Artículo de opinión
08 dic 2020 . Actualizado a las 22:02 h.En la última columna, tras el partido contra el Albacete, advertía del empacho de partidos al que estábamos siendo sometidos. Tanto nosotros como la plantilla sportinguista. Y en Cornellá llegamos al final de esta montaña rusa con sensaciones difusas. Destacaría que nadie ha vomitado durante el trayecto, cuestión siempre positiva.
Mi relación con las montañas rusas, desde pequeño, ha estado marcada por el respeto mutuo y el hecho de padecer cierto vértigo tampoco ayuda. Un año fuimos con el colegio al parque de atracciones de la Warner ubicado a las afueras de Madrid. Era junio de 2006 y había comenzado a disputarse el Mundial de Alemania. España se estrenó goleando a Ucrania por cuatro goles a cero en un partido que nos vimos obligados a ver en la cafetería del parque. Aquel encuentro supuso el debut de David Villa en un Mundial tres temporadas después de haber abandonado la disciplina rojiblanca y me pareció extraño observar cómo la gente celebraba los goles de El Guaje. Era una de mis primeras salidas de Asturias y, a pesar de que Villa ya no jugaba en el Sporting, yo seguía creyendo que era algo nuestro, un talento que nos pertenecía en medio del hastío en el que se encontraba sumido el equipo.
Después del partido se me agotaron las excusas y no me quedó más remedio que montar en una de las atracciones. La escogida fue una montaña rusa de madera y, por tanto, muy poco recomendable si subes con la sensación de que aquello se puede venir abajo en cualquier momento. Sea como fuere, descendí del asiento convencido de haber dado la talla, pero no contaba con encontrarme con un álbum de fotos con nuestras reacciones durante el recorrido. Entonces se apoderó de mí el mareo que ingenuamente había intentado ocultar.
Demasiado castigo
El gesto de Babin tras la agresión sufrida en los últimos instantes del partido explica muchas cosas. Los más románticos dirán que simboliza la entrega y el compromiso que la plantilla demuestra cada jornada. Otros verán en él la enésima constatación de que el videoarbitraje, en España, no funciona. Estoy de acuerdo con todas esas interpretaciones, pero lo realmente importante, la verdadera lección que debemos aprender es que si te tocan la cara y te hacen sangre todavía puedes acabar viendo la cartulina amarilla. El castigo nunca es suficiente.
El hombre desnudo
Cuando un portero sube a rematar una acción a balón parado, la jugada pasa a revestir una épica difícil de explicar. Es un todo o nada. Siempre que veo al guardameta de un equipo sumarse al ataque me acuerdo de la estrategia del hombre desnudo que explican en la serie Cómo conocí a vuestra madre. Aunque, sobre el césped, las probabilidades de éxito son bastante inferiores. Realmente muy pocas veces da resultados positivos esta operación. Roberto lo logró en Ipurúa en una tarde para el olvido y tenemos que parar de contar. Cierto es que el hecho de ordenar subir a tu portero para después sacar en corto y terminar perdiendo el balón, como suele ocurrir en estos casos, tampoco ayuda a mejorar las estadísticas.
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