I.- Introducción: Muchos pensarán que el título de este artículo anuncia una crítica a la Feria y Fiesta de los Toros, espectáculo de la Semana Grande gijonesa; otros creerán que es una burla, incluso risión, de la otra Feria, la de Muestras, aunque también con algún picador o mozo de estoques, me merece respeto por su éxito presente e historia, a base de gentes buenas. Y con algún gobernante de los de ahora, venido de Madrid, pues a los de la Feria de acá, siempre gustó de las autoridades de allí, y eso desde los lejanos tiempos de don Torcuato, que llegaba al recinto ferial, para inaugurar, en un vehículo «Dodge Dart», de ministro y de Barreiros, aunque con matrícula de la SGM, no del PMM.
No y no. Por hoy y ahora no me reiré ni de la una ni de la otra, de ambas Ferias, ni de la primera, la taurina, ni de la segunda, la del muestrario. Y pudiera hacerlo ya que los motivos abundan sobre todo en la primera, contemplando los retratos, a manera de reportajes (del foto- periodismo taurino y accesorios), siempre iguales, como los de siempre y siempre de la misma manera. No deseo el enfado de gentes, explicable por dar donde más duele, en plenas «olas de calores» y de fuegos satánicos como los del Infierno del Catecismo, a causa de tanto pecado mortal.
La culpa de todo -quitado lo último del pecado- es por el significado popular del llamado «circo», que ya en tiempos antiguos estaba unido copulativamente al pan: «Pan y Circo» (Panem et circenses, se decía en la lengua del romano Imperio). Y por una continuación posterior que se hizo de lo «circense» como espectáculo estrafalario y vulgar, determinante de que todo lo que se uniera al circo de manera copulativa, acabase resultando tan estrafalario y vulgar como el circo mismo. En la Literatura ya se escribió: «Tomar en broma los cuernos del toro y montarse en las ancas del animal, como si fuera un pollino cualquiera, rebaja de tal grado la Fiesta de los Toros, que la convierte en pantomima del circo».
Por eso suena tan mal Toros y Circo o Feria y Circo. Pero el «Circo» tiene otro significado, de espectáculo noble y grande, para infantiles y para adultos, de mucho arte y esfuerzo; de realidad y fantasía soñadora. Y para locuras lo siguiente: Hubo un tiempo en que se cantaba, de buena fe y sin intenciones raras, al desayunar el Cola-Cao: «Yo soy aquel negrito del África tropical…»; ahora parece que lo de «negritos» se sustituye por «moritos», que no se debe confundir con «amoritos», que es el Amor en cariñoso. Las derivaciones de lo anterior, de lo de los «moritos», son inmensas como los océanos, y sin pensar que no todos somos ovejas a pastorear, que se niegan a ser pastoreados por otros bípedos,, y que por no tenerse por ovejas, lanzan gestos ofensivos y retadores, con los brazos, al presunto pastor.
Y quedemos, para que haya paz, en lo que nos ocupa: el circo. También en la Semana Grande de Gijón, hubo circo, un gran Circo, llamado «Del Sol», que ofreció un espectáculo titulado Kurios, debajo de cuyo nombre figuró la siguiente leyenda filosófica: La realidad es relativa (Reality is Relative). Y en ese brillante espectáculo se resume lo mejor de lo circense: siempre en parte real y en parte imaginativa. Y si Feria y Circo es titular de poca fe y crédito, Feria y Circo del Sol es todo lo contrario.
II.- Feria taurina: Ya dije el año pasado que no voy a los toros ni sé de las figuras que torean. Si comprobé que el Bibio fue llenando «de la alquimia española y de las gentes de sol y de la sombra», tal como escribiera un cuentista que se llamó Aldecoa, y si felicitaré a las aficionadas taurinas, tan valientes, que, en fotografias resultan de belleza, por armonía clásica, como esculpidas por el ateniense Fidias. Eso justifica la satisfacción de los acompañantes. Me es igual que sean marquesas o plebeyas, portando ese color tan taurino y tan de desfile castrense y de jura de bandera, que es el rojo, color de sangre aquí y en el Vaticano, como la señora alcaldesa de Gijón sabe bien, «mujer de orden y de desfiles» -según me aseguran-, pues ella juró la bandera de España, en los Jardines del Náutico, vestida muy de rojo. Esto de los colores debería ser matizado, pues antes lo que se llevó fue el azul, color de la sangre de reyes.
Por cierto, que esto de la Madre-Patria ya aconsejó José Bergamín emplearlo con cuidado y medida, pues parece una denominación un tanto hermafrodita de España. ¡Oh qué barbaridad, como lo de ser al mismo tiempo! Es asombroso que eso tan viril, lo del amor a España matriota y patriota, acabe produciendo un ente hermafrodita. Esto lo explica el Bergamín en su artículo El «tris» de todo y ¡qué es España? fechado en octubre de 1934 ¡Qué previsor y acertado estuvo!
Y como español que soy me interesa mucho la tauromaquia y la tauromagia; estoy atento a ambas. Fue el escritor y galerista Manuel Vicent, en una entrevista, el que afirmó que, en el espectáculo taurino, los antitaurinos sólo ven la sangre del toro que se derrama por consecuencia de las diferentes «suertes» (pullazos, banderillazos y estocadas), llegando hasta abajo, las pezuñas del toro, primero rey y luego víctima. Y eso mismo, según Vicent, no lo ven los protaurinos, que están como distraídos o ensimismados con las verónicas de mucho arte y demás pases toreros, los «tintirintines» y lo de «los tres en el redondel» y el «parar templar y mandar», con capa y muleta del torero, que es además gladiador y lidiador, sobre todo si es de los «de cartel».
Y en esa disyuntiva, estoy con los antitaurinos, tal como explique. Y desde hace bastantes años, no voy a los toros, recordando que la primera corrida a la que asistí, fue en Oviedo, plaza de Buenavista, saliendo los toreros y sus cuadrillas del Hotel España, en Jovellanos, en unos «haigas» impresionantes. Endomingado, como en Domingo de Ramos, y con zapatos nuevos, no me gustó lo que vi en el redondel ni las músicas de la banda. Más abajo, también en la grada, estaba, ya muy desmejorado, el entonces alcalde de Oviedo, el recordado Don Valentín Masip Acevedo.
De la tauromaquia y tauromagia me sigue interesando, por ejemplo, el lenguaje. Por ello, en su día, leí El Diccionario de términos taurinos, que fue el primer libro publicado por el poeta, bohemio y del Café Gijón, llamado también «el fantasma del callejón de El Gato» y practicante por ser «ayudante técnico sanitario», llamado Perico Beltrán, gran teórico de eso tan importante y discutido que es el «parar, templar y mandar», lo mismo que el «burlar al toro», o con más precisión, «burlar la embestida del toro, con capa o con muleta». Y de gracia inmensa, Don Perico, cuando explicó que imbécil es el que carece de cargo público, o que el necio no es el tonto, sino el ignorante. Con poemas muy de rabiar, dejó Perico Beltrán, en su libro Burro de novia, estrofas de lirismo gongorino como la siguiente: «Me fui de romería por tu cuerpo y…».
Y si no fuera por los toros, la lengua castellana no tendría metáforas o expresiones de esa procedencia, tan dichas y redichas: atarse los machos, entendiendo por machos los cordones en las pantorrillas, no más arriba; hacer brindis al Sol, que nada tiene que ver con el «Cara al Sol», de tanto peligro en la actualidad por los melanomas, según los dermatólogos; ver los toros desde la barrera, que es también arte de la alta política; cortarse la coleta, que es lo que muchos hacen sin necesidad de ir a la peluquería y «ni pa Dios» otros, para desesperación de muchos; cambiar la seda por el percal, ser primer espada, etc. etc. Con esa variedad de expresiones, puede ser intolerable decir que el lenguaje taurino es cursi y relamido.
Y que bonito y democrático es eso de insultar a la autoridad, llamándola de todo, sin ir luego detenido a Comisaría, estando arriba el comisario-presidente, abierto de piernas y como flotando el enorme globo de su barriga, pidiéndole desde la grada que saque el pañuelo blanco, a lo que el veterinario de al lado contradice, aumentándose los insultos al presidente, salvo cuando el, presidente era el mismísimo Franco. Antonio Díaz-Cañabate, colaborador de José María de Cossío en la gran enciclopedia Los Toros, en su libro Historia de una taberna, sobre las noches taurinas, escribió: «En el palco de la presidencia se enciende una luz blanca y suena el clarín con dejo de barraca verbenera».
También escribió: «Los capotes rojos en la noche blanca de luz y luna atraen más al toro, y el banderillero, de azul y plata, al saltar la barrera, parece una estrella fugaz, viéndose al correr delante del toro negro, la noche persiguiendo al amanecer». El escritor sobre trenes que fue Eduardo Zamacois, que llegó a escribir Memorias de un vagón de ferrocarril, narró el episodio burlesco, de lectura recomendable, de un viaje en ferrocarril de Madrid a Sevilla, de un célebre torero, llamado El Meñique. Y llamado así por lo limitado de su estatura, siendo calvo, de abolengo gitano y uno de los toreros más gloriosos de su época, esperando curarse en Sevilla de una herida en la plaza de toros de Valencia, producida por un espectador al arrojar una botella al redondel taurino.
Abunda la literatura burlesca sobre lo taurino y también la muy seria, como la de Bergamín, al que tantas referencias hicimos en nuestro anterior artículo «A la vejez, viruelas, que dirán los jóvenes», hasta preguntándose por la esencia del toreo, acreditada su existencia por ahora, y respondiendo en su ensayo, titulado «Arte mágica del toreo», (lo más serio que leí sobre los toros), que está en una Antología de clásicos madrileños, editada por Castalia en 2001. Y comienza con unas ideas contundentes: «El torero, el buen torero, no sale a la plaza para que lo coja y mate el toro, sino enteramente para lo contrario: para matar él al toro».
«Toda la corrida se hace para preparar esa muerte del toro, que eso es lidiar». Y en la sucesión de las suertes que componen el espectáculo de este juego, también sagrado, se le llama suerte suprema a la suerte de matar, siendo esa la finalidad de la lidia, su suerte suprema, que es la muerte del toro. Por eso la cogida del torero, mortal o no, es un accidente que rompe o traiciona el juego taurino, pasando a ser un episodio de enfermería. Y en esto Bergamín fue siempre más sevillano que rondeño, al tiempo que reclamó mesura, para que cuando se hable de burla o engaño al toro, se diferencie entre la burla «con el engaño» y la burla «con engaño».
«Burlar al toro -continua Bergamín- no es nunca burlarse de él, como hacerle seguir el engaño no es engañarle con trampa o truco, y todo para ganarle el juego al toro, juego de vida y de muerte: salvando la vida al matador para darle muerte al toro». Y para complicarlo más concluye en que todo es verdad y que todo es mentira; todas son veras y todas son burlas, como en el Quijote. Repárese que en tiempo atrás, la potencia del toro, era determinada por número de caballos muertos o reventados por los cuernos del toro «en la suerte de varas».
La estética taurina es muerte, fúnebre de un imponente mamífero, que aterra, como aterran las caras de los muertos. No es extraño que las «mulillas» del arrastre corran espantadas por el muerto que arrastran y que sacan del redondel, sonando a lo loco sus cascabeles, camino del despiece para saborear el arroz de mañana a base de rabo de toro. Lo del rabo de toro recuerda a la multiplicación de los panes y peces ¡Dios me perdone! pues semanas antes del comienzo de la Feria, ya se ofrecía la posibilidad de comer tal rabo, rabo de toro y toro de la feria, en las mejores mesas de casas de comidas, de Gijón y de Somió, y de la Guía, por medio.
Y la filosofía taurina, como la explicada por Bergamín, no puede ocultar que las suertes, burlas y engaños, sean una barbaridad en sus partes y en su final: la muerte del toro, principio y final del toreo, o el arte de Birlibirloque. Es natural ante eso, que muchos, incluso los sensibilizados por el cariño dulce de las «mascotas», quieran acabar con lo taurino, espectáculo primitivo, bárbaro, según ellos, de un animal que «siente» sufrir. Y hasta se modificó el Código Civil para decir que “los animales son seres vivos dotados de sensibilidad (artículo 333 bis).
III.- El Circo. Espectáculo tradicional en el verano gijonés es el Circo del Sol, que este año ofreció un espectáculo de alto nivel, que fue mucho más que circense. Se llamó Kurios o Gabinete de curiosidades, sobre la asombrosa capacidad que disponemos para maravillarnos, con sucesivo desarrollo de los tradicionales y arriesgados números de circo: acrobacias diversas, contorsionistas, equilibristas numerosos, piruetas de todo tipo, etc. etc.
Muy interesante fue el número llamado «Circo invisible», una especie de circo en miniatura y con artistas invisibles, que los sentimos presentes y visibles por el poder de sugestión de los efectos visuales y los sonoros. Resulto especialmente mágico el número llamado «Teatro de mano», en el que un artista utiliza los dedos de sus manos para contarnos en directo una historia. Extraordinario espectáculo de circo tradicional y de «meta-circo» o ultramoderno.
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