Noé que no perturba

Yolanda Vázquez OVIEDO

OVIEDO

Un momento de «Noé» del Malandain Ballet Biarritz
Un momento de «Noé» del Malandain Ballet Biarritz Olivier Houeix

El Malandain Ballet Biarritz abre el Festival de Danza de Oviedo con un fino standard de contemporáneo, pero exento de magia, lirismo y aportación artística

05 mar 2019 . Actualizado a las 09:07 h.

Thierry Malandain (Petit-Quevilly, 1959) es un coreógrafo estándar, es decir, que algunas de las cosas que hace no están ni bien ni mal, simplemente están por estar. El Malandain Ballet Biarritz, que coge desde 2009 el apellido del coreógrafo y es conocido del Campoamor, abrió el pasado jueves el Festival de Danza de Oviedo; y lo hizo como hasta cierto punto podía esperarse: ni fu ni fa. Es difícil, y (ojo) también muy meritorio, situarse en esa línea de ambigüedad creativa, tan obsoleta en el fondo, entre lo ya caduco y cierto aire de modernidad, y hacerlo con la normalidad de un standard. Una de dos: o dices que cuentas algo no teniendo en realidad nada que contar, o te repites como el ajo, porque de eso vives. Bueno, pues bien y mal. Y hoy día nada hay que objetar: muchas compañías de danza viven de ese sustento. Le pasa a Sara Baras, por ejemplo.

Uno de los ámbitos de procedencia del término standard es el jazz. Un standard, en jazz, es una canción que se toma como base para improvisar, el suelo común a partir del cual se elabora un camino sónico y unos arreglos. El punto de partida de una evolución que, sin embargo, por sí solo, no hace sino fundamentar lo de siempre. Pues algo así es lo que hizo el estupendo elenco del Malandain Ballet Biarritz, formado por 22 bailarines, sobre la tabla del Campoamor, ante un público que apenas ocupaba medio patio de butacas (era el preludio de un largo puente): bailar bien con una coreografía muy de siempre, tan de siempre que a punto de franquear la mitad de su exposición, cayó en un sereno y agradable aburrimiento.

Noé es una creación de 2017 que se cimenta sobre la partitura de la Messa di Gloria de Gioacchino Rossini, una composición musical maravillosa a la que una espera poder llegar doblemente a través de la penetración del ballet; pero ese momento no llega nunca. Se queda todo frío, calculado; tanto, que por bien hecho que esté, el aficionado se queda con las ganas de que algo estalle, de que germine. Ni siquiera en la coda final, cuando la partitura del italiano camina hacia esa cota donde lo oído lleva el cuerpo a otro lugar. Y esto es importante en la medida en que los ballets contemporáneos de carácter retrospectivo o biográfico cuentan la épica de alguien. Ni gloria, ni épica.

Fundamentalmente, Malandain se ciñe a su propia pauta y dibuja en este Noé una coreografía contemporánea muy bien ensayada en los cuerpos de los bailarines, pero que no sale del hermetismo irritante de una caja que no se abre. Eso sí, por momentos apunta los destellos indiscutibles del oficio coreográfico y la maestría en la interpretación del movimiento humano a ritmo con la música: figuras completas emulando la sinuosidad del agua, el fenómeno alterno de la corriente, dentro del arca y fuera del arca (un gran asiento corrido en un lugar u otro del escenario)… El fraseo bailado empasta a la perfección con las notas enlatadas y prefigura, en ocasiones, aspectos formales de ballet neoclásico que están verdaderamente bien en las interpretaciones de Claire Lonchampt y Guillaume Lillo, en general a lo largo de toda la obra y, en particular, cuando salen, como en el anuncio divino, trasmutados en paloma y cuervo. Ella es una bailarina de maravillosa delicadeza, con un físico impecable. Un gozo.

La buena disposición de la compañía, la profesionalidad y las tablas están fuera de toda duda. Un paso a cuatro de chicos, en la primera parte de la obra, y otro de cuatro parejas se alzan como ejemplos de exquisitez bailada y constituyen un perfecto ejemplo de estándar.

Influencia de otros estilos

Debe reconocerse que después de atravesar la zona franca de la pieza, de 70 minutos de duración, la escasa intensidad de la danza mejora, pero no asoma ningún rasgo de perturbación, ni del lirismo tan propio del ballet. La historia bíblica, de sobra conocida, se abstrae al máximo y va dejando pinceladas de todo lo que nos suena (el agua, Adán y Eva, Caín y Abel, las aves que anuncian tierra seca y el espíritu de purificación humana), tras resarcirnos del pecado, que aflora a escena cuando todo el elenco se despoja de la ropa (algo completamente predecible) y los bailarines se quedan en su lugar con maillots color carne. Pero no hay más, y una espera un algo más que nunca llega. Es como si nos faltara la ramita de olivo.

También es justo reconocer que el buen aficionado a la danza ve en el aire coreográfico de la pieza de Malandain la influencia de la obra de Nacho Duato: un contemporáneo bailadísimo de marca propia que inunda por completo de música el cuerpo del bailarín. También vimos «manos Graham», esas que fueron tan especiales en algunas de sus piezas, como las de la palma plana y extendida.

Es una pena que, estando bien, no haya sido vibrante en absoluto. Tal vez eso a alguien le valga como mérito creativo. El mérito de la pieza es recordar que lo de siempre suena a lo de siempre. Siempre. Aunque lo adorne Rossini.

Ficha artística:

Malandain Ballet Biarritz

Noé (2017)

Dirección artística. Coreografía: Thierry Malandain

Música: Giioacchino Rossini. Messa di Gloria

Maestros de ballet: Ricard Coudray y Françoise Dubuc

Dirección técnica: Paul Geitzmann

Elenco: Mickaël Conte, Irma Hoffren, Frederik Deberdt, Arnaud Mahouy, MIchaël García, Raphaël Canet, Ismael Turel Yagüe, Hugo Layer, Miyuki Kanei, Claire Lonchampt, Guillaume Lillo, Giuditta Banchetti, Clemence, Chevillotte, Romain Di Fazio, Clara Forgues, Nuria López Cortés, Patricia Velázquez y Allegra Vianello.

Duración del espectáculo: 70 minutos

Teatro Campoamor, 28 de febrero de 2019. Oviedo