He hablado a menudo de la relación entre drogas y rock and roll. En mi libro «Vinagre» hay numerosas alusiones a estas dos cosas que, me guste o no, están íntimamente relacionadas. En las entrevistas que me han hecho, cómo vivo mi relación platónica con músicos politoxicómanos es una pregunta habitual porque mi aspecto me delata y mis pasiones llegan antes que yo a los sitios a estas alturas. No me molesta contestar a estas preguntas porque me gusta hablar y a veces solo hace falta darme un poco de cuerda para que se me suelte la lengua, a pesar de mi timidez. En mi libro, expliqué que tampoco necesito creer en dios para admirar la catedral de León o la de Burgos. Incluso hay músicos de los géneros que me entusiasman que tienen fuertes convicciones religiosas y las reflejan en su obra. Admito que en su momento, cuando frené en seco con la bebida y me enfrenté a la realidad, a mi realidad, me causó conflictos emocionales verme rodeado de auténticos drogodependientes por todas partes en la música que amo y, con frecuencia, en el cine y la literatura que admiro. Además, dentro del rock y todos sus hijos, se va más allá de ser meros consumidores de drogas. Muchos hacen apología del consumo y otros describen su alucinante relación con ellas. Todos los amantes del rock hemos leído biografías de nuestros músicos favoritos en las que queda bien claro que la droga que aparece en sus canciones es solo una pequeñísima parte de la droga que consumían o consumen. Y qué decir de los padres del rock, que ni siquiera sabían que terminarían siéndolo cuando empezó el parto. Take a Whiff on Me es una canción que el folclorista Alan Lomax recopiló hace un siglo. Esta canción se conoció también como Cocaine Habit Blues y la primera grabación con este título la realizó la mítica Memphis Jug Band en 1930, por mucho que Google insista en señalar que la canción original es la versión que Old Crow Medicine Show grabaron en 2001, pues Google no tiene ni puñetera idea de música y prioriza siempre lo nuevo aunque para ello tenga que mentir. Así que es normal que la gente se haga una idea acerca de la gente que escucha cierto tipo de música o músicas, supongo, aunque sé que la relación de los músicos de rock con las drogas ha cambiado drásticamente en los últimos lustros. Hace unos meses leí un reportaje donde se hacía burla de esto. Antiguamente, entrar en el camerino de algunas estrellas del rock era adentrarse en un festín de excesos sin igual y hoy al entrar en un lugar así lo más seguro es que encuentres comida vegana y zumos, lo que al parecer era cosa de mucha risa.
La relación de la gente con las drogas ha cambiado, no solo la de los roqueros en general. Los músicos se han dado cuenta de que quizá aquel camino no es tan atractivo y la perspectiva de morir a los treinta ahogado en tus propios líquidos es mucho más real que cuando murió Bon Scott. Quizá había ahí una sensación de inmortalidad, de ser invulnerables, una sensación llena de soberbia e irracionalidad. Yo viví un poco todo eso a mi manera pero no puedo decir que pretendiera llevar un estilo de vida acorde con el rock and roll. He jaleado los excesos y los he vivido, me he rebozado en ellos, incluso, y hoy, la juventud que tuve me mira desde la edad de piedra juzgando, quizá, mi postura actual sobre todo aquello que, por suerte o por desgracia, me ha convertido en el hombre que soy.
Afortunadamente, tengo otra mirada y la suficiente perspectiva y sé que me habría drogado igual aunque hubiera sido fan de la sardana, la música ligera o, dios no lo quiera, Melody. Pienso que todos aquellos excesos se debían a una época, quizá, y sé también que no todo el mundo que consume drogas se convierte en un adicto. No me llega la capacidad para juzgar moralmente a quien consume porque sé que las drogas forman parte de nuestra cultura desde mucho antes de que algún melenudo decidiera asustar a sus vecinos invocando al demonio por medio de una guitarra eléctrica del mismo modo que no me escandalizo cuando se consume vino los domingos para invocar a dios. Sí que he adquirido la suficiente entereza como para detectar los peligros del consumo y los problemas que se derivan de ello, pero entiendo que asumir que un género musical, aunque el rock son cientos de géneros y subgéneros, no es suficiente como para llevar a la gente por un camino autodestructivo sin más. En ese sentido, el capitalismo es más culpable que el rock and roll de los excesos con las drogas, y la política de prohibiciones y regulaciones insensatas con información ausente tienen mucho más que ver con todo eso que la música en sí. La gente escribirá siempre sobre lo que le rodea y las drogas están ahí, omnipresentes, a unos nos rodearon más que a otros y no podemos huir de ellas aunque no consumamos. Hay mucho que rascar en aquello de la heroína y su relación con la música, pero no como si fueran una sola cosa, sino como el ejemplo más obsceno de un sistema que busca chivos expiatorios para ocultar que aquella relación no surgió en la nada y que la verdadera y más intensa relación existente entre consumo de drogas y juventud en los 80 y todavía hoy, tiene más que ver con un sistema que no deja ver un futuro más allá del viernes para nadie. No te puedes comprar un piso, pero drogarte es barato y te ayuda a olvidarlo. Es curioso, pero la pregunta sobre drogas y rock and roll suelen hacérmela más que las preguntas sobre consumo de drogas y clase social. Es significativo, supongo.
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