
Parece que ha pasado mucho tiempo, pero en realidad no es tanto, cuando veíamos los fuegos en el Parque de Invierno tomando las primeras copas, echando los primeros pitis y buscando el primer amor, que en realidad no eran más que unos besos furtivos y, si había suerte, unas manos nerviosas por debajo de la ropa. Con esas primeras salidas marcadas por la hora de vuelta, unos padres esperando en La Escandalera y el «Échame el aliento» al llegar a casa.
Ahora que ya no me ocurre esto -aunque sí algo parecido, porque el amor siempre hay que buscarlo y hacerlo, porque nunca es suficiente- veo como muchos jóvenes han cogido el relevo y son ellos los que experimentan esas primeras veces maravillosas. La primera noche de los fuegos con tus amigos puede marcarte para toda la vida. Les veo ir en grupos a Montecerrao, cómo se relacionan, ese brillo en los ojos. No es el mismo lugar ni el mismo tiempo ni siquiera estoy seguro de que sean las mismas fiestas, pero reconozco en ellos esa sensación, ese brillo, ese entusiasmo, que yo también tuve y trato de no perder.
Es la noche de los ovetenses y de todos los que se acerquen a la ciudad, porque siempre son bienvenidos, porque en la idiosincrasia de Oviedo y sus fiestas está el hacer que todos sean felices y se sientan en casa.
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