Nací con el rock y casi no puedo recordar toda la banda sonora de mi vida sin esta música, aunque a partir de lo que llamo «el imperio del rock», es decir la época en que ya se hizo industrial e interesado aun cuando predicara lo contrario, ya combinaba lo rockero con el folk atlántico y otros. Su intensidad en mi vida bajó algunos enteros en los 80’s y 90’s y, con excepciones muy notables, lo que vino a continuación, si lo vemos sin apasionamiento, creo, solo fue un reeditar viejos éxitos de los rockeros clásicos y pasear por los escenarios a senectos músicos reviviendo viejas glorias de antiguos tiempos. La verdad, vuelvo a creer, que la música muy diversa y con distintas mezclas y mestizajes que dimos en llamar rock and roll o sencillamente rock, fue una veta musical ubérrima e inspiradora a la que todo el mundo acudió una y otra vez con el cántaro, lleno de sentimientos y de intereses menos confesables.
Al filo del siglo XXI la gran teta del rock ya daba para muy poco, dicho esto hay que hablar de las maravillosas excepciones que en su etapa otoñal y viejuna nos dió la bendita música de casi todos nuestros recuerdos, los de las personas que nacimos entre, más o menos, el año 1940 y casi finales del siglo XX. Igual es que uno se hace viejo y lo ve así. Al estar decadente y a punto de desaparición nuestro egoísmo generacional se quiere llevar para el otro barrio aquello que consideró genuino y suyo. Probablemente, pero a fecha de 2025 y llevando años escuchando lo que escuchamos y está de moda musical podríamos decir que hay un par de generaciones que se están apartando o ya están muy alejadas de la música por excelencia de la segunda mitad del siglo XX. Sí, parece que su tiempo, lo que lo inspiró, la pretendida rabia y rebeldía juvenil, ya no se canaliza a través del rock, puede ser que estemos excesivamente alienados, asustados, hastiados en demasía y que todo esté muy visto y machaconamente oído.
A muchos jamás ni se nos pasó por la cabeza que el rock iba a morir incluso cuando Miguel Ríos quiso resucitarlo y sacarlo un poco de aquella parodia pretendidamente original y graciosa que fue la llamada «movida madrileña». En aquella época pseudo-rokera, tan castiza y tan impostada como un «chotís »-sólo por hablar de España -, hubo gente como Rosendo y otros que dignificaron la esencia del rock. Todavía éramos jóvenes, no era para preocuparse demasiado por aquella «new wave» o niubabe. El rock tiró para adelante, se reinventó, los noventa fueron buenos, tanto en España como en los países anglosajones donde se esquinó aquella moda pulida, relamida y repelente que nos obligó a consumir el mercado (¿seremos nosotros mismos El Mercado?) . Los Locos con Redondo al frente fueron una referencia en Asturias para todo el país, Nirvana apuntaba ya al suicidio encriptando ? de cripta ? al rock. Neil Young, nuestro buen amigo inasequible al desaliento del nuevo tiempo nos encandiló con «Rockin’ in the free world», finalizando ya la década primera del siglo XXI. El canto del cisne de tres generaciones, ¿sí? Aún no lo queríamos reconocer; ¿cómo iba a morir, a acabarse de verdad el rock? Y no sólo eso, sino que molaría de forma dominante el postureo (por cierto que siempre lo hubo, sino que se lo pregunten a Jim Morrison o a David Bowie), sobre la esencia de lo musical.
La música disco, que también bailamos aunque con cierta displicencia, era soul avanzado y la cantaba la misma gente de la Motown que sabía cantar y ofrecer un buen espectáculo lleno de ritmo. Ni recordando los peores tiempos del punk que al igual de la gente de la movida se atrevían a subirse a un escenario sin saber tocar ni cantar, podíamos pensar que reconocidos cantantes, canto-autores, raperos y chicas bún iban a llenar estadios a donde el último par de generaciones irían a dejarse ver, a enseñarse, selfisear y llenar las redes con un : «yo estuve aquí». De acuerdo, esto también se hacía con los conciertos de rock en su etapa más rosa o amarillista, y sí, me fastidió siempre lo del dichoso mecherito porrero encendido como un farolillo chino, pero se puede afirmar que todavía en esa época impostadilla el que quisiera escuchar buena música tenía alguna oportunidad. Ahora me temo que todo quede en el postureo de las redes exhibiendo la horterada de que se asistió al evento del cantante más de moda que pasará al olvido ese mismo día o el año que viene.
No quisiera que se viera en este artículo un obituario para el rock, siempre nos quedará la esperanza, también la memoria incorrupta de una música, un tiempo y unos protagonistas irrepetibles. Hay que dar tiempo para que surjan otros caminos que huelan a rock and roll. Seguramente a otras fusiones que ahora desconocemos y que llegarán no sabemos cuándo, pero el rock tal y como lo conocimos ya es cosa pasada. No sé que opinaría Jorge Martínez, El Ilegal por antonomasia, el hombre al que escuché tocar la guitarra en la pérgola entre las escaleras 12 y 13 de la playa de San Lorenzo, durante los veranos de los primerísimos setentas. Procedía de Avilés -ciudad pionera en el rock asturiano ? y aunque no lo crean ostentaba en aquel tiempo una melena rizada y pelirroja que no tenía nada que envidiar a la de Jimmy Page y una forma de hacer acordes y enrevesar letras que indicaban que ahí habitaba otro músico fuera de lo común. El auge de Jorge y sus ilegales mantuvo la dignidad rockera en unos años ochenta con demasiado tupé rockerillo que hoy se nos antoja casposo, con sus voces infantiles, aunque el cantante pasara de dos metros, y con acompañamientos musicales de organillo de feria electrificado. Es una opinión personal, para gustos hay colores y para el rock parece que también.
No puedo hablar y creo que no debo hablar del fallecido Robe a quien tantos dicen llorar. He leído letras suyas y algunas hasta son más inspiradas que las del poeta que nos encandiló, ahora juzgo que impostado; Bob Dylan, ese cantautor que abrió la espita sesentera supo, como nadie, rodearse de buenas voces léase Joan Báez, que suplieran su falta de tono, su monotono y la ausencia de matices, igual debido a una nasalidad y voz de pito que, como todos los genios, supo poner de moda. A mediados de la década llamada prodigiosa, nuestro Dylan ? igual se nota que fui un encandilado desencantado -una vez que electrificó sus canciones (para cabreo de Pete Seeger) atrajo a la mejor banda de rock-blues de los sesenta en USA: The Band. Son historias de nuestra música favorita que a veces no nos permite ser imparciales o justos, porque la música tiene mucho de pasión y el género rock bastante más. El tiempo hablará, como siempre. Y no siempre acertará como ocurre con La Historia que llega hasta nosotros a veces falseada desde que se produjeron los hechos, pero esa será otra historia de la historia de rock.
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