Contra el consenso imperial

OPINIÓN

Donald Trump en una imagen de archivo.
Donald Trump en una imagen de archivo. CONTACTO vía Europa Press | EUROPAPRESS

05 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

A diferencia de la conducta del Secretario General de la OTAN (ese que con entusiasmo y sonrisa nos compele a abrazar la «mentalidad de guerra») no se envía un mensaje de texto a Trump (que éste publicará íntegro en su red social) elogiando su presión insoportable al resto de los miembros de la OTAN, exigiéndoles que subordinen sus prioridades presupuestarias para sumarse a una carrera armamentística de temible destino, y además priorizando las compras de material de defensa a la industria militar norteamericana. No se alimenta el ego de un narcisista bajo la vana ilusión de que, de este modo, tendrá misericordia y proximidad a las posiciones de quien busca de manera sumisa su condescendencia.

Contrariamente al proceder de la Alta Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, no se justifica el lenguaje lisonjero y la postración del dirigente atlantista pretextando que la estrategia de hacerse escuchar lo requiere, y restando importancia al mensaje político que ello destila. Y menos se hace con una camiseta estampada del mensaje «love and peace» (entrevista en Euronews coincidente con la cumbre de la OTAN, 25 de junio) mientras se patrocina, como su defendido, un incremento exorbitante del gasto militar que, de llevarse cabo, se hace además a despecho de otras inversiones y necesidades (desde los fondos de cooperación internacional a las políticas sociales).

En contraste con la desnortada Presidenta de la Comisión Europea, no se acude a un complejo inmobiliario privado del Presidente de Estados Unidos (Trump Turnberry, Escocia, 27 de julio) como quien responde a la llamada al servicio. No se entra en el juego, irresponsable y elocuente, de convertir sus resorts en lugar de despacho de asuntos públicos. No se aceptan las urgencias artificiales impuestas ni el tono chantajista, por principio, en cualquier negociación. Y no se suscriben acuerdos que no se publican, si en algo apreciamos el Estado de Derecho y una dosis elemental de transparencia.

Más de una semana después de alcanzarlo no se conoce ningún texto formal común del desigual y dañino acuerdo para limitar los aranceles «recíprocos» de EEUU (contención que no afecta a sectores como el aluminio, acero y derivados, que se mantiene en un desorbitado 50%) y evitar la imposición de aranceles por la UE. No aparece en versión escrita y lo que la Casa Blanca y la Comisión Europea dicen sobre su contenido ni siquiera es coincidente, y no en matices precisamente. Veremos, por otra parte, cuanto tarda Trump en violentar lo poco que se haya verdaderamente pactado.

Al contrario del actuar de nuestros dirigentes, no se incuba el huevo de la serpiente exhibiendo tal debilidad, ni se acepta la arbitrariedad y el poder ilimitado, que es la base primera del totalitarismo. Ni se cambia del carril del diálogo respetuoso entre socios para pasar al del intento de persuasión del líder, con el fin de rogarle que escuche y centre momentáneamente su atención (tentativa baldía, además). No se transita del unilateralismo consentido que se ha practicado durante décadas, y que ya ha sido tan lesivo para las relaciones internacionales, al consenso imperial, consistente en permitir por puro temor los desmanes, ilegalidades, extorsiones y amenazas como modus operandi en el nuevo desorden mundial.

Limitándose a tratar de contener el estropicio se acaba asumiendo el desmantelamiento del trabajo de décadas. Del sistema de tratados y la construcción de la legalidad supranacional, se pasa al ataque directo contra la justicia internacional y la retirada de los organismos multilaterales. De la lucha común contra el cambio climático a su negación de raíz contra toda la literatura científica (y al combate directo a las energías renovables, que se rechazan por puro prejuicio ideológico). De los esfuerzos para una competencia equitativa a escurrirse de los acuerdos sobre elusión fiscal y tributación mínima de los grandes grupos empresariales multinacionales. De la edificación de un sistema comercial basado en la seguridad jurídica para los operadores a través de la Organización Mundial del Comercio y su acervo convencional, a la consagración de la utilización de las medidas abusivas incluso con finalidades de injerencia interna en los países afectados (como en el caso de los aranceles sobre Brasil).

Al revés que nuestros genuflexos representantes, pendientes constantemente de cada estornudo, gesto o aspaviento de Trump y dispuestos a aceptar las humillaciones directas (Trump dijo, textualmente, que venían a «besarle el culo», 9 de abril, reunión del Comité del Partido Republicano en el Congreso), procedería adoptar una cautelosa distancia con el histrionismo y defender de manera pragmática la colaboración en el marco de las organizaciones internacionales y de un orden basado en reglas. Es hora de entender que mientras los votantes norteamericanos sostengan esta política no encontraremos en EEUU un socio sino un agente (naranja) desestabilizante.

Toca recuperar nuestra propia agenda sin estar constantemente a la espera de la nueva chifladura que nos regale. Demostrando, de manera serena, con hechos y sin teatralizaciones, que no somos siervos; que aunque EEUU sea un país relevante (aunque todo en su justa medida, empezando porque representa el 4,2% de la población global) no nos desvivimos por agradar al emperador; y que tratamos de salvar en lo posible la relación con la parte de la sociedad civil norteamericana y de sus actores políticos, económicos, sociales y culturales que están avergonzados, espantados y atemorizados. Esperando mejores tiempos en aquel país mientras nos preocupamos por construir unas instituciones europeas funcionales, robustas y respetables. No hacen faltan grandes heroicidades, basta con orillar las frecuentes palabras necias de Trump, centrarnos en lo mucho que está en nuestras manos y no vender la dignidad en almoneda.