del quiosco, vende dos ejemplares del Diario de León, con regalo de El Mundo; el cura moreno y de Santo Domingo, llamado «Raimond» en rito chamán y Raimundo en el cristiano, predica en la Misa, en la Iglesia de Santa María del Azogue, sobre el amor que Dios nos tiene, que es mucho, muchísimo, lo cual es acogido por la media docena de asistentes y/o asistentas, muy prácticos y pragmáticas, con indiferencia.
Pero eso no es todo: Valderas tiene mucho más. Mirando a la otra iglesia, la de San Juan, la del mercado, la fedataria de la localidad anuncia su «notaría» o negocio de «fe pública», ya casi de mujeres, como Las Nubes de Aristófanes o los cajoncitos de cerezas empicotadas, a diez euros los dos kilos; también la fedataria advierte que atenderá a la clientela sólo los lunes, el día de mercado. No se sabe que el oficio de «escribana» se transmita de madre a hija, según era habitual entre los conversos de antes, tal como explicó don Fernando del Pulgar Pulgarcito en Claros varones de Castilla.
Y en El Moderno, más que vermuts, después de Misa dominical, se despachan vasos del barato vino de la zona: el Prieto-Picudo, aunque es más de Gordoncillo que de Valderas, que tiene Cooperativa y contabilidad propia. Y es que en el negocio del Moderno aún se recuerda a Melquiades, con fama de varón bien mirado y con sosiego de espíritu, siempre de frente, y también a sus tres hijas, llamadas: Marujina, Florina y Pacuchina, hoy ya mayores de edad.
Dos acontecimientos trastornaron la tranquilidad del concejo o pueblo. En primer lugar, las noticias que llegaban de Valdefuentes, de donde procedió la madre, allí enterrada, de la famosa Begoña, tan bien casada. En segundo lugar, la noticia publicada el miércoles en la página 25, del 9 de julio de 2025 en el periódico El País y que fue la siguiente: «Fabricar balas para sobrevivir en el pueblo», en el que el periodista Juan Navarro, introduce su información, mezclada con tres noticias mundiales: el genocidio israelí en Gaza, los nuevos bombardeos rusos sobre Ucrania y lo nuclear irrumpe entre EE.UU. e Irán.
Y añade el periodista Navarro: «Valderas se convertirá en sede de una fábrica de armas que probablemente acaben «recabando» en esos conflictos que tanto escandalizan». El reportaje informativo concluye con un imperativo categórico, no de Kant, el de La Paz Perpetua, sino de una tal Socorro Ruano, vecina de la localidad: «Las armas son para matar gente, pero es lo que hay». Y lo que mi amiga Verónica me aseguró desde Valdefuentes, ahora nada debo contar, pues lo increíble es aún por saber, que quedará para un futuro libro, como el de Javier Cercas, que tituló El loco de Dios en el fin del mundo. El título de mi libro podría ser: La loca de Dios en el fin del mundo.
¿Quién largó de España a su Majestad, el Rey honorífico, que es tratamiento conforme a lo mandado en el Real Decreto 470/2014, de 13 de junio? Es aconsejable no confundir tal Real Decreto, con el 474/2014, de 13 de junio, por el que se aprobó la norma de calidad de derivados cárnicos. Fue André Maurois, en la biografía de Amiel, el que escribió: «El hombre necesita honores». Y añado: «Los reyes más, muchos honores, no bastando con ser enterrados en El Escorial, pues tuvieron de niños cucharillas de plata».
Se sale del «Moderno» y en la plaza se topaba antes con el busto esculpido del Padre Isla, que fue un sátiro y jesuita leonés -no todos los jesuitas son sátiros- habiendo, el cura Isla, pasado la infancia y juventud en Valderas. Ahora la estatua es de un obispo local, apellidado Panduro, lo cual es impropio teológicamente escribiendo, pues la especie del pan (la otra es el vino), no puede estar dura. Hoy, en Valderas, la calle más ancha, en la que hay una ferretería, una pescadería y una carnicería, todos oficios de moriscos, se llama Padre Isla.
El tal jesuita escribió una sátira burlesca de los sermones de la época, que es un libro titulado: «Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas, alias zotes», que fue un personaje de ficción, propio de la segunda mitad del siglo XVIII. El libro resultó ser un tratado satírico-burlesco sobre la incultura de la época, los métodos de la educación y los vicios en la profesión religiosa. También es obra documental y costumbrista, sobre eso tan importante, susceptible de ramificación, que es la Oratoria Sagrada, muy bien considerada en Francia por Bossuet, teórico de las Oraciones Fúnebres, que llamó sermones.
Fray Gerundio, frailecico, personaje creado por el Padre Isla -según lo ya escrito- fue predicador extravagante, héroe novelesco, cercano fonéticamente a «Abundio» que en castellano significa «tonto en grado máximo». Por el libro se pasean los extravagantes y estrambóticos maestros de Fray Gerundio, caso del maestro de Villaornate «El cojo» que, junto a Fray Blas, fueron los responsables de la pedantería y gongorismos del fraile Gerundio, abusón de gerundios y de supinos, esdrújulas y alegatos rimbombantes. ¡Qué importantes y difíciles son los gerundios y, sobre todo, los supinos!
El P. Isla hizo nacer a Fray Gerundio, hijo del labrador Antón Zotes y de Catalina Rebollo, en la vecina localidad de Campazas, a escasos kilómetros de Valderas, que en su tiempo, una y otra, tuvieron comunicación por caminos de hierro, gracias al llamado «Tren Burra». Julián González Prieto, Julianín, hijo de Julián, el maquinista del tren, escribió un libro sobre el tal que, partiendo de Palanquinos (León), llegaba a Medina de Rioseco (Valladolid), atravesando Tierra de Campos, también Campos Góticos. La línea ferroviaria fue inaugurada en 1884; en 1953 empiezan a funcionar los automotores, y el 11 de julio de 1969, el tren realizó el último viaje.
Es tiempo de verano, y sigo sin saber si la gente lee o no lee. Que la gente ya no compre periódicos, no es prueba de no lectura, sino de otra cosa muy diferente. Y el «chollo» ya pasó, aunque las corruptelas sigan. El mexicano, Roger Barra, autor de Chamanes y Robots, ya lo escribió: «Aunque la vida es breve, hay que aprovechar el tiempo para resplandecer» ¡Aplícate el cuento, estimada lectora o lector!
El tren en su camino hacia Valladolid pasaba por Campazas, escribiendo Julián González: «Mientras paramos me cuentan que, de ese pueblo, fue un fraile llamado fray Gerundio de Campazas. Se hizo famoso porque, cuando predicaba, decía cosas muy bonitas, pero que nadie entendía. Era un atropabarros o exagerado en el decir. Y de la estación de Campazas, atravesando el encinar del Monte del Duque, con alguna liebre siempre agazapada y para ser cazada, se llegaba a la estación de Valderas, al otro lado del rio Cea, cruzando la carretera Valderas-Benavente.
Se dice que el autor del libro, «palentino de nacencia, con fuertes raíces terracampinas, es leonés de nacencia», habiendo llegado a ser maestro nacional, y es que por aquella zona «abundan» los maestros nacionales, caso de mi amigo Abundio, precisamente, García y Caballero, natural de San Miguel del Valle, ya en Zamora, que hasta escribió un libro titulado Localismos que son palabras o expresiones de aquella zona, como bambolla que es boato, presunción y pompa, o trespiés, que es un palanganero, también trípode para asentar la palangana.
En la nota del autor, éste trata de amigo y tutea al lector, diciéndole: «En el relato encontraréis reflejados, en cursiva, los ricos léxicos terracampinos, alistano y caló o romaní, junto a muchos vulgarismos. Todos ellos, ya en desuso, aparecen recopilados en el Palabrero final». ¡Jolines, estos maestros nacionales salieron todos filólogos!
Recomiendo la lectura del libro sobre Fray Gerundio de Campazas, aspirante a éxitos en la «carrera del pulpito», siendo sin duda la mejor edición la de la Biblioteca Clásica de la Real Academia Española, habiendo sido su director el genial Francisco Rico: un total de 1420 páginas, con texto y anotaciones. De lo mucho recomendable, señalo el Capítulo Segundo del Libro Tercero (primera parte), sobre las ridículas reglas para predicar, según Fray Blas, y también los Capítulos Tercero y Cuarto del Libro Cuarto (segunda parte), sobre una brillante predicación en Campazas, el día de la Fiesta del Sacramento, quedando aturdida aquel día mucha gente.
Y el autor se explica:
Mira, hermano: «Fray Gerundio de Campazas, con este nombre y apellido, ni le hay ni le ha habido ni es verosímil que jamás le haiga. Pero predicadores gerundios, con fray o sin él, con don y sin don, con capilla y con bonete: en fin, vestidos de largo, de todos colores y de todas figuras, los ha habido, los hay y los habrá como así, si Dios no lo remedia».
La risa empieza desde el principio del libro: «Campazas es un lugar de que no hizo mención Ptolomeo en sus cartas geográficas porque verisímilmente no tuvo noticia de él». Y es sorprendente la minuciosidad de nuestro jesuita sobre la alimentación de Antón Zotes, el padre de nuestro protagonista de la novela y de bautizarle «Gerundio»:
«Era Antón Zotes, un buen hombre de la Tierra de Campos (bonus vir de Campis), un labrador de una mediana pasada, hombre de machorra, cecina y pan mediado los días ordinarios, con cebolla y puerro por postre; vaca y chorizo los días de fiesta; su torrezno corriente por almuerzo y cena, aunque esta era tal vez un salpicón de vaca; despensa o aguapié su bebida usual, menos cuando tenía en casa algún fraile, especialmente si era prelado, lector o algún gran supuesto en las Órdenes, que entonces se sacaba a la mesa vino de Villamañán o del Páramo».
La obra del jesuita Isla fue denunciada a la Inquisición por muchos clérigos o frailes, representando el sentir de órdenes religiosas, desatándose una polémica sin precedentes, acusando a Isla de mofarse del estado religioso, por irrisión y con escarnio. El autor tuvo que dedicarse durante años a defenderse de los ataques a su obra, a su persona y a su Compañía. Por auto de 10 de mayo de 1760, la Inquisición ordenó la prohibición total de la Primera parte, y más tarde se ordenaría la prohibición de la Segunda parte, también in totum, ya en 1776.
En el estudio crítico que sigue a la edición de la Real Academia Española del libro de Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes, se recomienda la lectura de la obra de Isla «como un conjunto en el que nada debe despreciarse, para descubrir mucho menos lo arqueológico que todo un universo de ironía, parodia y sátira que hacen grande a su autor cuando un lector actualiza correctamente su novela».
Y de humor hay mucho que, como ya expliqué en el anterior artículo, ahora está de moda. Y no hablo de la moda como la de ropa y otras parecidas, «asociadas a la frivolidad y los antojos, a una industria insaciable, que atiborra las tiendas de caprichos». (Marta D. Riezu, La moda justa o una invitación a vestir con ética).
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