En mis tiempos mozos el primer día de clase era mi peor momento del año. Por aquel entonces me asombraba las ansias de algunas compañeras y algunos compañeros por volver a las aulas cuando a mí me daba mucha pereza (porque los veranos los disfrutaba a lo grande con mi familia y vivía muy feliz sin empollar). Conste que siempre he intentado ser disciplinado y constante, por lo que cuando me tocaba ponerme a estudiar, lo hacía como mejor podía, porque entendía (y sigo entendiendo) que la educación es la base del futuro de una persona y, por ello, es elemental adquirir tanto los conocimientos como las habilidades necesarias para enfrentarse a la dura realidad que supone sobrevivir con dignidad tu tránsito por la vida.
Es indudable que el entorno más cercano, que es el familiar, es para todas y para todos un pilar fundamental que nos conduce al éxito o al fracaso como personas, empezado por ser buenas ciudadanas y buenos ciudadanos (aprendiendo a saber convivir en sociedad, algo que este mundo capitalista se empeña en destruir fomentando el egoísmo). Yo no tengo hijos actualmente, pero reconozco que si en un futuro los tuviera, desearía que mi pareja aceptase que se formasen en la red pública, tal y como yo he tenido el honor y el privilegio de matricularme desde mi etapa preescolar hasta la universidad. Por supuesto que respeto la decisión de cada madre y de cada padre de elegir sus preferencias, pero creo que es tan importante que las alumnas y los alumnos saquen buenas notas como que aprendan a relacionarse con diferentes personas. Para lograr ese objetivo, en los centros privados (incluyendo los concertados, con los que yo personalmente estoy en total desacuerdo con su existencia) es más complicado que exista esa variedad (como cualquier empresa, su objetivo principal no es buscar la excelencia académica, sino lucrarse lo máximo posible seleccionando determinados perfiles, y eso supone segregar y romper la función de igualador social de la educación).
Decía antes que creo que los progenitores deben ser libres de educar y de llevar a sus descendientes donde quieran y puedan, pero es verdad que hay determinados personajes conocidos que no son coherentes en sus actuaciones. Esta semana se ha conocido que Pablo Iglesias e Irene Montero han escolarizado a sus tres hijos en un colegio privado de Madrid (lamentablemente, hay pseudomedios que se han pasado de la raya publicando de cuál se trata, quebrantando la intimidad y la seguridad de los menores). Este tema vuelve a suponer un bofetón para Podemos, porque al igual que ocurrió con la adquisición de la vivienda de Galapagar (cabe recordar que hicieron una consulta a su militancia sobre este tema), la hemeroteca demuestra que lo que dijeron ambos en el pasado (criticando a la ‘casta’) ha quedado en saco roto. ¿Tienen derecho a cambiar de parecer, a hacer lo que quieran sin dar explicaciones, a vivir su vida como consideren oportuno? Desde luego que sí, pero también han quedado desacreditados, bajo mi punto de vista, para seguir defendiendo causas tan necesarias como la educación pública.
Mariló Montero se quedó muy a gusto criticando a RTVE en un espacio de máxima audiencia como es ‘La Revuelta’. A ella le parece que la programación está completamente copada por presentadores de izquierdas donde ninguna voz puede decir nada en contra de Pedro Sánchez. Parece un copia y pega del mismo discurso de Isabel Díaz Ayuso con que vivimos en una dictadura mientras le jalean sus seguidores en la Plaza de España de Madrid. Ambas, por si no lo saben, pueden decir toda clase de chorradas sin ningún miedo a ser denunciadas, perseguidas ni castigadas, porque seguramente no viviremos en la mejor democracia del mundo, pero afortunadamente aquí se respeta la libertad de expresión.
Se puede incluso ser de lo más zafio sin miedo a que haya una mera sanción, como por ejemplo con Miguel Tellado, que le ha parecido una buena comparación decir que «se empezará a cavar la fosa donde reposarán los restos de un Gobierno que nunca debió haber existido en nuestro país». Se pasó de la raya pero le dio igual, porque ha aprendido de la inhumanidad de Santiago Abascal cuando pidió hundir el Open Arms. Tal y como dijo el Gran Wyoming en una entrevista que se emitió el pasado domingo en La Sexta, «si realmente el fascismo llega a ganar unas elecciones, yo lo voy a pasar muy mal». Las y los demócratas españoles no nos debemos relajar ni restar importancia a que nos pase lo mismo que ya ocurre en otros lugares del mundo, como Estados Unidos, porque al igual que se enorgullecen de tumbar la reducción de la jornada laboral, harán lo propio con todos los avances sociales conseguidos.
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