«Es la mejor decisión de nuestra vida», cuentan Elena Argüelles y Fernando García, que cambiaron en 2014 la ciudad por el campo para producir en ecológico en una finca autosuficiente energéticamente. Su hijo es el primer niño que nace en décadas en La Paranza (Siero)

Elena Argüelles y Fernando García se mudaron en 2014 a La Paranza, la parroquia menos poblada de Siero. Su hijo, Enol Argüelles, tiene 21 meses y es el primer niño de La Paranza en varias décadas. «Se crió en el pueblo desde el minuto cero. Actualmente somos 10 personas empadronadas, pero solo vivimos cinco, nuestra familia y otra más», cuentan, explicando que cuando decidieron darle un giro a su vida cambiando la ciudad por el campo no tenían ninguna experiencia en agricultura ni en ganadería. Hoy, pese a que García sigue trabajando en el sector de las comunicaciones -«teletrabajando desde marzo»-, son productores ecológicos de manzana para sidra y faba de granja, así como apicultores y criadores de oveja xalda.

No están además conectados a la red eléctrica, «somos autosuficientes energéticamente desde hace años», ni a ninguna red municipal para el suministro de agua potable al pertenecer a una asociación de vecinos que dispone de sus propios depósitos «y con eso nos arreglamos». Son asturianos y a La Paranza llegaron por casualidad, un día que realizaban una ruta en bicicleta y vieron un letrero de se vende en la finca que hoy es su hogar. «Llevábamos tiempo buscando una casa tradicional asturiana de piedra que tuviera panera y una finca para poder cultivar y hacer las cosas que teníamos en mente», cuentan.

Siero, pensando en los desplazamientos, les atraía por su centralidad, pero también buscaban un sitio pequeño que no tuviera muchos habitantes y, sobre todo, «buscábamos naturaleza». Además, «si íbamos a emprender con la manzana de sidra buscábamos que estar cerca de donde están los lagares y, de hecho, tenemos cinco o siete a menos de cuatro kilómetros».

«¡Pero a dónde vais con todo eso, si es una barbaridad!»

En La Paranza lo encontraron todo en una finca que estaba completamente abandonada con una quintana y otras construcciones que llevaban años sin uso. «Las zarzas alcanzaban los dos metros de altura. No se podría caminar por ella. Nos tuvimos que poner a limpiar como pudimos, con desbrozadoras de mano al principio», recuerdan.

El pueblo tiene en torno a una quincena de casas y, aparte de los otros dos vecinos que residen en él de continuo, en torno a una decena de personas acuden a La Paranza con cierta periodicidad. «No sé si es que vieron desde el principio que éramos muy currantes, que en cuanto vieron que empezamos a limpiar y a arreglarlo todo venían y nos felicitaban. ‘Vaya vuelta que le habéis dado a esto’. Nos apoyaron mucho y lo siguen haciendo», agradece García, que aporta un dato fundamental para entender la magnitud de la aventura en la que se metieron: la finca tiene 90.000 metros cuadrados y, aunque buena parte es bosque de castaños y robles, hoy dedican cuatro hectáreas a una pomarada con 1.500 manzanos de siete variedades que plantaron ellos mismos y otros 12.000 metros cuadrados a la faba de granja.

«La quintana tradicional está dentro de la finca, que es una sola pieza. Es una barbaridad, sí, y así nos lo decía todo el mundo: ‘¡Pero a dónde vais con todo eso, si es una barbaridad! ¡No lo vais a ver limpio en la vida!’», recuerdan. Tenían muy claro, no obstante, «que si queríamos intentar vivir de ello y llegar a tener un salario un poco digno no puedes empezar con cositas pequeñas. Tienes que apostar con todo y fue lo que hicimos. Gastamos todo el dinero que teníamos y estamos hipotecados como cualquiera, pero lo hubiéramos estado también en un piso». De hecho, antes de irse a La Paranza, vivían en un piso con hipoteca en Colloto que vendieron -«lo comido por lo servido»- para cumplir su sueño.

«Los dos teníamos la misma forma de pensar y fue tirarse de cabeza. La mejor decisión de nuestra vida. Ahora mismo si esto desapareciera y tuviéramos que volver a la ciudad, yo creo que acabaría en un psicólogo mínimo. Es un cambio muy grande venir al campo, pero también lo es volver a una ciudad», dice García, que sigue manteniendo su trabajo -ahora en remoto- «para tener unos ingresos fijos y sobre todo porque estoy muy a gusto, y no tengo intención tampoco de dejarlo independientemente de que todo lo que tenemos montado siga prosperando».

«Si no fuera por las ayudas sería casi imposible»

Que la finca tuviera conectividad era fundamental y está claro que, si García teletrabaja desde marzo, ese problema está más que resuelto. «Es habitual que en los pueblos no haya adsl ni fibra ni nada, ni tampoco tenemos posibilidad en el futuro porque no hay ni red. Los vecinos utilizan conexiones móviles de radio y, en nuestro caso, un router 4G que tiene un sistema wifi y que funciona como el móvil, pero compartiendo los datos. Es un poco más lento, pero me permite teletrabajar sin problemas, con videollamadas, bases de datos... Tenemos suerte además de tener un repetidor muy cerca y la conexión de teléfono es muy buena», explica.

Elena Argüelles, que era técnico de construcción, sí dejó su trabajo por cuenta propia para darse de alta en agraria. «Hay mucha gente que vuelve al pueblo de sus padres, que no tienen que comprar, pero nosotros tuvimos que partir de cero y, con mucha ayuda al principio de la familia y de amigos, nos lanzamos a la aventura», dice García, que asegura que las ayudas, tanto de la Política Agraria Común (PAC) como de jóvenes agricultores, fueron fundamentales para lanzarse a esta aventura.

Las ovejas xaldas, «ayudando» en la pomarada ecológica
Las ovejas xaldas, «ayudando» en la pomarada ecológica

«Si no fuera por ellas sería casi imposible, y partiendo de la base de que nosotros estamos hipotecados, es casi la única forma de empezar, sobre todo cuando tienes que hacer una inversión tan grande como nosotros que compramos la finca y las construcciones. Merece la pena estar pendiente de ellas», dicen. También tenían muy clara su apuesta por la agricultura y la ganadería ecológicas por convicción. «Tenemos la finca entera en el Consejo de la Producción Agraria Ecológica del Principado de Asturias (Copae) desde 2014. Apostamos por lo ecológico sin ningún tipo de duda», aseguran.

Otra cosa que tenían muy clara es que querían cultivar productos 100% asturianos. Empezaron plantando los manzanos. «El año pasado fue el primero que ya tuvimos algo de manzana para vender. Calculamos que en dos o tres años empezaremos a tener producciones importantes», dicen. «Como en la manzana hasta los cinco años no ves rendimiento, necesitábamos diversificar con algún producto que empiece a dar dinero desde el minuto uno y de ahí los 12.000 metros cuadrados de faba de granja».

La plantación de faba ecológica El Texu
La plantación de faba ecológica El Texu

La plantación está dada de alta en la IGP, así como en el sello Alimentos del Paraíso, y fueron pioneros en venderlas envasadas en tarros de cristal. Hace años una tienda de París quiso comprarles esta faba ecológica, que cuando tienen producción venden en proximidad, y la respuesta lógicamente fue no: «No tiene sentido vender faba ecológica envasada en plástico y mandarla a París. Solamente tiene un sentido comercial, y eso lo hacen las grandes marcas que buscar mejorar los beneficios. Nosotros no vamos por ahí. Nuestro objetivo es ecológico siempre porque no buscamos un beneficio a nivel empresarial, lo único que pretendemos es intentar vivir de ello y sobre todo vivir en la naturaleza».

La marca de la faba es El Texu, en homenaje al que tienen dentro de la finca, a unos 100 metros de la casa y al que le calculan unos 450 años. «Debe estar entre los 20 más antiguos de Asturias y estaba aquí totalmente abandonado, nadie miraba para él. Todo está pensando alrededor de la finca», dicen. Como también ser criadores de xalda, la oveja autóctona de Asturias, que les permite diversificar al tiempo que ayudan en la limpieza de las cuatro hectáreas de manzanos.

Un mastín descansa en la finca, con las ovejas xaldas pastando
Un mastín descansa en la finca, con las ovejas xaldas pastando

El círculo, por el momento, lo cierran con un colmenar, también ecológico, que les permite tener miel para consumo propio y conseguir que la producción de manzana y faba sea más eficaz gracias a la función polinizadora de las abejas. Antes no tenían amistades en el mundo rural, pero todo lo que han ido aprendiendo ha sido gracias a las que han ido surgiendo en estos años.

«Al final hay que observar lo que hacen los demás y, a partir de ahí, mejorar si es posible. Ya hay pomaradas que están incorporando abejas y no solo porque vas a tener una mejor floración, sino también por las plagas. En la faba tener biodiversidad ayuda a tener menos plagas. En ecológico, al no utilizar productos químicos, es la única forma de que funcionen las cosas», explica García, que también apunta que utilizan drones propios para detectar problemas en los manzanos y que, una vez que pase la pandemia, están pensando en organizar visitas guiadas a la finca.

El círculo ecológico que esta familia ha creado en La Paranza se completa también con otro sueño hecho realidad: tener su propia energía, sin depender de la red eléctrica. Empezaron con un generador y desde hace unos tres años y medio tienen una instalación solar aislada. «Las placas solares nos dan energía de día y el sobrante se va acumulando en baterías. También tenemos una cocina de leña con lo que vamos limpiando de la finca y todo unido nos permite ser energéticamente autónomos». Eso sí, el consumo tiene que ser más razonable y armonioso con las horas de sol -«no puedes vivir como hasta ahora, por ejemplo poniendo lavadoras por la noche»-, pero a su cocina no le falta de nada...