Todos cultivamos nuestro aspecto, supongo, aunque a veces es nuestro aspecto el que nos cultiva a nosotros. No sé hasta qué punto mi caso es uno u otro, pero sí que hay gente que tiene una percepción sobre como soy debido a mi aspecto. Hay quienes creen que es agresivo. Solo tengo pintas de roquero viejo, curtido, o como me llamó un miembro del extremo centro cuando salí en un medio en un reportaje sobre el 1 de mayo, «motero añoso con ganas de trabajar», pues al buen señor no se le ocurrió nunca pensar que quizá los trabajadores no tienen un aspecto concreto y no vamos por ahí con el mono sucio todos los días y a cualquier hora.
Los prejuicios son libres y la estupidez es infinita, ya tengo una edad para saberlo, pero no deja de sorprenderme. Mi madre le tenía ojeriza a un amigo de mi hermano mayor, un punk altísimo que solía golpear sin querer la lámpara del techo del salón de casa con la cresta. A mí me parecía simpático porque no veía muchos punks y este además era manco y siempre me contaba chistes tontos. Cuando este mismo hermano y sus amigos fueron a mi pueblo en moto, un pastor que los vio pasar gritó a todo el que quisiera oírle que habían llegado los pinkis al pueblo, como si acabaran de llegar los comanches a arrasarlo todo. Uno es dueño, más o menos, de su aspecto, pero no puede serlo de lo que los demás pretendan hacer de él.
Cuando era crío, unos chicos del pueblo construyeron una cabaña en un bosque. Poco después, el dueño de ese trozo del monte, pues al parecer lo tenía, encontró aquella cosa hecha con palos y ramas y entró a ver qué había ahí. Encontró dos jeringuillas sucias. Supuso que la heroína había llegado a un pueblo de apenas cien habitantes a mil cuatrocientos metros de altitud, y ni corto ni perezoso, cogió las jeringuillas y se las llevó a la Guardia Civil. Los rumores no tardaron mucho en recorrer el pueblo. Había yonquis que se escondían en un chamizo para inyectarse droga. El escándalo subió varios grados cuando se descubrió que varios de los que habían construido la cabaña de marras eran amantes del heavy metal. No solo lo escuchaban, es que llevaban muñequeras con tachuelas, pendientes, greñas, pantalones elásticos, cadenas colganderas y camisetas con monstruo. Además, uno de ellos era alto y desgarbado, señal inequívoca de que alguna enfermedad derivada del consumo intravenoso de heroína se lo iba a llevar por delante. Durante semanas, fue un pequeño escándalo en un pueblo pequeño, lo que quiere decir que fue un escándalo muy grande, y los chicos que construyeron la cabaña tuvieron que sufrir todo tipo de insidias. Pueblo pequeño, infierno grande, ya saben. Fue la Guardia Civil quien acabó con la tontería. Las jeringuillas contenían restos de leche. Para el que quisiera haber escuchado a los chicos, no era una sorpresa, pues ellos habían explicado cien veces que utilizaron jeringuillas para dar leche a unos gatitos abandonados que habían encontrado. Las jeringuillas eran demasiado grandes como para que alguien se inyectara heroína con ellas y los restos del interior no correspondían con lo que debería si su uso era el que todos pensaban. El dueño del terreno hizo el ridículo, pero los chicos de la cabaña cargaron con una fama totalmente inmerecida durante algún tiempo. Años después, cuando fumábamos cigarrillos a escondidas y uno de nosotros fumaba cigarrillos sin filtro en un paraje junto al río, alguien, muy alarmado, paseando por allí, se encontró droga por segunda vez en la historia del pueblo, así que metió colillas en una bolsa y se las llevó a la Guardia Civil para que le confirmaran que allí se estaban fumando porros y que, obviamente, quienes lo estaban haciendo eran esos malditos macarras. En la colilla de los cigarrillos sin filtro se podía leer perfectamente la marca de tabaco, pero dio igual. Los guardias debieron tirar la bolsa a la basura, pero la vigilancia del pueblo, docenas de ojos sedientos de escándalo, no nos la pudimos quitar de encima hasta que nos empezó a importar un carajo que nos vieran haciendo según qué cosas.
Nada de esto habría ocurrido sin nuestro aspecto y es curioso que todavía hoy exista gente así, dispuesta a sacrificar la lógica más básica y sustituirla por el malpensar. Tenemos un montón de ladrones dirigiendo medio planeta y todos ellos visten con ropa cara, traje y corbata. No se me ocurriría juzgar a nadie por llevar ese aspecto. Me espero, al menos, a que invadan un país, comiencen a hacer limpiezas étnicas en el propio, quiten derechos a los trabajadores o especulen con la vivienda.
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