Cuando de casualidad se inventó el fuego y comenzaron a domesticarlo seguramente muchos de aquellos monos evolucionados se quemaron, se chamuscaron o llenaron sus pulmones de un humo que se llevaría a muchos por delante. Podemos extender lo dicho a casi todos los inventos de la humanidad, así que dicho un poco en castizo: lo que no nos mató nos engordó. Piensen en las armas, el peor de los inventos y ahí seguimos perfeccionándolas. De todas formas los caminos usados para la investigación y el desarrollo de artilugios armamentísticos, en colateral o paralelo a ello, llevaron también, casualidad mediante o no, a encontrar soluciones de uso civil para la mejora de la vida.
Los inventores, en su gran mayoría, no creemos que fueran seres maléficos o psicópatas guiados por un instinto criminal, aunque tenemos la certeza de que muchos fueron presionados, amenazados y acosados (término muy sobado en la actualidad) para mejorar máquinas de matar o por lo menos sus inventos fueron aprovechados, para una vez debidamente modificados, emplearlos para una de las cosas que mejor se nos da a los primates evolucionaditos que somos: matar.
Podríamos extendernos en los antecedentes de Internet, de los móviles y de eso que ahora están empeñados en llamar IA (o AI, como acronifican hasta en las brañas). Sobre Internet ya hay toda una mitología; mientras los hippies fumaban sus canutos en festivales musicales y comunas unos buenos chicos emigrantes, permítanme la tautología, norteamericanos hijos de papá y de USA, al uso, estudiaban en caras y exclusivas universidades y se pasaban el tiempo metidos en los garajes de sus americanas casas (en realidad modelos que llevaron los nórdicos y centroeuropeos a EEUU) arreglando o imaginando nuevos cachivaches para en muchos casos gastar bromas a sus compañeros, mejorar las prestaciones de sus bicicletas chooper o, parece ser, en el caso de Fuckerberg, para llevarse a chicas a su habitación en los colegios mayores más rijosos de mundo (y ya es difícil).
Antes de llegar al espejo mágico de los móviles podríamos mentar brevemente esa nueva moda o amenaza o las dos cosas que dieron en bautizar como Inteligencia Artificial -IA/AI -. Uno ha visto y oído ya bastantes «novedades» en lo que lleva de vida. ¡Ay, Señor! Perfectamente o casi sabe de lo que puede ir eso nuevamente en boga que llaman IA, acrónimo españolizado. Hay mucho ahí, pero de momento, de momento, está teniendo un uso como el que se dio en las cavernas del paleolítico superior, solo que aquello con una belleza y un valor paleoartístico jamás igualado.
Nuestros niños, sus papás e incluso los abuelitos saben que la IA es eso que sirve para dibujitos que se acercan mucho a lo real, ¡una gozada! Embellece la propia realidad creando estándares humanos, geografías oníricas o no, ciencia ficción, máquinas. Todo. Generalmente hermoso o atractivo para según qué público, pero tan falso como un billete de 23 euros. Prefiero más a Bugs Bunny. Ya no hablo de Velázquez que captaba algo más allá que la vida exterior en sus retratos u otros temas de la vida. No sé si la inteligencia del pintor era artificial o no, o si sus pinturas las podemos tachar de invenciones de pega, en realidad aunque ya uno conoce definiciones de inteligencia artificial todavía no está claro a qué, exactamente, se refieren cuando hablan de eso: IA/AI.
Parece ser que nuestra inteligencia humana basada en la química del carbono es susceptible de ser transmitida al silicio y este, ya solito, empieza a pensar y a crear cosas o cositas por sí mismo. ¡Oh! Menudo salto. Bueno si sirve para la salud, para la mejora de nuestro trabajo, para crear más trabajo y que la mayoría de gente no viva en la miseria, para todo eso que pueda mejorar nuestro entorno físico, natural, mental, espiritual, laboral y algunas cosas de primera mano que necesitamos.
Pero claro, lo que más abunda por ahí y ahora mismo, es que lo que más estamos percibiendo, en general, es que se usa para falsear, por ejemplo, mi música preferida y tengo que decir, no sin cierto orgullo, que esos imberbes onanistas mentales de Silicon Valley o de donde quiera que «trabajen», todavía no lo han conseguido. Sí me cabrearía que me falsearan a la perfección la voz de Joan Báez, por ejemplo, en la canción del El preso número 9. Ahí ya estarían en un grado muy alto, altísimo, de la imitación que quieren que llamemos Inteligencia Artificial. Cuento con la suerte de que Joan Báez ya no resulta atractiva desde ningún punto de vista económico que es lo que busca esta gente. Es como las enfermedades raras; no se investigan.
En un mundo volcado en la evasión, los placeres para ricos y pobres y el sexo, ¡claro! Lo que se ofrece en este aspecto más exitoso hoy en día desde la explosión de interné tiene un gran parecido a las galletas cookies que son buenas, bonitas y baratas, así los muñequitos y monigotes humanizados para ser atractivos sexualmente juzgo constituyen el sexo más ramplón exhibido en la historia de la sexualidad. Mi compañero de pupitre en 1970 era un erotómano y pornógrafo que sin llegar a Tinto Brass estaba muy, pero que muy por encima de esos tipos del hentái o de los babuches del valle ese californiano. Si la IA cura pronto el cáncer ¡ojo! para todo el mundo, seré el primero en aplaudirla.
Por fin llegamos al producto resumen de todo este tinglado actual; el teléfono móvil, del cual no sabemos a dónde llegará con sus nuevas generaciones presentadas un mes sí y otro también. Lo que sí podemos contar es lo que a día de hoy podemos observar del uso que hacemos generalmente de este aparato que nos obnubilan, literalmente, y del que todo el santo día estamos colgados, día y noche. Así, podemos ver deambulando por las calles de nuestras ciudades a una multitud (aislada) mirando su espejo mágico, para mandar o recibir chorradas o no; vemos gente con cara de recibir un like diciendo: «qué bonita estás…» y cosas harto escabrosas que hoy en día en medio de demasiadas contradicciones sociales entre la extrema y la paralizante corrección política y una permisividad escatológica, para dejar estupefacto a alguien racional.
Esto por un lado, por otro y es muy peligroso (también hay otros usos peligrosísimos como sabemos ¿todos?), podemos topar con un transportista que se te echa encima en la carretera porque en ese momento atiende a su jefe que le está cargando con un trabajo extra en ese mismo momento. Así, hasta una casuística que podría llegar al infinito. Un caso clásico es la gente que pierde el tiempo tontamente haciéndose perfiles en redes que no les van a proporcionar ni un duro, pero eso sí, van a tener la oportunidad de ser felices teniendo su avatar tuneado para que otros incautos como tales individuos tengan la oportunidad de husmearse como los cánidos.
Por cierto, ¿han visto la cantidad de youtubers, sobre todo chicas jóvenes, que se tiran por una ventana o que las tiran por la borda de un yate de lujo? No es todo así, no, no me juzguen de cenizo si así les peta. No; como en casi todo en la vida del hombre podemos utilizar nuestras herramientas para su uso racional, para mejorar nuestros conocimientos, para agilizar y mejorar nuestras vidas laborales y en general para comunicarnos mejor y más productivamente. Así sea.
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