Se recordará que el escritor estadounidense John Kennedy Toole se quitó la vida en 1969, a los 32 años, al no poder soportar ser un fracaso como escritor. Había trabajador en un manuscrito siete u ocho años atrás y no conseguía que editorial alguna se lo publicara. Once años después del suicidio, su madre, convencida de la inmensa calidad del manuscrito, consiguió que una universidad «menor» se lo publicara, lo que no presagiaba un aluvión de lectores. Sin embargo, y casi de inmediato, el libro fue una sensación y en 1981 recibió el Premio Pulitzer, el galardón de narrativa más prestigioso de ese país, como saben. El libro se titula «La conjura de los necios», y hubo críticos que vieron en el protagonista, Ignatius Reilly, rasgos de nuestro caballero Don Quijote.
Hago esta introducción, además de por volver a rendirme ante el gran Kennedy Toole, para titular esta columna con esa obra de arte. En efecto, y conforme a los gravísimos hechos que se vienen reiterando desde 2018, arreciando en 2023 y hoy totalmente insoportables contra el presidente del Gobierno por parte de sus contrarios, transformados en enemigos portadores de curvadas dagas, que, rabiosos por no tener el poder (los otros poderes los detentan desde siempre y para siempre), han girado hacia un extremismo delirante del que se derivarán acontecimientos impredecibles, porque la conjura ha triunfado: el país está roto, henchido de rencor y abominación.
La conjura es de tal magnitud que ha sido capaz de ayuntar a un conjunto de necios que estaba desperdigado en los últimos decenios. Así, y pese a que no se diera crédito a priori, el PP se esté arrastrando por las pisadas alienantes de Vox. Mucho peor aún: ¿cómo una alimaña como 7.291 es capaz de sepultar a Génova en una ciénaga y erigirse desde la Puerta del Sol en la motosierra o el lanzallamas que le presta gustoso el que aspira a convertirse en el nuevo Caudillo, el Abascal del «¡Santiago y cierra, España!», para derruir La Moncloa o, lo que es lo mismo, la democracia representativa? ¡Qué glorioso momento en el que, por fin, han llegado a comulgar con la misma mala hostia curas, falangistas, tradicionalistas, franquistas, fascistas, grupúsculos de nueva hornada (HazteOír, Manos Limpias, Desokupa…), periodistas «apadrinados» (Miguel Ángel Rodríguez, Jiménez Losantos, Francisco Marhunda…), pseudo periodistas, tantos y tantos internautas, empresarios, lobbies (que están detrás del Aznar y de la Ayuso en la defensa del Estado terrorista de Israel: hay que reflexionar acerca del porqué el fascismo, sin ir lejos, el mismísimo Franco, fue antijudío y ahora es pro), políticos que hasta ayer eran moderados, magistrados (uno de sus jeques, Manuel Marchena, va a juzgar al Fiscal General del Estado acompañado de otros cuatro de los que se catalogan como «conservadores», frente a tan solo dos de los «progresistas», tras el «meticuloso» quehacer de un tal Hurtado, un quehacer todavía incomparable con el del <<equilibrado>> Peinado, del que dijo un alto cargo del último gobierno de Rajoy que era “malo en todos los sentidos de la palabra”)!, etcétera.
El que la alimaña 7.291 hablara esta semana de que estamos en la «preguerra civil» es, finalmente, el objetivo de la conjura. Es decir, nos están inyectando mierda en las venas, y en dosis letales, para hacernos creer que estamos repitiendo los meses anteriores al alzamiento militar de 1936 contra un Gobierno «rojo» que estaba destruyendo España y sus «valores universales». Es la línea que dibujó el malnacido de Aznar con aquello de «quien pueda, que haga». Tanto el uno como la otra, ¿acaso no están llamando a los militares para que desenfunden los sables? Pues si así es, lo tienen un poco más jodido que en el 36, porque habiendo oficiales fascistas (siempre los habrá, son los convencidos, entre otras celestiales verdades, de que la mujer solo sirve para «follar y fregar»), no son pocos los leales a la Constitución y a un rey que está dando lecciones a esos dos desechos sobre los derechos más elementales de las personas y de la democracia liberal. Un rey que, tras su intervención en la ONU en favor de esa organización, maldecida por un Trump mucho más cruel que Nerón, y contra el exterminio de los gazatíes, está siendo insultado, degradado, por la multitud de seguidores de Vox en las redes. Vox contra el Jefe del Estado. Lo natural. Como natural es también la violencia: hundir el «Open Arms», que la Armada dispare contra todo cayuco que penetre en aguas nacionales (el pasado viernes Feijóo dio un pasito hacia esta «náutica», para no perder el ritmo electoral), a la caza del moro en Torre Pacheco, apaleamiento de un muñeco representando a Sánchez, que para Abascal acabará colgado, como su admirado Mussolini, por otra parte, o revelaciones sorprendentes que los tribunales deberían investigar dados los indicios relevantes aportados por Vox: «El Gobierno es una banda de criminales».
(Un apunte: lo ocurrido esta semana en la Asamblea General de las Naciones Unidas se puede resumir en la formación de dos grupos. En uno están Netanyahu, Trump, algún gobierno con pésima conciencia, Aznar, Ayuso, Martínez-Almeida, todos los cargos que dependen de la bilis de 7.291 y una patita de los muñecos de trapo Feijóo, Tellado, Gamarra, Muñoz… En el otro grupo, el resto del mundo).
Para la tirana de la ciudad-Estado de Madrid no existen las personas. El humanismo más elemental le da asco. Apresada por un ego de manual psiquiátrico, por una codicia ilimitada de dinero y poder, está desquiciando al país entero, envenenando a los ciudadanos desprovistos de lecturas y de sentido común, y a los jóvenes que no conocen, ni lo pretenden, saber qué es el totalitarismo, anhelando estúpidamente vivirlo para luego decirles a sus hijos y nietos que no repitan sus errores, y horrores. Porque el resto, los dueños de los cortijos, no corre peligro entre alimañas. Es «cautivador» observar cómo ella, con sus manipulaciones grotescas, embauca a tanto pobre diablo, que siente el placer de ver insultado su raciocinio, a la par que desvela la auténtica naturaleza de quien se cubre con piel de cordera. No obstante, la cantidad y «calidad» de las invenciones que suelta día tras día, eso sí, le subrayan un talento manipulador no fácil de alcanzar, porque no es fácil diseñar una lavadora de sesos tan maquiavélicamente eficaz.
La estrategia del fascismo nunca variará porque es muy sencilla y melosa: fijar un objetivo, poner una diana, crear un satanás, señalar a una prostituta a la que apedrear. O sea, «Perro» Sánchez. Porque más allá de echarlo de La Moncloa, pese a que las urnas lo han introducido en el palacio, en el extremo, habría que preguntarse si lo que persiguen los conjurados es su «liquidación», no política, que por supuesto, sino física.
(1. A un juez se le conoce por sus autos. 2. A un político, por de dónde extrae los impuestos y cómo los distribuye. 3. A un periodista, por las fuentes y su deontología, estando estos días de actualidad poner como ejemplo de objetividad a «TeleAlimaña» frente a «TelePerro». 4. A un ciudadano, por su voto, si está más impulsado por el interés general o por el particular: más de un millón de «ciudadanos» acude diariamente a los comedores sociales).