Después de haber perdido la utopía y abandonado las ideologías, la humanidad parece ir camino de deshacerse de la ética. El fin de la primera acabó con la ilusión de las izquierdas y, en buena medida, las convirtió en poco atractivas vaticinadoras de desastres; el de las ideologías no trajo un mundo regido por eficaces tecnócratas, sino el triunfo, esperemos que no definitivo, de una letal combinación de maldad y estupidez; el de la ética sí puede conducir al fin de nuestra civilización, que anuncia capciosamente el documento de la llamada Estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos de América, firmado por Trump, verdadera guía para su destrucción.
Las tres superpotencias que dirigen el mundo tienen al frente a personajes profundamente inmorales y sus políticas han abandonado incluso las coartadas ideológicas que tradicionalmente encubrían los abusos de los estados, tanto internos como imperialistas. Quizá el peor sea Donald Trump por su descaro. Vladimir Putin miente sin recato, no se esfuerza mucho en disimular sus crímenes, dice que combate el nazismo en Ucrania y protege en Rusia a organizaciones terroristas internacionales nazis, pero se encubre con el nacionalismo y una aparente fe religiosa ultrarreaccionaria. Xi Jinping tapa con un muro de silencio la represión que sufre la ciudadanía china, utiliza buenas palabras ante los conflictos internacionales y dice que es comunista, aunque le preocupan muy poco los oprimidos y explotados. Trump utiliza la presidencia para hacer negocios personales y satisfacer su inmensa vanidad, pero no hay nada en sus discursos o en su comportamiento que guarde alguna relación, aunque solo sea formal, con valores éticos o idearios políticos.
El trumpismo representa el triunfo del capitalismo más salvaje. Lo peor es que extiende a buena parte de la sociedad norteamericana y mundial, incluidos muchos jóvenes, la creencia de que lo único que debe importarle a cada individuo es el éxito y la satisfacción personal, al precio que sea y destruyendo por el camino a quien sea necesario. Es la moral del delincuente. Lo que dijo hace unos días sobre el periodista Jamal Khashoggi no es solo indigno de un dirigente democrático, debería descalificarlo como político. Muestra lo que a él le gustaría hacer con los periodistas críticos estadounidenses, pero, sobre todo, una falta de humanidad que debería dejar estupefacta a cualquier persona de bien. Lo que importa es hacer buenos negocios con Ibn Salman, la libertad de prensa, los derechos humanos, la dignidad de las personas, son zarandajas.
Putin invade Ucrania y logrará un buen botín gracias a su amigo Trump. Trump bombardea lanchas de países a los que no ha declarado tampoco la guerra, mata sin juicio a supuestos narcotraficantes y si cae algún inocente pescador, quién le manda ser pobre y estar en el sitio equivocado. Otro amigo de Trump, Benjamín Netanyahu, permite que racistas fanáticos judíos asesinen a palestinos en los territorios ilegalmente ocupados por su país, que les quemen las casas y los coches y les impidan recolectar sus cosechas. La «paz» de Gaza sigue cobrándose muertos y mantiene a millones de personas viviendo en condiciones miserables ¿La ONU? Ni está ni se la espera ¿Y eso que llaman Derecho Internacional? Debió perderse también por el camino, quizá con las ideologías. Menos mal que la Academia Noruega tuvo algo de dignidad, pero al cretino vanidoso todo le sirve, ahí está, tan ufano, con el bochornoso trofeo de Infantino. Si algo se ha perdido también es el sentido del ridículo.
Siempre hubo muchos canallas al frente de los estados y otros que, sin pertenecer a esa categoría, hicieron canalladas desde el poder debido a su elevado sentido de Estado, pero antes, al menos, se encubrían con ideologías y eso ponía algunos límites. No en todos los casos, de acuerdo, tiranos extremos, como Hitler, Mussolini, Franco, Stalin o el Assad, se circunscribieron a engañar y ocultar su barbarie con bastante éxito, pero sin que sus supuestos valores pusieran coto a los crímenes. También es cierto que se encontraron con gente con principios éticos, como Albert Camus, que me sirve como ejemplo de alguien que combatió y desenmascaró a todos ellos, salvo al sirio, al que no llegó a conocer. Todavía quedan voces críticas, pero deberían sonar con más fuerza.
Ahora, el supuesto conservadurismo de Trump, que se dice cristiano, se cisca sin reparo tanto en la doctrina del Evangelio como en los valores del liberalismo o de la democracia. No pretendo defender la moralidad históricamente hipócrita del cristianismo, fundamentada en el miedo al pecado, al castigo, y aderezada con obsesiones absurdas, como la que tiene con el placer sexual, más bien me inclino por la kantiana, pero, al menos, el «conservador» Trump podría aparentar que cree que matar es pecado o que lo de «amaos los unos a los otros» no es una carta blanca para violar menores, acosar a mujeres o pagar a prostitutas; por otra parte, no le vendría mal profundizar en el concepto de caridad. ¿Qué valores morales tiene el «conservadurismo» trumpista? Intelectuales, necesariamente pocos, pero ¿éticos? Aunque crean que son necesarias políticas restrictivas con la inmigración, ¿pueden apoyar sus seguidores la inhumanidad, la brutalidad, que Trump extiende por todo Estados Unidos?
Cualquier planteamiento que agreda o desprecie a seres humanos, que los discrimine o los oprima, es inmoral. Lo es el machismo, lo es la homofobia, también lo son el racismo, la xenofobia, la intolerancia religiosa, la violencia. Las extremas derechas, vístanse de seudoliberales, de neoconservadoras o de neofascistas, defienden esa inmoralidad. Su única ley es la del más fuerte y no me refiero solo a la política internacional, por eso su ídolo es el rico, consiga como consiga su fortuna, por eso desprecian al pobre o lo manipulan sin pueden sacarle algún voto ¡cuántos se habrán arrepentido en Estados Unidos de haber votado al bermejo albardán!.
No se puede generalizar con casos de violencia como los que sufren los sin techo o algunos inmigrantes a manos de jóvenes, tampoco hay que sobreestimar el crecimiento de la extrema derecha entre ellos, que puede ser pasajero, pero no deja de ser preocupante. Si el ejemplo que tienen son líderes no ya inmorales, sino rotundamente criminales, si ven que muchos adultos los apoyan, si no encuentran alternativas ideológicas atractivas, si los partidos tradicionales han perdido las ideas, incluso la inteligencia, sus líderes mienten de forma sistemática y son presa de la corrupción, no es difícil comprender la desorientación de muchos jóvenes.
Es necesario un rearme moral. Parece simple, los seres humanos nos necesitamos los unos a los otros para sobrevivir y, ya que debemos convivir, si nos ayudáramos en vez de hacernos daño, si nos comportáramos de tal modo que nuestras decisiones pudiesen servir como principios de una legislación universal, útil para todo el mundo, todo irá mucho mejor. Ética y un poco de inteligencia, solidaridad frente al egoísmo, no hace falta mucho más para convivir. Una cosa es que haya necesariamente intereses encontrados en sociedades complejas y desiguales, que existan diferentes alternativas políticas, pero los valores que nos permiten convivir y sobrevivir deberían ser sagrados y quienes desean sustituirlos por el odio, la mentira y el imperio de la ley del más fuerte solo merecen rechazo. Hay que estar muy ofuscado para creer que Trump, Putin, Xi, Musk y sus retoños españoles y de la UE van a mejorar nuestra forma de vivir.
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