A la vejez viruelas, que dirán los jóvenes

OPINIÓN

Varias personas pasean por el Campo San Francisco de Oviedo
Varias personas pasean por el Campo San Francisco de Oviedo Héctor Herrería

17 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

I.- Las ardillas en el Jardín, y qué jardínes. Expertos en esa ciencia aplicada llamada «Composición del Jardín y del Paisaje» distinguen entre lo rústico y lo urbano; en lo rústico no hay jardines, aprovechándose todo el territorio para coliflores, repollos y berzas, siendo lo urbano, el lugar de los jardines. Por eso, gobernándose, ahora, la Ciudad, la nuestra, desde la aldea y lo aldeano, «con cejas muy crespas y largas, y con mucho enredo de meñiques», según el poeta Quevedo, es normal que el Campo de San Francisco esté de mucha pena.

Mientras que si la Alcaldía fuese de los urbanos, de los de siempre y de los del «Oviedín del alma», lo del Campo de San Francisco, sería como un «Paraíso persa». Y no digo que lo urbano supere a lo rústico. Al no poder pasear por San Francisco, lleno el Campo de titiriteros, de barracas y de barracones, marché al Sacro bosco de Bomarzo, jardín de monstruos y del castillo cercano de los Orsini italianos, y nada que ver con los de aquí. Allí una ardilla, para verme mejor, bajo del árbol y me miró con movimientos de cola.

En ese momento me acordé del llamado «pensamiento ardilla», que es manera de atravesar el bosque, pasando de rama en rama, como Tarzán. El inventor de ese pensamiento fue el escritor José Bergamín, ardilla el mismo, que definió ese pensamiento como el que «sabe andarse por las ramas con seguridad, sin caerse. Y no debe confundisrse ese pensamiento, con otro también suyo, llamado «de liebres» o «las ideas liebres o libres, no para cogerlas, sino para verlas correr».

Y mencionar a don José Bergamín y Gutiérrez, que en pocos días, en este mismo mes, se celebra el cumpleaños de su muerte, produce escalofrío, que es una sensación muy adecuada en estos tiempos de calores intensos. Un José Bergamín, con antecesores en Bérgamo (Italia), mi abuelo se llamaba ?dijo él? Tomasso Bergamino, añadiendo que era de la estirpe de los Cervantes, Quevedos y Calderones de la Barca, todos del Siglo de Oro, de los Austrias Felipes, el tercero y cuarto, y aún no de los Borbones que llegarían más tarde, llamándose también Felipes, el quinto y sexto.

Bergamín, por muy republicano, vivió en Madrid, en una plaza como la de los toreros, con miradas «cara de asco y al sol» al Palacio de Oriente, el de los reyes. También pensaba Bergamín en el Real Monasterio de El Escorial, pudridero de España y siempre cantando: Ya que el rey ha muerto, ¡Vivan los gusanos! Y escribió aforismos a miles, como Gómez de la Serna escribió Greguerías y D´Ors, el abuelo del cura Pablo, escribió Glosas golosas. Y sin olvidar la antología de «Aforismos españoles de entre siglos», a cargo de José Ramón González, como el siguiente, muy de oculistas: «El amor es ciego, pero acaba viendo». De los aforismos, sea por tener «la cabeza a pájaros» o por otras razones, los que más provocaron mis carcajadas, fueron las siguientes, del escrito y teólogo Bergamín, taurino y torero:

-Pensamiento: pienso, luego miento.

-La razón es la única loca que hay en la casa: una loca muy de su casa.

-Detrás de un patriota, siempre hay un comerciante.

-La Teología es la lógica del Diablo.

-El monstruo en su laberinto, y el tonto en su lío.

-Le dijo la pulga al mosquito: de menos no nos puede hacer Dios.

-Para un país de ciegos, lo peor es un rey tuerto.

-Si España es una, donde está la otra.

Y algo interesante: Bergamín, republicano y que contó que Felipe II, fundador de toda aquella fábrica de El Escorial, ya se lo comían los gusanos en vida, y que antes de morirse se pudría, fue mi compañero de tertulia en la tarde-noche del 23 de febrero de 1981, el célebre 23 F, junto a mi amigo Marcial Suárez, en la casa de éste, en la madrileña Avenida de América, dos años de la muerte de Bergamín y de su entierro en Fuenterrabía, «con sus huesos ya maduros para la tumba». Estuvimos juntos los tres, los tres solos: Marcial, Bergamín y yo. Cuando Alfonso Sastre le preguntó ¿Por qué has venido en tus finales a Euskal Herría?, él contestó: «Eso se puede responder muy fácilmente. Porque sí, porque no, y porque qué sé yo, ¡Y porque no me siento en España!»

Fueron muy extremos los posicionamientos finales de Bergamín, cercanos a los de la izquierda abertzale, mientras esperaba la mano helada de la muerte en agosto de 1983. En una Tercera de ABC, de las de antes, Francisco Ayala tituló: Bergamín, el esquinado, que la comenzó asÍ: «El entierro de Bergamín, arropado el féretro en una ikurriña y acompañado hacia la tumba por los independentistas vascos, ha cumplido y confirma de manera ejemplar el viejo dicho, según el cual genio y figura hasta la sepultura».

En un poeta y teólogo tan republicano, fueron coherentes sus manifestaciones privadas sobre lo que estaba ocurriendo durante esa tarde-noche del el 23 F., de militares monárquicos de altos grados, y todo oído en casa de mi amigo, Marcial Suárez, gallego de Allariz, autor teatral premiado con «Las monedas de Heliogábalo», y padre del también amigo Santi Suárez, catedrático de griego clásico. Con Marcial en su casa y con Bergamín, aprendí mucho acerca de las excentricidades del emperador Heliogábalo, sirio de origen y de la dinastía de los Severos, sobre el cual, la emérita Mary Beard, se limitó a escribir un «prologuito».

II.- La fiesta grande por cumplir años y para hacer alardes: Ya en lo alto de las ramas, y marchando de rama en rama, atravesando el bosque como las ardillas, resultó que al ver el «portento» que aquí, se contará inmediatamente, estaba acabando de leer, la gran novela del francés Maurice Druon, premio Goncourt, titulada Les grandes familles, que son como eran antes las buenas familias, grandes por ser previas a los repartos de herencias, con o sin protocolos familiares, quedando luego, después de lo de las herencias, en la nada, nada de nada.

Escribió Druon: «El agente de pompas fúnebres que, con guantes de algodón negro, presentaba el registro de firmas a la entrada del lugar para el servicio fúnebre, tenía ante él la más impresionante colección de autógrafos de la época, y los caballos pateaban en la calzada, protestando por las pupas de los hierros en la boca». Un buen sitio parecido podría ser, en Oviedo, la entrada a San Isidoro o a San Juan.

Y es que hay ciudades como Oviedo, no sabiendo el porqué, que son por naturaleza elegantes; hubo hasta un comercio en la calle Uría que lo más vulgar que tenía era su nombre comercial: Botas. Pudiera ser que la elegancia fuera por estar la Vetusta rodeada de montañas con pasto de vacas: tierras naturales de las grandes familias, con tics ridículos, aunque parecidos en todas las capitales de provincias. En Oviedo hay apellidos de herrerías para caballerías variadas, además de muchos Álvarez y de otros Fernández y parecidos, siderúrgicos o de cacharrería. Son más historiados los apellidados «La Monnerie» (Druon) a lo francés, de antes de la Revolución francesa, o los Buddenbrook (Mann), que, no obstante ser comerciantes alemanes, acabaron todos quebrados. Ya lo repite el himno: «Oviedo es una ciudad de abolengo», con una Confitería La Mallor, sin quina y no en una esquina, y habiendo una tienda de corchos en los bajos del Filarmónica de una gran familia, pariente de La Cibeles. Y Oviedo, por ser de mucho birlibirloque y arte de abracadabra se parece a Bergamín, el de Bérgamo, como de Arlequíno derivó en Arlequín. Esas dos palabras, en cursiva, aunque no se sepa lo que significan, da igual.

Y toda Asturias se enteró de quienes allí estaban, en la «Fiesta de cumpleaños»: los de siempre, fulanos y menganos, y alguna Marilyn. En carpa de eventos y con luces como de romería de prau. Los que yo vi en fotografías de fotoperiodistas, también los debió de ver el poeta loco que fue Juan Ramón Jiménez que escribió: «Son amables, son, o quieren ser, distinguidos; tienen maneras elegantes, manías aristocráticas y gestos llenos de altivez». Acabo de saber, leyendo a la francesa Hirigoyen, autora de «Los Narcisos», que el trastorno de la personalidad narcisista es en todo caso más frecuente en los hombres que en las mujeres, y sobre todo ?añado—en la ancianidad. Y mucho cuidado, pues el narcisismo puede llegar a empañar los espejos. Y lo de la Hirigoyen lo ignora hasta el periódico, inconsciente de que donde hay publicidad, allí mismo resplandece la mentira. ¡Y lo del cumpleaños, qué indiscreta publicidad  por llamar a periodistas para que lo cuenten!

Las fotos cumpleañeras fueron de aparente primor, aunque, más que de entretenimiento, parecían de cuadros o de orlas, en tiempos en los que eran pinches algunos -sólo algunos-, y las fotografías para orlas las hacía Dolsé en la calle Del Rosal, de Oviedo (luego en Milicias Nacionales y en Mendizábal, finalmente), cerca de donde mi amigo Ramiro, natural de Moreda, empezaba a mover las «muñecas» con las tijeras afiladas, pues en aquellos tiempos la gente era menos calva y no precisaba de los nuevos tratamientos de psico/estética, ya ciencia empírica muy acreditada.

Y en la fiesta de cumpleaños, de pasión infantil en tiempos viejos, aunque fueren de ahora mismo, hubo de todo, desde ciegos de cupón a médicos para bien oír y mejor ver. Y se vieron calvas lucientes que brillaban en al ocaso diurno, como cascos del Ejército de Prusia, y sin confundirse con opositores y opositoras, enfermos de alopecias. Eso de tanta tradición, lo de haber sido criados por las «tatas» hace tanto tiempo, pareció escasear.

El problema no estuvo en ellos y en ellas,con tantas ansias para fotografiarse y para que el resto, los demás y nosotros, no invitados, nos enteremos de una dichosa vez, que son lo que en verdad aparentan, de la élite asturiana, en una tarde-noche de agosto de 2025. Pero la culpa la tuvo el fotógrafo. Y algunos y algunas, los más listos, aún se lamentan de que el poder fáctico auténtico siempre ha de ser tenebroso, siendo el de las tinieblas sin Kodak; por eso algunos se retratan como escondiéndose. Ya lo dijo don Ramón María, el de muchos apellidos, del Valle, Peña, Inclán, Montenegro, y Bermúdez de Castro: «El mundo es como un concierto pitagórico y que nadie me rebata, si no está ordenado de teólogo».

III.-«La Corona es mi capirote», que dijera la española Isabel II: Dado que este artículo no es de tontería y sí de muchos capirotes, con o sin mangas, reales o imaginarios, por ser una parte sobre un republicano muy castizo y español, sobre Bergamín, no debe ser laudatorio a reyes, ni de la Casa de Austria ni de la Casa de Borbón, tampoco de la de «Barbón». Y sobre todo, no debe dar ideas para nuevos ducados, señoríos y marquesados, a quienes nombrar y hacer, pagando, previamente y siempre las altas mercedes para lo de la Princesa; que eso debe seguir siendo cosa de cantantes, con nombres propios de lecherías, como el nombre de la lechera que tuve siendo niño, casada con un señor muy feo que tenía una «pata de palo», viviendo ambos cónyuges cerca de la Estación del Vasco, la de La Manjoya. Y no olvide, querido lector o lectora, que lo mío también se puede leer, no en clave de pena, sino de risa. Que ya lo expliqué.