Los mil y un secretos de las noches de El Reconquista

Susana D. Machargo OVIEDO

OVIEDO

Manuel Muñoz se retira después de 40 años trabajando en El Reconquista.Manuel Muñoz se retira después de 40 años trabajando en El Reconquista
Manuel Muñoz se retira después de 40 años trabajando en El Reconquista

El trabajador más antiguo del lujoso hotel de Oviedo, Manuel Muñoz, se jubila después de 44 años de servicio. Por sus manos han pasado reyes, empresarios, futbolistas de élite y hasta galanes de cine

14 nov 2017 . Actualizado a las 10:33 h.

Entre los camareros de piso rige el secreto de confesión. Y entre los del turno de noche más. Sin esa cláusula profesional es casi imposible sobrevivir en un oficio en el que es imprescindible ser invisible pero estar siempre presente. Así se entiende que Manuel Muñoz haya pasado más de cuatro décadas recorriendo todos los rincones de uno de los hoteles más emblemáticos del país: El Reconquista, de Oviedo. Muñoz se jubila ahora después de 44 años en el hotel. Tenía 17 años cuando cruzó por primera vez el majestuoso hall. Todavía no se había inaugurado. Era junio de 1973 y tenían dos meses por delante para ponerlo todo a punto. Desde entonces ha hecho casi de todo. Ha servido a Reyes en privado y a primeros ministros y premios Nobel en público. Ha memorizado los caprichos de algún galán siempre acompañado de una dama (distinta). Ha aprendido los nombres y gustos de cada cliente habitual, del comandante de la tripulación de Iberia al empresario que ha montado su base de operación en la habitación. Incluso ha desarrollado un gesto casual para acercar la placa con su nombre que cuelga del uniforme a ese cliente que quiere llamarle por su nombre pero al que le falla la memoria. 

Ahora que pasa a la reserva, Manuel Muñoz -Manolín para los de su pueblo de Tudela Veguín. Muñoz para El Reconquista- deja escapar algunas anécdotas de ese férreo secreto de confesión. Cuenta quiénes eran afables y cercanos, qué hacía el rey Felipe cuando era un niño y cómo se comporta un auténtico Don Juan. También baja el tono de voz para contar quiénes eran más o menos «propineros». Desliza alguna cifra pero prefiere que no se transcriba. Hablar en público de dinero no está bien visto. El día 19 de noviembre se jubila después de 44 años y cinco meses de servicio. Se va el más antiguo de El Reconquista.

Nombres propios

En el álbum de fotos de Manuel Muñoz está Carmen Polo, señora de Franco. Allí estuvo ella en la fiesta de inauguración. Manuel trabajaba en una sidrería cuando el hotel estaba en construcción. Vio un anuncio colgado de una valla en la que se buscaba personal y fue junto con otros dos amigos a pedir trabajo. Esa decisión cambió su vida por completo. De esa época conserva multitud de fotos en un cuidado álbum. Primero aprendió el oficio, a servir, a montar mesas, a ser discreto y afable. Recuerda con precisión el nombre de compañeros y hasta la fecha en la que algunos fallecieron. Tras bregarse, el 1 de agosto de 1978 entró en el room service nocturno, donde pasó 38 años, hasta el 8 de enero de 2016. Su familia era el vigilante, el telefonista y en una época hasta el limpiador de zapatos. Por la noche era camarero de piso y por el día se integraba en la brigada de banquetes, tanto dentro del hotel como en el exterior, cuando les contrataban.

Marquesas y empresarios

«Entonces había más marqueses que ahora», reconoce con gracia. Una de esas marquesas, de la que prefiere no dar el nombre, pedía siempre seis champaneras llenas de hielo. Echaban los cubitos en la bañera y luego ella metía sus pies. ¿Para qué lo hacía? No lo tiene claro. Está convencido de que era un capricho. Pero para lujo el de las familias asturmexicanas que se pasaban semanas y hasta meses en el hotel. Llegaban con todo el servicio, desde chóferes hasta las doncellas, y se alojaban todos. De esa época recuerda a José Alonso, presidente de la Eléctrica de Quito. Envió a sus dos hijos a estudiar a la Universidad de Oviedo y se pasaron todos los años de carrera alojados. Él también lo hacía cuando venía a visitarlos.

Manuel Muñoz cuenta cómo ha cambiado el ambiente. Antes el hotel era una pequeña ciudad. La gente hacía vida dentro. Había dos restaurantes y el bar americano. El hall siempre estaba lleno, con huespedes y también con ovetenses que se dejaban caer. Había mucho cliente habitual que se pasaba la semana entera. Ese era el caso de empresarios como Ramón Colao de Duro Felguera; de Rufino Orejas, de Química del Nalón; Efrén Cides, que compaginó la Tesorería de la Universidad con la empresa privada; o de Francisco García, del sector del carbón. Ramón Castroviejo, profesor de los famosos oftanmólogos Fernández Vega, fue otro habitual.

Cuenta que la historia del hotel está íntimamente ligada a esta saga de oftalmólogos. Además de que los pacientes de la clínica son clientes habituales de las habitaciones, los Vega también contrataban el servicio de restauración. «Durante años he servido en la fiesta de verano en su casa de Ceceda, puestas de largo y también la boda de Milikito», explica.

De Juan Carlos a Felipe

Toda la familia real ha pasado por sus manos. Cuenta que Juan Carlos era más «campechano» que Felipe, pero que este último es muy educado. «Juan Carlos me cogía por el llombu pero a este no se le ocurre», dice. De los primeros años recuerda las fabadas que se comía Juan Carlos con un selecto grupo de militares en las habitaciones o los años en los que venía toda la familia, incluidas Elena y Cristina. De Felipe cuenta una anécdota de su infancia, cuando todavía era un niño pero ya pronunciaba el discurso de los premios Príncipe de Asturias (hoy Princesa). «Cuando llegó de los premios, entró en la habitación, se descalzó y se sentó a comer unos huevos fritos con patatas mientras veía dibujos animados», explica. En otra ocasión pidió un zumo de tomate y se había acabado, así que tuvieron que salir corriendo a comprar tomates para hacérselo. «Cuando era niño era de zumos. Ahora prefiere el Murua», detalla.

Secretos de alcoba

Más discreto se muestra con los secretos de alcoba, aunque sabe más de uno. Pero no comete ninguna infracción si cuenta un truco de Carlos Larrañaba para seducir a las mujeres. «Siempre que llegaba con una dama pedía que se les sirviese la cena en una mesa redonda, con un candelabo en el centro, de cinco brazos, con velas rojas o de color hueso», explica. Lo que no sabe Manuel es si triunfaba después. Tampoco sabe si lo hizo un ingeniero con cargo político que le pidió un whisky de madrugada. Cuando entró a servirle observó por un descuido que la que estaba allí no era precisamente su mujer. 

Presidentes

Manuel Muñoz asegura que Adolfo Suárez era muy cercano y generoso y Calvo Sotelo era correcto. A ambos los conoció ya como jurados de los premios Princesa. Nunca tuvo la oportunidad de servir ni a Felipe González ni tampoco a José Luis Rodríguez Zapatero pero sí a José María Aznar, con su mujer, Ana Botella. A Mariano Rajoy lo ha pillado por los pelos. Nunca había coincidido con él hasta esta edición 2017 de los galardones. Llegó a la ceremonia del teatro Campoamor directo desde una cumbre en Bruselas pero tuvo tiempo a hacer un pequeño receso en El Reconquista. «Pidieron café. Tuve que servir café para un séquito de unas nueve personas que estuvieron un rato en las habitaciones.

No son los únicos hombres de Estado que ha conocido. Él mismo aparece en una foto sirviendo a Mijaíl Gorbachov, mientras su intérprete cubano le traduce al español. En estas cuatro décadas, ha estado al lado de Nelson Mandela, Isaac Rabin, Henry Kissinger,... Le cayó especialmente bien Belisario Betancur, presidente de Colombia en los años 80. «Se dirigió a mí con mucha naturalidad. Me dijo: 'su tierra es como mi país, todo lleno de casitas y verde, su tierra es muy bonita'», explica.

Premios Nobel, artistas y futbolistas

«En aquella esquina», dice mientras señala un rincón del hall, «se sentaba Severo Ochoa a beber sus dry Martini con Grande Covián y Margarita Salas, que era mucho más joven y también su alumna aventajada». Ochoa tenía un paladar selecto. «Siempre le preparaba la copa Iglesias, que era un gran barman. Si algún día se lo hacía otro, por lo que fuera, él lo notaba», asegura. También era de gusto selecto Teodoro López Cuesta, otro habitual, que se moría por las gambas a la gabardina.

Manuel Muñoz hila sin dudas sus ideas y salta de personaje en personaje, de anécdota en anécdota. Siempre le llamó la atención que Johan Cruyff durmiese solo en una habitación cuando todos los demás, tanto del Barcelona como los del Madrid, dormían siempre de dos en dos. «Hasta Butragueño en sus mejores tiempos», apostilla. Hace mucho que no ve a Julio Iglesias pero recuerda que era «muy propinero». A su hijo Enrique le atendió hace menos.

Paso a la reserva

Manuel Muñoz se jubila el 19 de noviembre. Hace ya dos años que está con un contrato relevo y que solo hace una serie de semanas al año. Pero eso le gustaba porque seguía ligado a su hotel. Ahora se centrará en su mujer, sus cuatro hijos y sus nietos. La familia lo agradecerá, después de unas décadas en las que llegó a hacer 15 horas al día, entre el room service y los banquetes. Hubo años muy duros, como cuando sufrió un neuroma de Morton que tardaron en diagnosticarle. Estaba alojado en la parte baja de un dedo del pie y nadie sabía qué tenía. Los dolores eran tremendos, sobre todo, cuando llevaba un par de horas de pie y se le paralizaba hasta la pierna. «Pero nunca pedí la baja. Cuando ya no podía más me sentaba a secar los cubiertos o a hacer lo que pudiera», comenta. Fue precisamente un cliente, el doctor José Paz Jiménez el que terminó dándole un diagnóstico. «Fue a un congreso a Boston y se acordó de mí. Encontró unas infiltraciones y me las trajo», explica.

Nunca quiso coger una baja porque para él El Reconquista era hasta una forma de entender la vida. «Me gusta el trato con la gente. Siempre lo he disfrutado muchísimo. Eso me ha ayudado a dejar los problemas en la calle. Me vuelco con el cliente y se me pasa todo. Trato de calmarlos, de darles lo que necesitan aunque muchas veces ni ellos lo saben», explica. Prudente hasta el extremo, sabe lo que tiene que hacer para llevar a todo el mundo a su terreno. «Terminan comiendo lo que yo digo», asegura. Por sus clientes siempre ha dado la cara, incluso frente a un maitre que quería quitarle a las tripulaciones de Iberia esa fabada que se comen a medianoche y con la que ya vienen soñando en el vuelo.

Pasa estas últimas noches en el bar americano. Allí conoció al neurólogo de origen asturiano afincado en Houston, Juan Fueyo, que le pidió un carajillo. «De qué lo quiere», le preguntó Manuel. Juan Fueyo se dejó aconsejar. «El carajillo auténtico es de coñac», le replicó Manuel. El neurólogo aceptó. Pero ninguno de los dos tenía cerillas ni mechero para quemar el alcohol, así que tuvo que beberlo sin rebajar. «Hoy ya nadie fuma», señala Manuel. Otro signo de que los tiempos han cambiado y de que El Reconquista que deja no es el mismo en el que entró hace 44 años.