Cuando Oviedo tenía lago

Raúl Álvarez REDACCIÓN

OVIEDO

La novelista Victoria R. Gil publicará en septiembre «Una ciudad bajo la lluvia», la excusa perfecta para un paseo por la ciudad en transformación de la frontera entre los siglos XIX y XX. Algunos rincones se han resistido a los cambios.

25 may 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Era un Oviedo muy pequeño, que apenas acababa de romper el abrazo de piedra de su antigua muralla medieval. El ferrocarril aún asombraba por su modernidad. La calle Uría, recién abierta, tenía el aspecto de un bulevar suburbano flanqueado por huertos y hotelitos de indianos y por ella subían y bajaban de la estación al centro los primitivos tranvías tirados por mulas. El Teatro Campoamor aún olía a nuevo y en el Campo San Francisco, a la sombra del convento que le dio su nombre, había un lago donde se remaba por diversión. A esa capital de entresiglos que cambiaba y crecía en la última década del siglo XIX y la primera del siglo XX se ha trasladado durante meses la periodista y escritora Victoria R. Gil para preparar su debut en la novela. El resultado es Una ciudad bajo la lluvia, que Septem Ediciones publicará el próximo mes de septiembre. Su trama es una excusa perfecta para buscar bajo las calles actuales los rastros del pasado y lanzar una nueva mirada informada sobre los rincones cotidianos.

Gil se reconoce tan perezosa para acometer los esfuerzos como muchos profesionales de las letras y se puso a sí misma todas las excusas que se le ocurrieron para no empezar la inmersión en el siglo XIX que requería la historia que se había formado en su imaginación. Pero la pulsión de escribirla y el propio interés del esfuerzo por documentarse volaron todas sus prevenciones y acabó saltando de libro en libro y de archivo en archivo para reconstruir la época. En cuanto empezó, estuvo perdida. Ya no se pudo librar de la imagen del incendio que redujo a una ruina chamuscada la barraca ambulante de Antonio Mayor, pionero del cinematógrafo en la ciudad, abierta junto a otras atracciones festivas de San Mateo en la plaza de La Escandalera cuando las llamas la borraron del mapa en 1906. Tan espantoso fue, que la noticia se abrió paso por los medios de la época hasta acabar en la páginas de ABC en Madrid, y tan cautivador, que aparece en la primera línea de la novela.

«Cuántas cosas hemos tirado en Oviedo», se lamenta la autora. El aspecto despejado de la plaza de la Catedral no lleva ahí desde siempre. Hasta la época de la novela, se levantaba ante el templo una manzana de casitas alrededor de un patio interior, similar a la que aún puede verse en El Fontán. Las calles Cimadevilla y Magdalena eran las arterias comerciales de una época anterior al neón y, más allá, de la muralla en el flamante ensanche que llevó décadas llenar, solo vivían los más ricos en sus palacetes, conocidos por los apellidos de la burguesía llegada de otras regiones y emergente y enriquecida con los ferrocarriles, la industria, las finanzas o la minería.

Algunos de esos nombres cruzan la trama ficticia de «Una ciudad bajo lluvia». En ella se recuerda que Práxedes Mateo Sagasta, cuatro veces presidente del Consejo de Ministros hasta entonces (y aún lo sería otras tres más antes de su muerte), pasó en Asturias la mayor parte del verano en que cumplió 67 años. Corría 1892 y el zorro liberal husmeaba ya su vuelta al poder en los aires viciados del turno con los conservadores, pero tuvo tiempo de rematar aquel viaje con su asistencia a la inauguración del Teatro Campoamor, cuatro días antes de otro San Mateo. En la novela interactúa con los notables de la ciudad provinciana: el alcalde Francisco Secades, el tenor Lorenzo Abruñedo, un Clarín que ya ha publicado La Regenta, los marqueses de Teverga y la Vega de Anzo.

Las calles del Antiguo, los conventos del extrarradio y la buena sociedad ovetense forman parte de la decoración, pero el núcleo de la novela está en una mujer poco convencional, educada a la inglesa, inconforme con el ahogo provinciano y sometida al dominio masculino de la vida en aquel Oviedo. Dará que hablar cuando se libere este otoño.   

La autora: Victoria R. Gil

Periodista de carrera, Victoria R. Gil (Oviedo, 1962) escribió muchas páginas para La Voz de Asturias antes de reorientar su actividad profesional. Con los relatos de La curva del olvido se estrenó como narradora en el 2014.