
Estos días el mundo echa la vista atrás, concretamente ochenta años. El 6 de agosto de 1945 una gigantesca explosión (casi dos mil veces más poderosa que cualquier otro artefacto convencional) arrasó Hiroshima. Tres días más tarde, Nagasaki también sufrió los efectos de la bomba nuclear. Como no puede ser de otra manera, Japón (y toda la comunidad internacional) denuncia el horror vivido por la población. Aunque es verdad que se repiten episodios atroces en la actualidad (sin que nadie ponga freno, como con el genocidio de Gaza), la única manera de que no caiga en el olvido el terror es recordando cada año.
En artículos anteriores ya he manifestado mi tristeza con que en España sigamos sin hacer justicia, sin reparar el daño causado a las víctimas, y esa cicatriz nunca se va a cerrar si el amenazante revisionismo fascista sigue obsesionado en engañar mediante la difusión de bulos. Cada 5 de agosto asisto en San Esteban de las Cruces/San Isteba al homenaje a las 13 Rosas, porque me parece una obligación moral y democrática acudir. No hace mucho tiempo un personaje tan deleznable como Javier Ortega Smith las acusó de violar y de cometer crímenes brutales, algo a lo que ni el tribunal franquista que las condenó a pena de muerte se atrevió a decir (fueron acusadas de «adhesión a la rebelión» en un juicio sumarísimo y sin garantías).
El Tribunal Supremo consideró que el dirigente de Vox realizó esas declaraciones en el ámbito de la libertad de expresión (fue durante una entrevista en televisión), así que se salió con la suya difamando y humillando, sin ninguna consecuencia, a las víctimas. Las políticas en materia de memoria democrática han sufrido importantes retrocesos allí donde la derecha gobierna en ayuntamientos y comunidades autónomas, y sinceramente creo que es algo que puede ir a más aunque hayan pasado cincuenta años del fallecimiento del dictador Francisco Franco.
«Lo que el ojo no ve» era una de mis secciones favoritas de ‘El Día Después’ (aquel mítico programa de fútbol que presentaba, entre otras personas, Michael Robinson). Se ponían diferentes imágenes anecdóticas, con un toque burlesco, ocurridas en los diferentes estadios de España. En aquellos años no había ni redes sociales ni tantas maneras de grabar lo que se emitía por televisión (básicamente estaba el vídeo y las cintas VHS), por lo que aparecer en un momento inapropiado no tenía mucho más recorrido que ese instante en el que se emitían los reportajes (también había en la parrilla de otras cadenas espacios que emitían vídeos de personas que les pasaba de todo [sobre todo caídas], aunque en ese caso a mí nunca me hicieron la más mínima gracia, especialmente si sus protagonistas eran menores).
Ahora con el fenómeno de la viralización ese apuro es mucho más duro de llevar, e incluso a veces las consecuencias son más dramáticas. Es mala pata que en un concierto al que asisten miles de personas seas tú quien aparezcas en pantalla mientras te abrazas con tu amante, tal y como pasó recientemente en Massachusetts durante un bolo de Coldplay (es verdad que cada sociedad tiene un grado de tolerancia diferente con las infidelidades, y aunque en esta parte del mundo lo veamos como un tema privado, en Estados Unidos a esas dos personas les costó su puesto de trabajo).
Me ha dolido bastante la falta de empatía y la nula sensibilidad de ciertas personas que persiguieron y detuvieron a varios migrantes que a bordo de una precaria embarcación habían alcanzado la playa de Castell de Ferro (Granada) tras días de travesía jugándose la vida por el Mediterráneo. En las imágenes no se veía a nadie socorriéndolos ni ayudándolos a alcanzar tierra. ¿Qué tendrán en la cabeza esos turistas para actuar así como si de una ‘patrulla ciudadana’ se tratase? Sin ningún reparo hay que denunciar estos comportamientos racistas para evitar su normalización y aceptación, porque luego se institucionaliza el odio, y como ejemplo está la islamofobia en Jumilla (Murcia) apoyada por el PP y por Vox.
Se ha perdido el miedo y la vergüenza a ser mala persona en su alto espectro. Con toda la voluntariedad del mundo hay mujeres y hombres que no les da apuro mostrar al resto su perfil más asqueroso. Así lo hizo una auxiliar de geriatría de una residencia de mayores de Azuqueca de Henares (Guadalajara) que vejó en un video a una usuaria del centro diciendo que «está más muerta que viva», «me da mucho miedo esta tía» o «esto es lo que tengo que darle», llegando incluso a mostrarla sin pixelar, vulnerando así su intimidad y privacidad.
Como no puede ser de otra manera, ha sido fulminantemente despedida. En otra oda a la promoción de la estupidez están dos chicas que se dedicaron a correr «por los barrios chungos de Barcelona» (concretamente por La Florida, en L’Hospitalet de Llobregat). Una de ellas decía que no se sentía cómoda por los piropos que le lanzaban y la otra que esas calles olían a kebab y había ratas (es fantástica la parodia de la cómica Isabel Rey por el barrio de Salamanca de Madrid). Me gustaría que se volviera a la época en la que en agosto todo el mundo postureaba con sus vacaciones y se olvidaba de atacar y meterse con los demás.
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