I.- Lo muy trágico y dramático leídos con humor, incluso las necrológicas: El humorismo, por ser natural de los ingenios y geniales, privilegiados por mucha mente y corazón, me interesa mucho. Un tal Mercadal escribió allá por 1956, lo siguiente, muy perfecto: «El humor pinta a la Locura, con toga de magistrado, y a la Muerte, con gorro de cascabeles, siendo el titiritero quien, al son de su tamboril, hace bailar grotescamente a todas las figuras humanas como si fuesen muñecas de resorte». Y eso de reírse de las jerarquías, de todas, a base también de «chistes y donaires», es de lo más serio y divertido que se puede hacer. Fenómeno comunicativo el de la risa, exigiendo que las jerarquías se enteren de ella para que sea eficaz en el fastidio.
Pero se ha de comenzar con una advertencia: hubo un tiempo en que lo trágico o dramático eran tales, pero ahora ya no es así; aseguran los críticos literarios que la lectura de dramas y tragedias pueden ser como cuentos de mucha risa, y aconsejan que se lea a Kafka y todo lo de clave de humor, de risas y carcajadas, tal como aseguran que Kafka hacía cuando se leía a sí mismo. Luis Beltrán Almería, autor de Estética de la Modernidad (Cátedra 2025), escribe: «Los grandes artistas modernos son humoristas, pero no siempre se les entiende así (Goethe, Dostoievski, Kafka, Zúñiga»).
Y ahora resulta que Quevedo, de facundia satírico-burlesca, de malicia y de mordacidad agudas e infinitas, de diatribas venenosas, de obras festivas y de cartas, como la dirigida a la Rectora del Colegio de las Vírgenes, todo eso es del mismo tipo o carácter que lo tan serio de «Política de Dios y Gobierno de Cristo», que fue obra escrita cuando Quevedo «se elevó a los altos conceptos de la Política y la Teología». Leer y reír con «Política de Dios y Gobierno de Cristo» era impensable. Y una cuestión de precisión de humor: Lo más humorístico nunca salió de Quevedo; fue de un poeta del siglo XV, natural de Badajoz, que en su obra «El sueño» versificó su propio entierro y funeral.
Y para tener una idea aproximada de lo que puede suponer leer «Politica de Dios» en tono festivo o gracioso, basta tener en cuenta las líneas escritas sobre esa obra por el filólogo Raimundo Lida (1908-1979), tan serio y poco conocido como filólogo hispano: «En la Política de Dios cada frase representa la jactancia de quien amonesta a reyes y ministros, no en nombre propio, sino movido por inspiración divina y sostenido por la verdad infalible de la Biblia y de los Santos». Eso mismo en clave burlesca puede resultar más grandioso, y reírse puede ser más empeño del lector que del escritor. Y pensando en el exiliado filólogo Lida, recuerdo un relato sobre filólogos y filólogas, no de Lolas, como la Flores, sí de Pepas, como la de Cádiz, titulado «Desde un jardín en Lausana», que me dicen leído ya fue por todo el «Oviedín del alma».
Si todo lo muy serio, de mucha «gravitas» ciceroniana, es susceptible de leerse a carcajadas, los tantos y actuales escritores, espontáneos o profesionales de necrológicas y de hechos fúnebres, han de esmerarse para que lo que es su escritura, que es de llorar y de pésames, de ninguna manera se convierta en burlesca o de sátiras, de risa, produciéndose un desproporcionado y total desorden.
Ello, especialmente en estos modernos tiempos en que tanta gente muere y sobre los que hay tanto a escribir; y con mucha rapidez, no dándose abasto con el traslado del muerto o de los muertos en carrozas de gran lujo, antes portadas con caballerías y hoy en Mercedes. La advertencia de los precedentes puntos y aparte, no deberá ser aplicable a los escritores necrófilos que, pretextando narrar del muerto, en realidad sólo escriben de sí mismos. Toda escritura busca un mortis-causa, que es el inalcanzable afán de inmortalidad, pretensión de infantiles, que son los tales aunque se hable o escriba.
II.- Santiago Apóstol: Sólo y único patrón de las Españas:
La calle Santiago, en Valderas, empieza y termina en dos sitios de mucho postín; empieza en una carnicería, la de los Fernández, y termina en la llamada «Puerta de Santiago», que es un arco de estilo mudéjar, con un frontispicio en el que está la imagen empolvada de Santiago Matamoros, también Polvorinos, con dos escudos a los lados. Mira la imagen también a los «conversos» de Valderas a modo de advertencia, e imagen más genuina del Santiago Matamoros: subido al caballo blanco un tanto alborotado y al parecer duro de boca, con espada dando y pisoteando cabezas de moros a un lado y otro y abajo, pues arriba está el cielo y Dios.
La última vez que estuve en esa calle de Valderas la cruzaban dos gitanos que discutían precios de arte sacro, de autor anónimo, y dos payos, cristianos conversos, lamentaban que el gran Seminario, que fue de los teresianos Carmelitas, estuviere tan vacío; lamentando igualmente que se hubieran trasladado a León las únicas monjitas franciscanas que allí permanecían, germánicas por grandes que no cortas, de lo que dio las gracias a Dios el obispo diocesano de León, un monseñor y provinciano de Segovia, el cual, de promesa de futuro, todo él quedó en aguas de borrajas. Y no me perdí, naturalmente, la episcopal acción de gracias.
Santiago, el Apóstol, siempre corajudo por mucho corazón, casi como el de Jesús, y héroe sin miedo, como el Siegfried de la Ópera de Wagner. Unos aseguran, con fuerza de mito legendario, que Santiago fue el Apóstol de Cristo, hijo del Zebedeo, y el predicador en España según dudosos catálogos bizantinos, alimentado con carnes de lagarto, y protagonizando un loco viaje a Palestina y vuelta a España, ya degollado, y todo gracias a una navegación milagrosa. Y en Iria Flavia, tierra gallega, perteneciente a la «gloriosa» monarquía asturiana (la de los lecheros que siendo de saberes cortos, discursean de largo), se le enterró en un cementerio o pudridero, denominado Compostum, encontrando la sepultura el asturiano, casto y también lechero, Alfonso II, en la tercera decena del siglo IX, por una revelación angélica y a luminarias sobrenaturales.
Y más de la monarquía asturiana (¡oh qué emocionante!) fue la batalla de Clavijo, ganando el Rey Ramiro la batalla a los moros, y por la intervención física o directa de Santiago, que, al parecer, fue visto por astures, astures siempre tan imaginativos en hazañas divinas, de santos y de vírgenes. Ramiro fue antes nombre de rey astur y hoy de psicoesteta, lo cual es de mucho parecido. Es de categoría más que de anécdota, que Santiago cambiase de oficio: de ser un pescador en Galilea en tiempos de Cristo, a un guerrero combatiente contra la morisma, en tiempos de la Reconquista, armado hasta los topes y montando a un caballo blanco, adquiriendo la fisonomía del Matamoros por la gracia de Dios. Y el mito se creó en el siglo IX, gracias al asturiano Alfonso II el Casto, que hallado el cuerpo de Santiago, lo veneró como «patrono y señor de toda España» (El camino de Santiago/ Isidro G. Bango Torviso).
Santiago fue el representante de la España cristiana, su primer predicador y símbolo de la lucha contra el «infiel» musulmán, haciendo de lo español una patria, primero exclusivamente religiosa y luego política. Reyes Mate escribió: «El español es un nombre extranjero, un mote que ponen los franceses en el siglo XIII a esos habitantes del norte de España. Gallegos, portugueses, navarros, astures, aragoneses o leoneses, que no se sentían unidos en cuanto herederos de los romanos o de los godos, sino en base a su creencia cristiana». Y añade más adelante: «El ser de los españoles es un hacerse a partir de la ocupación musulmana de lo que había sido Hispania para los romanos». Y para ese empeño el mito de Santiago fue capital. Y más tarde se ampliaría lo simbólico, haciendo de Santiago, patrón de España, un luchador férreo contra los enemigos del reino español y cristiano, llegándose a cantar: «Oh verdadero y digno Santísimo Apóstol, Cabeza refulgente y áurea de España, Protector y patrono tradicional nuestro, Líbranos de la peste, males y llagas, y sé la salvación que viene del cielo».
III.-Un Santiago y dos Franciscos: Uno, Quevedo y otro, Franco:
Por eso a muchos, con pretexto de patriotas, se les ocurrió acudir a Santiago en las variadas luchas y Cruzadas. Entre ellos, a Francisco Franco también, predicador de Santiago como si fuera un canónico compostelano. Franco, al arzobispo de Compostela y cardenal, Quiroga y Palacios de apellidos, precedente de tiempos «roucos» y «valeras», daba todo lo que pedía, incluso la medalla al Mérito Turístico. En unos dibujos del franquismo, aparece Franco con la espada de Santiago y en otros, las cabezas de infieles musulmanes golpeadas por los cascos equinos se sustituían por otro tipo de infieles o antifranquistas, más políticos o contra el Régimen, que religiosos.
El mismo Régimen, patrocinador de Santiago, fue también patrocinador de musulmanes, de mucha risa por absurdo. Ese fue el caso de Mohammed Naser ben Mizzian, militar hispano-marroquí, teniente general del Ejército español en 1953, y Capitán General de Galicia. Se cuenta que cuando Mizzian visitaba oficialmente Santiago de Compostela, las autoridades municipales tenían que tapar con flores las estatuas en las que se presentaba a Santiago, el Mayor, bajo la advocación de Matamoros. Muchos con afán de cachondeo, buscaron lo grotesco, lo burlesco y festivo al suponer que la Ofrenda Nacional al Apóstol Santiago Matamoros, en nombre de Franco, un 25 de julio, fuera hecha por un moro/musulmán, Mizzian, teniente general. En verdad, eso nunca ocurrió. ¡Qué pena o lástima! pues la representación de Franco, jefe del Estado, la ostentaba, para evitar problemas, no el moro/musulmán, Teniente General Mizzian, sino el capitán general del departamento marítimo de Ferrol.
Lo de Santiago Matamoros, en primeras, más fenómeno religioso que político, tuvo con diferentes papas sus más y menos. Primero fue lo del papa Urbano VIII, que decretó por bula que «la milagrosa virgen Santa Teresa de Jesús» fuese co-patrona de España, con la advertencia del «Sine tamen praejudicio, aut innovatione, vel diminutione aliqua patronatu sancti Jacobi Apostoli» (Empero sin perjuicio, innovación o disminución alguna del patronazgo de Santiago Apóstol). La decisión papal, viéndose en la misma la presión de los Carmelitas Descalzos, los del Seminario de Valderas, será la causa de protesta del Memorial por el patronazgo de Santiago, siendo su autor Francisco de Quevedo, y defendida con tal ardor que le acarreó al autor el exilio de la Corte durante un año.
IV.- Más sobre Quevedo y Franco:
Todo eso lo cuenta Francisco Vivar en Quevedo y su España imaginada de la siguiente manera, después de recordar que el mito de Santiago como todos los mitos, entró en crisis: «En la primera mitad del siglo XVII, Santiago deja de ser único patrón y entró en dúplice patronato con Santa Teresa, instaurado por Felipe III en 1618». Américo Castro escribió que el país se alborotó como si se tratase de un asunto que afectase a la existencia de la nación, lo que confirma la idea de ser Santiago un esencial ingrediente la historia hispana.
¡Qué lío! Y Franco, tanto de Santiago, fue también mucho de la madre y virgen santa Teresa de Jesús, pues se dijo que en su despacho, en del Palacio de El Pardo, tenía el «brazo incorrupto de la Santa», que de vez en cuando salía en procesión desde iglesias del Carmelo por doquier en España. Es de recordar, a propósito, las procesiones y predicaciones de Fray Justo Pérez de Urbel, benedictino e historiador del Derecho, con ocasión de la presencia del brazo de la Santa en la Iglesia de «los padres del Carmen descalzo» en la calle ovetense de Santa Susana de Oviedo. Yo, que en ese tiempo estudiaba en los Maristas de la misma calle, vi y escuché todo, todo.
Aconsejo la lectura del Memorial pues se leerán maravillas como las siguientes:
-Que Santiago no es patrón de España porque entre otros santos lo eligió el Reino, sino porque cuando no había Reino lo eligió Cristo, nuestro Señor.
-Al Rey don Ramiro se le apareció el apóstol Santiago y le dijo que a la mañana siguiente pelease y vencería; y obedeciéndole el rey, a la mañana degolló sesenta mil moros.
-Que no se le hace al Santo agravio, cosa es clara: está su gloria y honra más allá de donde alcanza nuestra ingratitud.
-Y a Santiago en España, que está a la parte siniestra. ¡Cuánta Gloria de nuestra España! ¡Cuánto favor de Dios es haber recibido tal patrón, uno de los tres más amados de Cristo.
-Defensor alme Hispania Jacobe, vindex hostium. Otro hito, contra Santiago Matamoros fue, quiérase o no, el Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, firmado en Abu Dabi el 4 de febrero de 2019 por el Papa Francisco y por el Gran Imán Ahmed Al-Tayyeeb, con proclamación de paz y entendimientos entre unos y otros, especialmente entre cristianos y musulmanes, proclamando: «Declaramos —firmemente— que las religiones no incitan nunca a la guerra y no instan a sentimientos de odio, hostilidad, extremismo, ni invitan a la violencia o al derramamiento de sangre». Y ello se reiterará en la encíclica Fratelli tutti, de 3 de octubre de 2020. A la Iglesia, en defecto de la imagen de Santiago el Matamoros, por indebida e impresentable, le quedará la imagen de Santiago el Peregrino.
No sorprende lo del Memorial quevedesco, pro-patronazgo exclusivo de Santiago, teniendo en cuenta que Don Francisco, el Quevedo, al igual que el otro Francisco, el Franco, fueron de Santiago fervorosos seguidores, viendo ambos en el Hijo de Zebedeo, el símbolo de la España católica, de la España, la predilecta de Dios. Quevedo se empeñó en ser caballero de la Militar Orden de Santiago, y Franco ni se molestó. Todo un caballero profeso, Quevedo, que recibió a instancia del duque de Osuna, el hábito de Caballero de Santiago en febrero de 1618, después de las diligencias de rigor: averiguar su limpieza de sangre y su hidalguía. El que impuso el militar hábito fue el duque de Uceda. Y Quevedo no se cansó de proclamar sus dos preferidos títulos: Caballero de la militar Orden de Santiago y Señor de la Villa o Torre de Juan Abad, pueblo situado en la provincia de Ciudad Real, próxima a Villanueva de los Infantes, lugar de destierros pasajeros. Quevedo fue, pues, manchego al igual que otros dos autores de dramas de dulces amores y furiosos: Antonio Gala y Francisco Nieva, respectivamente..
Y se dice que la calle Santiago, la de Valderas, al Sur de León, se llama así por haber resido en ella caballeros destacados de la Militar Orden de Santiago, que fue militar y hospitalaria para combatir a los infieles, de empeñada infidelidad a Cristo, y también para proteger a los peregrinos de toda Europa que afluían al sepulcro del Apóstol en Compostela. Por eso, en aquella calle hay emblemas que indican que allí reposaron caballeros de la prestigiosa orden. Lo de la carnicería de Fernández es asunto muy diferente.
Francisco de Quevedo, cojo y lisiado de entrambos pies, fue autor de obras doctrinales fundamentales de teología política, como las dos partes de la Política de Dios y Gobierno de Cristo, que junto al Memorial por lo de Santiago, aunque poco leídas en comparación con las obras festivas, darán para muchas reflexiones en serio y en broma, incluso sátiras, que a don Francisco no le gustarían. Pero eso es igual, y será otro día. Y es que el de la Torre de Juan Abad como el de Ferrol, calvo y con voz de pollo, fueron de la extrema derecha por haberse creído el brazo derecho y armado de Dios.
Y escuché con mucha atención y piedad, lo que por boca del Arzobispo de Santiago de Compostela, monseñor Prieto, grande de arriba y pequeñito de abajo, contó el 25 de Julio de este año. Y concluyo con lo trágico de Electra en Eurípides: «Los mitos que asustan a los hombres son convenientes para el culto a los dioses». Y escuché con mucha atención.
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