El fuego devasta la España abandonada

OPINIÓN

Dos bomberos luchan contra el fuego en Molezuelas de la Carballeda, Zamora.
Dos bomberos luchan contra el fuego en Molezuelas de la Carballeda, Zamora. Emilio Fraile | EUROPAPRESS

20 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Los devastadores incendios que se extienden por el oeste de la Península Ibérica están mostrando que la España vaciada, sería mejor decir la Iberia porque el problema es similar en Portugal, es también la abandonada. Se desangraba año a año, censo a censo, pero conservaba la naturaleza, era el pulmón de la península, que ofrecía a los urbanitas de Madrid o de la superpoblada periferia costera tranquilidad, paisajes y aire limpio. No solo, todavía quedaban quienes se resistían a abandonar sus casas y tierras, sus trabajos de siempre; los que permitían que pudiésemos disfrutar de miel auténtica, de quesos sabrosos, de castañas, de cerezas, de carnes de pastoreo de primera calidad, de chacinas y embutidos libres de la plaga de conservantes, potenciadores de sabor y extrañas mezclas que ofrece la industria, solo curados con sal, quizá humo, y, según el tipo, ajo y pimentón. En los últimos años se ha puesto de moda, con razón, el vino de godello, se queman estos días las viñas de Monterrei, Valdeorras y el Bierzo; como arden las colmenas, los castaños de el Bierzo y de Ourense, los pastos y el pienso almacenado, incluso los animales, también los salvajes, las cuadras, las cabañas y hasta las viviendas. Me referí a ellos en pasado, aunque parte se recuperará, pero ¿en cuánto tiempo? ¿Cuántos campesinos decidirán seguir resistiendo?

Los habitantes de los pueblos de Asturias, Lugo, Ourense, León, Zamora, Salamanca, Extremadura, ofrecen mucho a cambio de poco. Su trabajo es duro y no bien recompensado, tienen las rentas más bajas, aunque el creciente turismo de interior haya ofrecido en los últimos años la posibilidad de obtener ingresos adicionales y de vender directamente sus productos, sin la extorsión de los intermediarios. Las comunicaciones siguen siendo malas. En España y en Portugal, se quejan de la falta de médicos y la lejanía y carencias de los hospitales. Cierran las escuelas rurales y se obliga a los pocos niños a largos desplazamientos para ir a clase. Escasean, incluso, los bares y las tiendas. Tiene algo de heroico vivir en esas condiciones, pero, sin ellos, más de media península sería un auténtico desierto, todavía más expuesto al fuego.

Los incendios han puesto de manifiesto que muchas administraciones disminuyeron en los últimos años las partidas destinadas a la prevención y la extinción. No puede extrañar que crezca la indignación en León. Con más de 15.000 km2, es bastante mayor que Asturias, en ella cabrían dos comunidades autónomas vascas, pero pierde población desde los años sesenta del siglo pasado, cuando llegó a rondar los 600.000 habitantes. Hoy, cuenta con 446.857, la edad media ronda los 50 años, es una de las provincias más envejecidas de España, precisamente junto a Zamora y Ourense. El cierre de la minería del carbón y la marginalidad han hundido su economía. Ha quedado apartada de los grandes ejes de comunicación europeos, el proyecto de crear un importante polígono logístico en Torneros, prometido en 2010 y para el que se construyó una nueva autovía de acceso a la capital, ha quedado en nada. La sensación es de abandono, de que Valladolid se queda con todos los grandes proyectos y a León le llegan solo las migajas.

La ligereza de los políticos agrava el malestar. El señor Fernández Mañueco, presidente de la comunidad autónoma de Castilla y León, no es un lince, lo ha demostrado en muchas ocasiones, pero ¿cómo pudo afirmar, mientras el incendio de Zamora se extendía imparable hacia León, que los medios de los que disponía la comunidad eran suficientes? Es una cantinela que ya se le escuchó con ocasión del gran incendio de la Sierra de la Culebra, pero esta vez, cuando buena parte del oeste de la comunidad quedó arrasada y se vio que los medios suficientes eran insuficientes, acabó pidiendo ayuda al Estado. Si los medios hubiesen sido los adecuados, los incendios no se hubieran propagado como lo hicieron por el Bierzo, el suroeste de la provincia y ahora Laciana y la cordillera Cantábrica.

Es cierto que en condiciones excepcionales de calor, sequedad y viento los fuegos son difíciles de contener, se ha visto en Canadá, Grecia o Francia, no solo en España y Portugal, pero la escasez de presupuestos, o lo limitado de su ejecución, es un hecho, especialmente grave en el caso de la prevención. Que los trabajadores que los combaten están contratados en condiciones precarias, con salarios que no se corresponden con la dureza y peligrosidad de su labor, es indiscutible. Probablemente sea imposible conseguir en territorios con población escasa y muy envejecida una limpieza adecuada del monte, pero el esfuerzo debe aumentar y, con relación a los medios para la extinción, se debe tener en cuenta que el calentamiento del clima es un hecho que nadie en sus cabales puede negar, lo que convierte en cada vez más habituales estos incendios terriblemente voraces y de rápida propagación. Hacen falta medios materiales y personal, aunque un buen año climático los haga parecer momentáneamente innecesarios, y los trabajadores bien pueden dedicarse a la limpieza del monte y los caminos, o a tener adecuadamente preparados cortafuegos, si no tienen que dedicarse a la extinción.

También sería necesario que, ante situaciones críticas, los dirigentes políticos mostrasen un mínimo de responsabilidad, de prudencia y de empatía con los que sufren. Su misión es cooperar para resolver cuanto antes los problemas no buscar la forma de escabullirse atribuyendo a otros los errores o la ineficacia.

Como ya indiqué, el abandono de la España vaciada no se manifiesta tan solo en el descuido del monte y la incuria que afecta a tradicionales zonas de pasto y cultivo, que dificultan extinguir los incendios, se suman la falta de servicios y las malas comunicaciones. El miércoles de la semana pasada debía ir de Segovia a Viana do Castelo por la A-52, para entrar en Portugal por la A-75, que se coge en las proximidades de Verín. A causa de los incendios, se había cortado la autovía a la entrada del túnel de A Canda, algo que, unido a la interrupción de la comunicación ferroviaria entre Madrid y Galicia, puede considerarse un regalo para la España olvidada, las cosas empiezan a ser importantes cuando afectan a las grandes ciudades y, especialmente, a Madrid. Los que no lo disfrutamos fuimos los que nos encontramos sin posibilidad de continuar el viaje. La guardia civil, sensatamente, en vez de obligarnos a permanecer parados a pleno sol, abrió la mediana y organizó la evacuación en dirección a Zamora. Regresé a Puebla de Sanabria y recordé la posibilidad de ir a Braganza por Calabor, lo que me aconsejó también un amable guardia. Es una carretera de 40 km., estrecha, llena de curvas cerradas, que exige casi una hora para completar el recorrido, no transitable por camiones y supongo que tampoco por autobuses, que no tendrían más remedio que invadir constantemente la calzada contraria. La había recorrido hace casi medio siglo y sigue prácticamente igual.

Hace ya décadas que desde León se promovió la construcción de una autovía que, por la Bañeza y Puebla de Sanabria, uniese la ciudad con Braganza y facilitase las comunicaciones desde Francia y el norte de España con el norte de Portugal y Oporto. Era una idea bienintencionada, pero cara y poco necesaria. Las autovías A-66, A-52 y A-75 cumplen ese papel, con pocos kilómetros más, y permiten llegar a Oporto, Viana o Aveiro sin pisar carreteras convencionales. Sí accedió la Junta de Castilla y León, hace ocho años, a reformar la carretera entre Sanabria y Braganza. En Portugal se apresuraron a aprobar 29 millones para los 20 km. que les corresponden; tras mucho remolonear, la Junta acordó hace unos meses destinar 12 a la española. La diferencia entre los dos lados de la raia será notable, menos mal que son pocos kilómetros. Falta que comiencen las obras… y que terminen.

Braganza y Sanabria, dos localidades históricas, atractivas, con hermosos paisajes y, sobre todo, cabezas de comarcas despobladas y olvidadas. Cuando estén a solo veinte minutos una de otra, la distancia disminuirá al desaparecer las curvas inútiles, al menos en el recorrido portugués, unidas por una vía cómoda, no solo se facilitará el transporte de mercancías, duplicarán su atractivo turístico y los servicios que ofrecen a sus vecinos se complementarán. Los sanabreses son pocos, por eso su estación de ferrocarril casi se ha convertido en un mirador para ver pasar el AVE, pero se los echará de menos si, hartos, desaparecen ¡Cuánto les cuesta a las administraciones hacerles la vida un poco más fácil! ¿De verdad se quiere combatir la despoblación?

Ya que estoy escribiendo sobre Zamora y el entorno de Braganza, un poco más al sur se encuentra otra prueba del olvido de la España interior. En Portugal se ha llevado la autovía que comunica aquella ciudad con Oporto, la A-4, hasta la frontera española, por el otro lado, los 70 kilómetro que quedan hasta llegar a la circunvalación de Zamora son de una peligrosa carretera convencional, en la que se multiplican los accidentes. Zamora en su conjunto ofrece pocos votos, tiene la misma extensión que Asturias, pero 166.000 habitantes. Sé que las autovías no resuelven la despoblación, pero unir Zamora con la red de autovías portuguesa no sería caro y sí beneficioso para zamoranos, especialmente para los habitantes de la comarca de Aliste, portugueses y viajeros de otras zonas de España y de Europa.

Nada será fácil, ni acabar con los incendiarios, siempre habrá imprudentes, imbéciles y trastornados, ni con las causas naturales de los fuegos; tampoco que las administraciones inviertan donde hay pocos votantes o que la mezquindad salga de la política española, pero ayudará que los urbanitas seamos conscientes de que necesitamos a los campesinos y a la naturaleza, que presionemos para que cambien las cosas. El humo dañino que cubrió los cielos de Oviedo y León, la interrupción de comunicaciones que arruinó las vacaciones de tantos madrileños, una comparación en el supermercado entre los productos tradicionales y los industriales, una copa de vino de godello, deberían hacernos reflexionar a los que vivimos con todas las comodidades y servicios. Honremos también a los que se juegan la vida y la salud luchando contra el fuego.