Yolanda Lobo: «Hoy La Santa Sebe sería más un movimiento social que un local»

Raúl Álvarez REDACCIÓN

OVIEDO

Yolanda Lobo, promotora cultural
Yolanda Lobo, promotora cultural Tomás Mugueta

Esta promotora cultural siempre será el alma de La Santa Sebe, un bar que dejó huella en los años 90 de Oviedo

06 feb 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Da igual lo que haga ahora. Hace muchas cosas, tiene su propia empresa cultural y sigue ligada, como toda la vida, a la causa feminista. Pero Yolanda Lobo ya es y será para siempre el alma de La Santa Sebe, un bar que dejó huella en los años 90 de Oviedo. La ciudad habría sido distinta sin ella.

- ¿Es Oviedo hoy una ciudad triste, como ya se ha oído en la precampaña electoral?

- Pues sí. El día de los inocentes gasté en Facebook una broma al presentarme como candidata en una lista por la alegría y la igualdad. No es casualidad que todo el mundo tenga ese sensación de tristeza en la ciudad. Así se ha quedado, sí.

- ¿Por qué? ¿De dónde viene esa tristeza?

- De muchos años de políticas que han cuidado mucho del cascarón, de hacerlo todo muy isabelino sin llenarlo de contenido. Hubo una diáspora de la gente más creativa. Se fue. Los que nos quedamos parecemos estar como en una militancia. Y nos quedamos, sí, pero no es un permanecer ilusionado. No piensas: «vaya ciudad más viva». No, te quedas por las circunstancias. Y los demás ya se fueron.

- ¿Y no comparte la idea de que en el perímetro del Antiguo está surgiendo un nuevo eje creativo y actual?

- Pero siempre se intentó mover cosas. Lo que pasa es que nunca hubo un interlocutor para hacer una ciudad en la que de verdad pueda expandirse toda la creatividad que alberga. Intentas algo y siempre hay que batallar para todo, la creación nunca fluye. Nunca fue así, salvo en los años 80 que fueron un momento de eclosión de Oviedo. Pero eso no continuó después. Cuando me preguntan qué se puede hacer, siempre respondo: dejar hacer. Es tan fácil como eso. Dejad que la gente haga y veréis cómo salen las cosas bien en la ciudad. Pero siempre surgen impedimentos. ¿Qué vida se ve en un paseo por el Antiguo? Ninguna, nada. Nos dijeron que alrededor de la muralla se crearía un tejido cultural. Lo que hay son locales vacíos, locales que solo puedes acondicionar si te gastas un dineral en ellos. Y eso si superas las pegas, las tardanzas en las licencias. No es una ciudad ágil para la creación.

- La promoción cultural es su ramo ahora, lo ve de cerca.

- Sí, desde la barrera pero cerca. Ahora MuySanta es online. Va conmigo donde yo voy. No tengo ninguna vinculación geográfica, ningún local específico. Y también creo que, si no damos un vuelco total a Oviedo, no vamos a despertarla.

- ¿Cuáles son sus propuestas?

- Lo primero es sentarse con todos los interlocutores sociales y culturales de la ciudad. Para hacer un plan estratégico. Sin cortoplacismos, pensado como poco a medio plazo, a diez años vista. Así recogeríamos todas las sensibilidades, lo que fluye desde la gente. También evitaría las divisiones generacionales clásicas, porque hay personas de 90 años muy creativas y personas de 20 que también lo son. La pregunta es: qué queremos hacer con la ciudad. A partir de las respuestas, ya podemos construir. Tiene que ser un plan estratégico, de ciudad. A diez años, que un plazo que permite decir vamos, a por ello. A lo mejor también lo digo, porque ya soy mayor y quiero llegar a verlo. Pero de verdad lo necesitamos.

- ¿Ve energías sin canalizar, gente que empieza y cuyo talento se pierde?

- Se pierde porque esas personas se tienen que ir. O porque acaban trabajando en una ferretería, en un gran almacén. Porque no hay fluidez, lo repito. Esta no es una ciudad receptiva, su entorno no es así. Y a mí me parece que la política municipal tiene la responsabilidad de moverla. La ciudadanía puede hacer sus aportaciones, por supuesto, pero la gestión cultural se tiene que abordar desde la Fundación Municipal de Cultura o desde el gobierno municipal.

- ¿Todo es negativo? ¿No encuentra ningún oasis, algún sitio que le guste visitar?

- Me prestan muchas cosas. Me presta ver a muyeres que se mueven bien, me presta ver las galerías de arte tan potentes que han puesto en marcha otras mujeres. Lo hacen muy bien. Lo mismo pasa con las librerías. Hay gente que lo hace muy bien en ese ámbito. O el Open Estudio, o quienes intentan que haya conciertos otra vez... Pero es increíble que esa batalla aún sea necesaria. ¿Cómo podemos seguir con esa causa de la música en vivo? Llevamos veinte años con lo mismo. Es tan cansino ya.

- Entre la normativa municipal y la ley autonómica de espectáculos no hay margen.

- Aquí la música se la cargó el Ayuntamiento. Pero también es verdad que cada partido hace una ley. Vamos a proteger el casco histórico, dicen, y entonces ya no hay música en vivo. ¿Pero qué protección es esa? ¿Negar a generaciones enteras la oportunidad de ver músicas en vivo? Eso es machacar la ciudad.

- ¿Se ha instalado la ciudad en un cierto conformismo sobre ese asunto? ¿Han remitido las protestas?

- Cada equis tiempo resurge y otra vez acabamos en el desánimo. Te dices: déjame ya, voy a tocar a Mieres, a León, a Madrid. Pero déjame, porque ya estoy cansada. Los locales del Antiguo, por sus propias características arquitectónicas, no se adaptan a la música en vivo. Bien, pues creemos espacios municipales donde se puedan programar conciertos. Ya iremos luego a tomar copas a otro lado. Pero demos alternativas. Tampoco es tan difícil, ni una inversión tan desorbitada, disponer de locales con un par de salas de conciertos. El Calatrava, Villa Magdalena, eso sí son espacios que no sabemos ni lo que han costado. Pero aquí no hablamos de eso, hablamos de espacios baratísimos.

- Hay grandes expectativas para la Fábrica de La Vega. ¿Las comparte?

- Las comparto, pero eso sí que es a muy largo plazo. Pasarán años y años antes de que sean realidad. Mientras tanto, ¿qué hacemos? ¿Seguimos soñando? Habrá que coger un sitio más humilde y adaptarlo, gastar muy poco dinero. Y amortizarlo, claro, porque yo no soy de las del todo gratis. La cultura no es gratis, hay que pagarla. Por el concierto se paga. Hay que valorar el trabajo del artista, del técnico, del programador, del acomodador, del personal de limpieza... En cualquier local hay mucha gente trabajando. Si entramos gratis y marchamos gratis, no lo vamos a apreciar. Hablo de precios asequibles, pero que permitan a ese espacio autofinanciarse. Es sencillo, no tiene por qué costar dinero a las arcas municipales.

- Antes hablaba de los años 90. ¿Había más ganas de hacer cosas entonces, otra mentalidad? ¿Y más gente? ¿Se nota la crisis demográfica también en la noche?

- Hay crisis demográfica, sí, pero también diáspora. Exilio. Veo a un joven que trabaja y me llevo una alegría: «Qué bien. Tiene algo aquí». Pero hay tantos que se van. Entre mis clientes hay alguna familia con tres hijos. Y los tres se han ido. Ninguno vive aquí ni va a volver a vivir en Oviedo o en Asturias, que es su tierra, aunque le gustara. Sencillamente porque aquí no tienen trabajo.

- La cultura necesita creadores pero también un público. ¿De dónde saldrá?

- Antes me hablaba de un candidato. Pues lo que tienen que entender todos los que se presenten es que el motor industrial de Oviedo debería ser la industria cultural. Es la que crea riqueza. Con una programación atractiva, vendrá el turismo a generar ingresos. No van a instalarnos una fábrica de sardinas, como digo a veces en broma, pero también puedo decir en serio que no veo por aquí industria pesada, ni industria textil ni grandes proveedores. Por población, pesamos como un barrio de Madrid. Somos un millón. ¿De qué vamos a vivir? Pues yo veo una solución en la industria cultural, que puede mover mucho dinero y crear muchísima riqueza, pero necesitamos ser otra vez una ciudad vital.

- Además de impulso municipal, ¿falta arrojo individual, alguien que sea el primero o la primera en tirarse a la piscina, incluso un punto de inconsciencia?

- Puede que sí. Pero si miras hacia atrás y cuentas los golpes que se han llevado otros y que te has llevado tú, te cansas. Yo lo entiendo. Es muy difícil ponerse a montar algo aquí, muy pesadito.

- Y se refugia usted en el activismo. Todo lo que leo últimamente la sitúa en acciones del feminismo.

- Sí, colaboro con la Consejería de Igualdad y es un placer. Si algo deja este mandato municipal como huella es esa política. La concejala lo ha hecho bien y en silencio, sin alardes pero con una línea muy reconocida a nivel nacional. Yo puse mi granito de arena en lo que me pidieron y me siento muy feliz.

- Cuando las feministas eran cuatro, hace 40 años, ¿pudo imaginar que alguna vez tendrían la oportunidad de colaborar con las instituciones?

- Imagínese. Pero hay una pregunta: ¿podremos seguir haciéndolo? ¿Se nos permitirá? Estamos todas en la actitud de ni un paso atrás y me imagino que, socialmente, nadie va a querer darlo. Nosotras seguiremos adelante porque este es un movimiento imparable por mucho que algunos quieran detenerlo.

- ¿No se puede dar por supuesto, toca defenderlo en este momento?

- En este momento y siempre. En el bar, se lo decía a los clientes, ya fueran mujeres solas, porque era un sitio al que podías ir sola con respeto a tu espacio, sin que nadie se metiera contigo, o personas de cualquier orientación sexual, que también se respetaron siempre: todo esto no viene regalado, costó mucho. Igual que lo tenemos así, nos lo quitan en cuanto bajemos la guardia. Y mira cómo vienen ahora.

- ¿Qué le parecen los discursos que se han hecho en Andalucía?

- Lo peor es que se construyen a base de mentiras y tergiversación. Eso de que el feminismo es igual que el machismo... ¿es que el esclavismo es igual que la abolición? Son falacias, demagogia y mentiras.

- ¿Saca algo positivo de que exista una reacción? ¿Es un indicio del vuelo que ha alcanzado ya la causa de la mujer?

- Algo de eso ahí. Mire, otra historia del bar. En La Santa cambiábamos la decoración cada año. Como éramos muy jovencinas, a veces nos quejábamos de que nos la copiaban en otros locales. Y nos decían: es bueno que te copien, porque entonces lo estás haciendo bien; es bueno que te critiquen, porque entonces lo estás haciendo bien. Que hablen.

- ¿La Santa fue una escuela?

- Para mí y para mucha gente más. Ahora que ya tengo perspectiva para saberlo, y sin tremendismo, casi diría que hasta salvó vidas. Fue muy importante para ayudar al crecimiento personal de mucha gente. Era una vía de escape y también un sitio de reconocimiento y de identidad. Allí se podían desarrollar muchas actitudes. Mucha gente muy creativa se relacionaba en La Santa. Había relaciones personales que no hubieran podido establecerse en otros locales. Fue una escuela de vida, sí.

- ¿Tendría cabida en el Oviedo de 2019 o la ciudad ya es otra?

- No, ya no. La Santa, ahora, tendría que ser otro tipo de cosa. A veces, yo misma me pregunto qué podría ser y no lo sé con certeza. No encuentro la comparación. Sí me parece que tendría que ser otro espacio, algo diferente. Quizá un movimiento.

- ¿Un punto de encuentro?

- Sí, eso era. Allí iba la prensa después de cerrar las ediciones de los periódicos, la gente de la radio, todos los medios... Y gente de cualquier profesión que quería desconectar, o conectar, de otra manera. Era un espacio para sentirse bien.

- ¿Cuántas cosas pueden hacerse alrededor de una barra?

- Muchísimas. Claro que en la hostelería hay muchos empresarios que son meros dispensadores de copas, de batalla. Pero La Santa era más parecida a un club, de la misma manera que las tertulias del Café Gijón no eran como las de otros lugares. No, ahí pasaba algo. El Studio 54 era una discoteca entre miles en Estados Unidos, pero era especial. Pues La Santa lo mismo, a escala más modesta. Ya era especial desde el punto de vista arquitectónico, muy acogedora, muy envolvente. La música sonaba bien porque nos esforzábamos en que fuera así. Nunca pusimos bafles perroneros. La música en vivo era muy importante, es algo que te despierta los sentidos de otra manera.

- ¿Pasa ahora por la calle Altamirano? ¿Qué piensa cuando la ve y el bar ya no está allí?

- Paso a veces. Y la veo en Facebook. El otro día di con una foto de 1900 y ahí estaban los almacenes Al Pelayo. En los años 30 funcionó el hotel de los bohemios, de los artistas. Luego hubo un almacén internacional de pinturas para barcos, la Tintorería Cubana. Han pasado muchas cosas en esa calle. Una amiga de mi familia viene, a su vez, de la familia Alonso, que siempre tuvo una ferretería en la esquina. Ella ve Altamirano de una manera que no es la mía. Yo la veo de los años 80 en adelante, hasta el 2000. Ella la conoció en los 40, los 60, los 70. Nació en ella hace casi cien años. Y eso seguirá pasando. Dentro de diez o quince años se verá de una forma distinta. Tuvo su momento y ahora está en otro. Veremos qué depara. Siempre pido en broma que me pongan una escultura o algo, un detalle.

- Una forma de que se note la huella.

- Claro. Hay que poner, sin duda, una placa que recuerde que al hijo de Clarín lo sacaron del portal del número 4 para fusilarlo y que pagara así un poco por lo que había hecho su padre. Y, la verdad, igual La Santa también se merece una placa, porque marcó un antes y un después en esta ciudad.

- Entre los críticos culturales más jóvenes y entre los mayores con poca afición a la nostalgia se ven ahora muchos ajustes de cuentas con los años 80 y con la nostalgia de aquella época. ¿No fue para tanto?

- Yo viví más intensamente los 90. En los 80 era militante política y no estaba en la frivolité, era más entregada. Luego sí hubo una especie de fusión entre las dos cosas, la militancia y la frivolité, y así llegamos a los 90. Fui dejando la militancia de calle y continuada, aunque con la cabeza y con nuestra presencia nunca dejé de hacerlo. Luego, lo de la movida, Madrid y todo eso... Bueno, ahí sí hay mercantilización y merchandising. A lo mejor alguien tiene que explicar por qué había excursiones de fin de semana desde Madrid a Oviedo para venir a La Santa. Las había, ya lo creo, pero también hay ese centralismo de hablar solo de Madrid. Pues claro, salíamos de la dictadura y allí se acumuló mucha gente porque es la capital. ¿Pero cuántos madrileños había? Esas personas habían llegado de Galicia, de Asturias, de Valencia, de Extremadura o de Andalucía.

- ¿Era también un punto de encuentro?

- Había más movida en Madrid que movida madrileña. Además, está lo que ya he dicho más veces. Asturias vivía en un triángulo con mucha influencia de Londres. Algunas cosas bajaban de Londres a Madrid, pero también directamente de Londres a Oviedo. Aquí, a Asturias, llegaban las cosas directamente. No había que pasar por Madrid para nada. La diferencia es que Madrid supo capitalizar y rentabilizar la movida, mientras que aquí no hubo nadie en el Ayuntamiento al que se le ocurriera recuperar lo que fue esta ciudad en los 80 y los 90, que también resultaron muy guapos. Nadie recuerda ni rescata nada. Madrid, sin embargo, sigue viviendo de ello.

- ¿Qué habría que rescatar?

Músicos, pintores, diseñadoras de moda, escultores, diseñadores gráficos... No hay memoria y al municipio no le interesa.

- ¿Qué queda de La Santa en usted?

- Fue la mayor parte de mi vida. Me queda el orgullo de haber formado parte y de haber colaborado en algo grande. Lo comentaba el otro día con un hostelero. Creo que no fui empresaria, pero La Santa se va a recordar siempre. Forma parte de la historia de la ciudad. Sale en muchas dedicatorias de libros donde los autores dicen que Oviedo habría sido distinta sin La Santa. Y es verdad. Al menos, una parte de la ciudad.

- Esa que se lee en Jugadores de billar, la novela de Avello.

- Por supuesto. No es solo La Santa. Yo hablo de lo mío, pero había otros bares.