De la Perdonanza a los chiringuitos

Raúl Álvarez REDACCIÓN

OVIEDO

San Mateo nunca fue el patrón de Oviedo y su fiesta cada vez tiene menos peso religioso pero la folixa empezó alrededor de la catedral y ahí sigue seis siglos después

15 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Lo de Oviedo y San Mateo es una historia de amor. Una de esas de película, de las que empiezan con el encuentro casual de los protagonistas que, en la jerga de Hollywood, los guionistas y los críticos llaman meet cute: una forma inusual, azarosa, bonita e inolvidable de conocerse.

Al principio, nadie hubiera dicho que la ciudad y el santo estaban hechos el uno para el otro. El Oviedo pequeño y medieval ya tenía su patrón en San Salvador y la archidiócesis veneraba a Santa Eulalia de Mérida, una oscura mártir cuyos restos habían acabado en Asturias por sorpresa. El evangelista, que se sepa, no había pensado jamás en dirigirse a los remotos confines occidentales de Europa. Pero la Iglesia celebraba su día el 21 de septiembre, lo que resultaba muy conveniente para rematar entre amigos la Perdonanza después de los siete días del Jubileo de la Santa Cruz, que atestaba la urbe de romeros en la semana previa. Era, además, una fecha muy apropiada para despedir el verano y festejar el equinoccio de otoño, de forma que, gracias a un truco del calendario, el santo removió las jerarquías terrenas y celestiales y se hizo con la plaza, ya que no de patrón, de protector titular de los jolgorios de Oviedo. Está documentado que, ya en siglo XV, los vecinos de la ciudad y quienes estaban de paso en ella se las apañaban para tener negocios pendientes en las tabernas a la salud de Mateo. Y desde entonces hasta ahora la pareja nunca se ha roto.

De la organización administrativa se sabe menos. En el Archivo Municipal, el documento más antiguo que hace referencia a la organización de las fiestas es del año 1862. Es un aviso del alcalde, fechado el 11 de septiembre, en el que se anuncian los festejos de los días 20 y 21. No muchos años después, el programa ya abarcaba tres días y se anunciaba en carteles de tres metros de altura que colgaban de los antecesores de los mupis. En esa época, a finales del siglo XIX, la ciudad crecía y se transformaba. El San Mateo de 1892 se recuerda por la inauguración del Teatro Campoamor. Gracias a los folletos y programas de mano que custodia, el Archivo permite saber cómo se divertían los ciudadanos de la época. El baile siempre ha sido una actividad popular y las atracciones incluían fuegos artificiales, los novedosos velocípedos y exhibiciones de globos aerostáticos. Les paxarines ya se perseguían por entonces.

«Había bandas de música y fiestas populares alrededor de la fuentona del Campo San Francisco. El programa completo, sin embargo, variaba mucho de año en año. La duración, también. Dependían de la voluntad y les perres de quien estuviese en el Ayuntamiento», resume la cronista oficial de la ciudad, Carmen Ruiz-Tilve.

Reinvención después de la guerra

El Archivo almacena pocas referencias a las fiestas durante la primera mitad del siglo XX. Después, a partir de la fundación de la ahora extinguida Sociedad Ovetense de Festejos (SOF) en 1948, ya todo está documentado. El escritor Adolfo Casaprima rastreó su historia en SOF, medio siglo de tambor y gaita, donde atestigua el esfuerzo por recuperar las fiestas que, después de la sacudida de 1934 y de la guerra civil, se habían desleído. Nadie tenía el cuerpo para francachelas, pero los promotores de la Sociedad asumieron la organización de las fiesta de manos del ayuntamiento e inventaron por entonces los actos que generaciones enteras de ovetenses llevan en su memoria, asociadas a la niñez o la adolescencia. Fueron los tiempos del concurso hípico, del torneo de hockey, de los bailes en los Jardines de la Herradura, donde menguaban las faldas y crecían las solapas a medida que avanzaban los años 60, de la invención del Día de América y del germen de la idea de acudir en masa al Campo San Francisco en el día grande para comerse el bollo con la familia y los amigos.

Sostiene Casaprima que, además de la transición festiva, Oviedo atravesó a principios de los 80 una transición cultural. El modelo de bailes de La Herradura, desde luego, se había quedado desfasado. Lo que exigía la época eran grandes conciertos en recintos de enormes dimensiones. Eric Burdon inauguró en 1982 la época de grandes actuaciones que, mientras hubo dinero, llega al menos hasta la muy recordada de Michael Jackson en el viejo Tartiere, diez años después. Esa es también la época del cambio que da forma a la fiesta como las generaciones más jóvenes la han vivido y la recuerdan.

La era de los chiringuitos

Antonio Masip, elegido alcalde en 1983, tomó dos decisiones: puso por primera vez a una mujer, Covadonga Bertrand, al frente de la SOF y aceptó la idea de imitar (tal vez importar suene mejor) el estilo de las fiestas de Bilbao. Así nacieron los chiringuitos que aún hoy pueblan el Antiguo y convierten San Mateo en esa experiencia colectiva de beber y bailar en la calle, entre amigos y experimentar en grupo la privación de sueño en diez días seguidos por largas noches de fiesta. Su implantación estuvo rodeada de una de esas polémicas enconadas y feroces que explotan cuando se tocan las señas de identidad, pero hoy ya casi nadie recuerda los argumentos en contra de las casetas. Los mojitos y los conciertos ante la Catedral se han incrustado en el concepto de la fiesta. De su origen religioso queda poco y los vaivenes de los siglos la han movido por toda la ciudad, pero en esta segunda década del siglo XXI, volviendo a los orígenes, la folixa no está lejos de la sombra del templo.