«Todos los que triunfan en el fútbol son muy inteligentes»

Raúl Álvarez REDACCIÓN

OVIEDO

Vicente González-Villamil
Vicente González-Villamil Tomás Mugueta

Entrevista a Vicente Gónzalez-Villamil, exfutbolista y presidente de la Asociación de Veteranos del Club Real Oviedo

25 may 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Con las tazas y los platillos del café y un vaso de agua que quedan sobre la mesa, Vicente González Villamil (Oviedo, 1947) forma defensas y añade esquemas a las explicaciones que da de palabra. Le sale el fútbol en cada gesto. Los oviedistas veteranos recuerdan de corrido la línea de zagueros que lideraba en las alineaciones de los años 70. Ahora preside la asociación de veteranos del club, ve por la tele partidos de todo el mundo y da largos paseos alrededor de su casa para mantenerse en forma. Lo consigue, a juzgar por su aspecto.

- ¿Cómo empezó a jugar?

En el colegio. Vaya campos.

- ¿Y cuándo supo que sería profesional? ¿Lo decidió o llegó por etapas?

En los Dominicos éramos un grupo muy grande. Aún somos amigos. No había más categorías inferiores que la juvenil y los campeonatos escolares. Así que, después del colegio, nos fuimos todos al Tradecol. De allí, algunos marcharon al juvenil del Oviedo y otros pasaron al Vetusta. Algunos nos quedemos. Hasta que un día vino Pin el Manco, un directivo, a decirnos a Armando Mendoza, hermano de Javier, que luego fue compañero mío en el Oviedo, y a mí. Nos llevó a secretaría y fichamos por el Vetusta. Nosotros no teníamos ni idea.

- ¿Cómo fue eso?

Muchas veces atravesábamos todo Oviedo corriendo, desde los Dominicos, o desde mi casa en la calle Pelayo, hasta el campo de La Florida. Porque solo nos dejaban jugar una hora allí. Así que corríamos, en vez de coger el autobús, para hacer la preparación física para poder jugar. Desde allí nos fuimos directos un día a las oficinas de Marqués de Santa Cruz para firmar por el Vetusta. No nos habían dicho nada, aunque es verdad que Casas, el entrenador de los juveniles del Oviedo, iba a dirigirnos algunos días. Nosotros no teníamos un entrenador propio. Se ponía algún directivo. Casas y Pin escogían jugadores para el Vetusta. De aquella hornada fuimos cinco, que no está mal. Éramos un buen equipo, capaz de competir con el Oviedo juvenil, lo cual era muy raro. Ellos y el Juventud Asturiana eran los mejores, aunque en todos los barrios había jugadores buenos.

- ¿Eran chavales más ingenuos, más centrados en jugar y menos en los contratos?

Pensábamos mucho en jugar, nos gustaba mucho el fútbol y jugar para nuestros barrios. Yo creo que sabíamos más de fútbol que los chicos de ahora, porque llegabas un sábado a un sitio y tenías que ganar. Había barrios conflictivos. Ojo, no es que te pegaran, pero eran un reto. Y la calle te enseñaba mucho. Por mucho que digan que se aprende más en los entrenamientos, en la calle o ganabas o ibas fuera. En aquellos retos había a veces tres o cuatro equipos. Jugábamos a dos goles y a veces conseguíamos que no nos echaran en toda la tarde. Había que ser listo y bueno para competir así. De ahí sacamos muchas cosas para seguir jugando después en otros niveles.

- ¿Había mucha rivalidad?

Sí, entre los colegios, en los campeonatos escolares, sí. Pero solo eran cuatro o cinco partidos al año. Fuera de los campeonatos, nos juntábamos en el Campo San Francisco, que era nuestro punto de reunión. Si había balón, jugábamos. Si no, se hacía lo que se podía. Hombre, algún balón aparecía casi siempre. El problema era que igual había allí 30, 35, 40 chavales, así que hacíamos equipos y jugábamos a gol. Y otra cosa: el dueño del balón tenía que jugar siempre... Bueno, gracias a él jugábamos. Fueron años muy bonitos y de mucha amistad, mucha camaradería.

- ¿Siempre quiso ser defensa o alguien le dijo que jugara ahí?

Fue una cosa natural. En los Dominicos salíamos por la mañana a los dos menos cuarto y hasta las dos y cuarto jugábamos un partido mientras comían los internos. Cuando ellos acababan, les dábamos el balón para que jugaran ellos. Allí, como nadie nos decía nada, cada uno se colocaba donde él creía. Desde muy pequeño, yo empecé a ponerme por el medio. La primera vez que me llevaron a un campeonato escolar ?yo debía de tener unos 13 años?, me pusieron de lateral derecho. Pero al descanso llegó el padre Fermín, que lo supervisaba todo, y dijo: «Vicente, en el medio». Desde aquel día, creo que nunca más cambié de sitio.

- Acertó con usted a la primera.

Porque me veía todos los días. En el colegio, juegas donde te gusta, nadie te coloca.

- Ni delantero, ni portero. Ni protagonista para marcar goles ni para evitarlos.

Bueno, me coloqué ahí y me gustó. Pero a veces también hacía de portero.

- ¿Y se le daba bien?

No se me daba mal. Es una posición muy bonita, aunque muy dura y muy difícil. El portero, por mucho que crea la gente otras cosas, cada vez tiene que ser mejor técnicamente en la colocación de los brazos y en los despejes hacia donde no haya peligro.

- ¿Había mucha competencia interna dentro de la plantilla del Vetusta por destacar?

Mucha. Era feroz. Ya cobrábamos un sueldo, jugábamos en el estadio y, aunque no era un medio de vida, sí aportaba una ayuda económica para las familias. Hasta aquel momento, no me había dado cuenta, Yo siempre había jugado por jugar y, de repente, tenía primas. Había que ganar y mejorar. Si no te entrenabas bien y competías, no jugabas. Yo venía de un grupo de amigos y aquello era otro mundo. La elección era adaptarme o que me echaran. A no ser que uno se engañe, además, es consciente de si mejora o no, de si gana poso, respeto y autoridad en cualquier equipo. Y ahí empecé a pensar que a lo mejor podría ser profesional, pero no me lo tomé como un reto. Solo quería mejorar y ver hasta dónde llegaba. Si no hubiera llegado, no habría pasado nada.

- ¿Ya intuía que podría tener una carrera larga?

El último año en el Vetusta me entrenó Julio Marigil y quería que pasara al Oviedo. Siempre tuve un feeling especial con él. Fue una suerte conocerlo y poder trabajar con él. Fue el primero que me dijo: «Haz esto y aquello para mejorar. Te va a llegar la oportunidad de jugar, no te preocupes por eso». Era emocionante, porque había sido un gran jugador y era entrenador profesional. Ese año no pasé, aunque me llamaron para algún entrenamiento. Seguro que por insistencia suya, porque era muy pesado. Y al año siguiente ya pasé.

- Pero acabó en el Unión Popular de Langreo.

Eso me cogió de sopetón. Hice la pretemporada y, cuando ya íbamos a empezar a jugar, cuando yo, aunque no decía nada, pensaba para mí que podía ser titular, viene el entrenador y nos dice a Juan Ventanova que el Oviedo nos cedía. No me pareció bien, pero no dije nada. La verdad es que mi primera idea fue no irme. Pero era el entrenador, y si había decidido eso es que no contaba conmigo. El Langreo, además, estaba en Segunda, así que hablé con Juan, lo razonamos y nos fuimos. Llegamos el sábado, entrenamos y el domingo ya había, si no recuerdo mal, un Langreo-Córdoba. El Langreo acababa de subir y el Córdoba había bajado de Primera. Era un partidazo. Nos citaron, comimos en Casa Vaqueros y yo no fui titular. Ventanova creo que sí, pero yo solo jugué un poco al final. Ganamos 1-0. Luego jugué todos los partidos menos uno. Fue una experiencia inolvidable. Ahí sí me di cuenta de que podía ser futbolista. Había un campo muy pequeñín y un equipo magnífico. Sigo teniendo amigos ahí. Nos reunimos, como mínimo, dos veces al año para comer. Los laterales, Falito, Severino y Braga, eran muy jóvenes. Los dos centrales eran Alonso, el mayor, y Fidalgo. Yo jugué todo el año con Fidalgo, pero los dos fueron unos maestros que nunca podré olvidar.

- ¿Es comparable aquel Langreo a los equipos de ciudades pequeñas que triunfan ahora, el Eibar, el Villarreal?

Sí. Trabajaban bien, como trabajan bien los de ahora, aunque los métodos hayan cambiado. Fichaban bien para el dinero que tenían, que era muy poco. Yo llegaba del Oviedo y había visto más medios en el Vetusta. Pero estaban en Segunda, algo impensable, porque era un equipo bien gestionado, con buenos jugadores, que funcionaba como una familia. La cuenca siempre ha dado muy buenos jugadores.

- Aquella fue la temporada de las dos eliminatorias para evitar el descenso, el Langreo contra el Orense y el Oviedo contra el Palencia.

Sí, nosotros empatamos en Orense, creo que 1-1, y en casa ganamos. Fue un partido muy guapo y un festejo increíble. Seguimos en Segunda y nos lo merecíamos. Habíamos hecho un año muy bueno. Fue una de mis mayores alegrías en el fútbol.

Cuando uno no está en un equipo que puede ganar la Champions, se busca otras celebraciones.

Fue tremenda, no crea que la cambiaría. Luego consigues un ascenso a Primera y no tiene nada que ver. Pero en aquel momento era increíble, si se considera la dificultad de los otros equipos. Y el club era pequeño, pero económicamente cumplía siempre. No sé lo que pasa al ganar una Champions o un Mundial, pero allí los abrazos fueron tremendos. Otro año en Segunda.

- Y entonces regresa al Oviedo, que venía de un año malo, y logran ascender. ¿Era un fútbol más igualado en el que podía pasar eso?

Cuajó todo y fue una cosa rara, es verdad. El Oviedo tenía una base joven. Solo nos incorporamos Carrete y yo. Chuso, que era un grandísimo jugador, ya había pasado desde el Vetusta el año anterior. Quitando los dos mayores, Juan Manuel, que era el capitán y jugaba siempre, y Lombardía, que hizo el año de su vida, todos éramos de 1946 o 1947. A Lombardía no le metían goles aquel año. Solo tres en casa en toda la temporada. Y eso que empezamos perdiendo en casa, con pañuelos y pitidos. Luego la gente ha dicho que fue fácil, pero nada de eso. Costó mucho trabajo y mucho esfuerzo. Éramos muy compactos. Defendíamos muy bien y defendíamos casi todos, un grupo de dieciséis jugadores que ascendió por su fiabilidad y porque teníamos muy buenos delanteros. Galán era extraordinario. Llegó a ser internacional, con lo difícil que eso era entonces para un delantero de un equipo pequeño. Y aquel año ganó el pichichi.

- Siendo tan prometedores, ¿qué falló para no durar más en Primera?

El bloque se mantuvo, pero se añadieron fichajes. Y muchas veces cuando se ficha... Teníamos un equipo asentado, aunque es cierto que con no muchos jugadores. Si ibas a traer alguno, tenía que ser muy bueno. Lo que no funciona es traer a alguien como nosotros, o peor, y que gane dos veces más. Nunca lo he entendido. Y se traspasó a Uría al Madrid. A él eso le arregló la vida. Pero el equipo, para sustituirlo, trajo a otros, gastó más y acabó peor que antes.

- ¿Conocer bien a los compañeros fuera del campo ayuda a jugar mejor?

Éramos muchos asturianos y nos conocíamos a fondo. El bloque, menos Iriarte, que era de Pamplona, y Galán que era de Valencia, pero que habían llegado tan jóvenes que eran como de casa, era todo de aquí. Los cuatro defensas y el portero éramos todos de aquí.

- Es una de esa defensas que la gente recuerda y recita.

Sí. Tuvimos la mala suerte de Chuso. Tuvo una lesión, no fuimos capaces de que la curara en dos años y tuvo que dejar el fútbol. Ya era internacional y hubiera fichado por el Madrid, ya estaba casi arreglado. Pero se le estropeó la rodilla. Hoy igual podría haber seguido jugando, pero entonces no, y fue una pena. Podía jugar de central o de medio a un nivel muy alto. Nos quitó mucho potencial.

- En ese aspecto de las lesiones, ¿se ha dejado atrás el azar que malogró tantas carreras?

Así es. El cruzado siguen siendo siete, nueve meses de lesión. Pero antes te escayolaban desde el tobillo hasta arriba seis o siete meses. Quedaba una piernina como un palillo. Te sentabas en el suelo para ayudar a doblarla al compañero lesionado cuando te lo pedía el masajista. Volvían a jugar sin haberse operado. No tiene nada que ver.

- Son también otros campos, más cuidados.

Es todo. También la alimentación. Cuando yo llegué al Vetusta, para jugar, antes de los partidos, teníamos el privilegio de comer lo mismo que el Oviedo. Era siempre consomé con yema, merluza y solomillo con puré de patata. Parecía una boda. Te ponían, si lo querías, un vaso de vino y, además, postre. Flan, me parece. Y les parecía mal si no te lo comías. Ya cuando estaba en el Oviedo, fichamos a un yugoslavo. Nosotros comíamos cuatro horas antes del partido. Él, cuatro y media. Un día fui a verlo y comía arroz. Ahí ya pensé que estaba más preparado que nosotros y le pregunté por qué lo hacía. Luego llegó a hablar un castellano perfecto, era capaz de decir: «Vira a la derecha». El caso es que se explicaba y empezó a contarnos de las proteínas y que había quien comía pasta. Nosotros no sabíamos nada. Solo después vimos que los médicos empezaban a especializarse y a traer gente. Si el Madrid o el Barcelona venían a entrenarse en El Requexón, como pasaba algunas veces, se daba la orden de recoger todo lo que se dejaran por el suelo. Queríamos ver qué hacían, si tomaban vitaminas o algún producto en especial.

- Era casi un acto de espionaje industrial.

Claro. Ya que estaban ahí, aprovechábamos para mirar. Porque, si ibas un sábado a verlos entrenar, en lo físico no hacían nada que no hiciéramos nosotros. Por eso queríamos saber si tenían otro tipo de médicos, si había algo que no supiéramos.

- Pero le dio tiempo a ver cambiar el panorama antes de retirarse y empezar a entrenar usted mismo.

Con Miera ya empezaron a llegar los preparadores físicos, los primeros licenciados. Eso ya no tenía nada que ver. Se empezó a hablar con lógica. No podíamos hacer todos lo mismo. Antes, la carga de trabajo era igual para que el pesaba 40 kilos que para el que pesaba 80 o para el que medía dos metros. Subíamos las escaleras del estadio con un compañero encima. Cualquiera, el que tuvieras al lado en aquel momento. Pues imagínese que me ponía yo con Carrete. Lo hicimos una vez, por broma, y me daban las piernas en el suelo. Fuimos compañeros de habitación los cinco años que él jugó en el Oviedo.

- Los jóvenes no se lo creerán.

Pues hay más. Íbamos a Pajares a hacer concentraciones. Nos levántabamos pronto, tomábamos un yogur o un zumo y salíamos a correr monte arriba y monte abajo una hora. Cada uno llegaba cuando podía. Nos duchábamos, desayunábamos y volvíamos a la cama porque después aún faltaba otra sesión de físico. Los preparadores cambiaron todo aquello. Empezábamos a correr cinco minutos y caminar otros cinco, a hacer otros circuitos y a entrenarnos con el balón. Unos años antes, habría sido impensable. Y pesaban las modas. Alemania ganó el Mundial de 1974 y de repente todo era físico. Yo decía: «Pero si luego tienen el balón y lo tratan muy bien. No lo pierden. Es imposible que lo único que hagan en los entrenamientos sea correr». Al fútbol  se juega con balón.

- Lo que gana siempre manda en el fútbol. ¿Por qué se imita tanto?

Ahora todo es toque, toque, toque. No es que no me guste, pero yo siempre digo que uno debe jugar con lo que tiene. Si no tienes jugadores para eso, puedes enseñarles cosas y demostrarles que son para bien. Te lo van a agradecer. Pero si no dan para eso, no funciona.

- Todos quieren ganar, sin embargo.

Sí. Por eso no entiendo que se diga de alguien que tiene carácter porque no quiere perder a nada. El de al lado tampoco, hombre. Nadie es más competitivo solo porque lo diga más. Yo he tenido a jugadores que se ponían de muy mala leche solo cuando perdíamos. Eran unos santos, pero en esos momentos no hablaban con nadie en todo el autobús. Yo prefiero a los que hablan poco y corren más o se colocan mejor. En mi época, además, teníamos la ventaja de que casi nada se televisaba ni se grababa. Ahora, el entrenador le da a un botón y te saca los colores porque no estás donde deberías. Ojalá lo hubiera tenido yo para aprender y para conocer al contrario.

- ¿Triunfan los mejores o los más inteligentes?

Para mí, todos los que triunfan son muy inteligentes. Alguno se pierde. Pero los verdaderamente buenos son muy inteligentes. Este juego es más difícil de comprender de lo que parece y verlo a la velocidad a la que ocurre en el campo, todavía más. Hay que saber adaptarse porque, por bueno que seas, siempre vas a encontrar rivales tan buenos como tú. Y si subes un escalón, aun van a ser a mejores.

- ¿Lo sabía cuando entrenaba?

Ese es el peor sitio del mundo para ver el fútbol. No se ve nada, en realidad. Si por lo menos estuviera un poco más alto, sería un oficio más tranquilo. El fútbol es para jugarlo. Una de las grandes cosas que hizo Guardiola es que sus jugadores dan la pelota y se colocan para volver a recibirla. Quien la tiene siempre dispone de dos o tres ayudas constantemente. A lo mejor no siempre van hacia delante, pero no dejan que el rival para de correr. Eso y que Xavi Hernández y Busquets sean tan buenos y tan inteligentes como son. Siempre encuentran el hueco.

- ¿Por qué en el fútbol de los 70 el Oviedo y el Sporting subían y bajaban, pero eran capaces de jugar en Primera y en Segunda sin grandes cambios en las plantillas?

Porque eran buenos equipos. A nosotros nos sobraron traspasos cuando llegamos a Primera. Ellos fueron mejores porque ficharon con acierto. A veces hay que vender porque obligan las circunstancias económicas, pero nunca he podido entender que se desmonte un equipo. Esta comunidad es futbolera al ciento por ciento. Mantiene dos equipos a la vez para un millón de habitantes muy esparcidos. Si solo fuéramos una ciudad, Asturias habría hecho cosas grandes. Podríamos perfectamente llenar un campo de 50.000 o 60.000 habitantes. En mi época, con las carreteras de entonces, había quien venía desde Navia en moto para vernos jugar. Una locura.

- Aún se habla de aquel gol de Quini en el derbi de 1977, cuando el Sporting ganó en el Tartiere y se fue hacia el ascenso.

Nos llamó mucho la atención que dijeran que Djuko, nuestro portero, se había vendido. Lo dijeron de dos jugadores, en realidad. Ninguno siguió y no debería haber pasado así. Porque decir eso es una auténtica burrada futbolística y humana. El club debería haberla parado. Jamás he dudado de ninguno de los dos. Djuko aún viene de vez en cuando. El gol del empate fue raro, un balón con un mal bote que se le escapó. Estaba cerca de la línea y entró. Y luego se metían con Mario, no sé por qué. Se fue al Valladolid y jugó muchos años como titular en Primera. Djuko, además, era un portero magnífico, de los mejores que he visto en mi vida. Jugó casi todo el año con un menisco roto, como si no pasara nada. Aún dicen que se vende, cuando lo lógico sería que en esas condiciones se hubiera quedado clavado un montón de veces, cada vez que se movía. Yo le veía colocárselo.

- ¿Falta ecuanimidad para enjuiciar los derbis?

Hasta el 1-0 fuimos mejores. Creíamos que podíamos ganar, pero ellos eran buenos, muy buenos. Ese equipo del Sporting fue la base de todo lo que lograron después. Entonces, ¿por qué habían descendido un año antes? No sé. Le costó subir y luego despegó. Tenía a Quini, Ferrero, Morán. Buenísimos todos, internacionales. Ferrero era espectacular y Quini ya no digamos. O Tati Valdés, Ciriaco y José Manuel. Y habían bajado. Eso es el fútbol. Una mala racha y no hay manera. Ellos solo vendieron a Churruca. Así pagaron Mareo. Y acertaron en lo que ficharon después. Nosotros, en cambio, bajamos el nivel. Vendimos a Uría y Carrete y se lesionó Chuso, que había llegado a jugar con la selección sub-23, precisamente en Gijón, y ya no fue lo mismo.