Tema libre: El último de la fila, o de cómo un grupo crea la banda sonora de tu vida

El último de la fila

SPORTING 1905

Chigre ENEUFDS

20 sep 2021 . Actualizado a las 19:40 h.

La primera vez que escuché a Manolo García fue allá por el verano de 1998, cuando un amigo me grabó en casette el Carbón y ramas secas, el primer álbum del cantante en solitario. Jamás había oído a El último de la fila, y puse aquella cinta en los walkman que llevaba a todas partes conociendo un único tema: “Pájaros de barro”, el cual había escuchado varias veces en la radio y me había encantado. Pero no fue solo eso. “Carbón y ramas secas”, “Cómo quien da un refresco”, “Zapatero”, “A quien tanto he querido”… Trece canciones en total que conformaban uno de los mejores trabajos musicales que había (y he) degustado en mi vida. Aquel casette quedó fundido después de reproducirlo cientos de veces durante el verano, así que finalmente compré el CD y empecé a oir los discos de El último de la fila, haciéndome con la discografía completa en un centro comercial cerca de casa. Y entonces descubrí el grupo que cambió mi vida. El grupo cuyas letras describían mi forma de sentir, de pensar, de amar, de vivir la vida. El grupo que hablaba del (des)amor de una manera que nunca había oído antes y que te rompía por dentro. El grupo que pasaría a acompañarme en los buenos y los malos momentos, en los felices y los amargos. El grupo que siempre va conmigo cuando viajo en coche, y del que canto sus canciones a voz en grito sintiéndome libre, haciéndome respirar y llenándome de fuerza.

Éste artículo es una carta de sentido agradecimiento tanto a Manolo García como a El último de la fila, donde el anterior completaba dueto con el gran Quimi Portet.

Gracias por esas HIERBAS DE ASIA o esos AVIONES PLATEADOS que me acompañaron en momentos de caída sentimental y de lágrimas de amor perdido, y que ahora ya no hacen daño al escucharlas, sino que provocan auténtico placer y deleite.

Por letras que me transportan a lugares inolvidables en los que aún soy feliz cada vez que regreso y cuando estoy en ellos con aquellas personas que llenan de alegría mi vida.

Por otras que, dejándonos llevar entre el crepúsculo y el alba, nos enseñaron a perdernos en mapas para apreciar sus valles, y las playas desiertas, mientras transitamos por carreteras solitarias, huyendo de mundos materiales para, el día que seamos puros como un cielo de verano sobre el mar, convertirnos en espíritus barridos por el viento. Porque alguien cantará por nosotros un día color de melocotón, en el que todos seremos libres, las piedras se puedan comer y ya nadie sea más que nadie. Y nos conformaremos con sentir y caminar, con sólo paz y una sonrisa, cielo abierto y aire para respirar. Con oler los pinos mientras el sol los calienta, pasando el tiempo mientras perseguimos nubes en el cielo. Con observar como verdean los campos a un resquicio de luz y en las praderas brota la espiga entre la flor. Con un libro y una nube, que serán nuestro descanso. Con un árbol y una fuente, cada vez que despertemos. Y cuando nos mienta la vida, nos defenderemos haciendo parapetos con poemas. Con que la brisa peine las encinas, perfume de olas blancas, corriendo traviesa bajo el cielo azul de añil. Porque comprenderemos que los días se van, como el río que son, y que todo es efímero, como esos verdes parajes de belleza que en algún momento será desolada, y que merecen ser recordados y percibidos como el color de esa flor que se marchitará. Gracias a la anestesia del recuerdo.

Por hacerme comprender que en ocasiones los soles de invierno suaves perdidos por el tiempo y las risas que mueren con el viento helado no son más que una etapa pasajera. Que la soledad, pese a que te fuiste, ya no puede reírse de mi, porque ya no te espero en los caminos ni te confundo a todas horas. Que a veces no vale de nada lamentarse y llorar ante una puerta, y que las barras de bar son vertederos de amor. Que las viejas fotos mienten y que de nada sirve esperar la noche de pie en el oscuro rellano, a que vuelvas despeinada de los bares cerrados. Que ahora sé lo que quiero, pese a que hubo un tiempo en que quería aquello que no tenía. Que los credenciales de posesión son una tontería y que los celos te hacen creerte dueño de aquello que no posees. Que a veces se aprende mediante reveses, porque no eres el único que está de vuelta de todo. Que una simple y fría carta de despedida te sirve para aprender, y que una mirada, a veces, expresa más que mil palabras, pudiendo leer en ella un rotundo “nunca más vuelvo”. Que pese a haber pensado en volverte a escribir, el agua de la lluvia y de los días que vendrán borrarán tu recuerdo para siempre. Y que los llantos de pasión no duran toda la vida ni son eternos, porque aquella a la que tanto quise y a la que ya no peino su pelo quizá no era ella. Pese a que a veces piense que soy un alma del averno. Pese a que ya no suba la cuesta que me lleva a su casa, y aunque ya no duerma mi perro junto a su candela. Pese a que las tardes grises de domingo mueran como un rey de ajedrez, torpe y absurdo. Pese a la sensación de haber malgastado el tiempo hundido en la prosa vil, leyendo sus viejas cartas y mis viejas canciones, a la luz de una vela, mientras fuera cae la lluvia. Pese al recuerdo de esos inviernos suaves alumbrados por un tenue sol, y perdidos para siempre. Pese a las risas que murieron con el viento helado. Pese a haberla amado incondicionalmente, como un niño. Pese al deseo, cada vez más difuminado hasta desvanecerse en la niebla de los tiempos, de que vuelva esa canción que nos hizo enamorar, o la noche marroquí de sus besos, o de querer oler en su piel todo aquello que perdí. Porque en definitiva, la prosa de la vida es vil, y porque los sueños, al final la borrarán, locos y libres, hasta que no pueda recordar quien fue a la que tanto amé. Porque me desperté sin ella y no volverá jamás.

Por demostrarme que para quien no duda siempre hay un remanso en el agua fiera y que yo soy la tabla de mi propia salvación. Y por hacerme creer que el alma remonta porque quiere volar, y que hoy es un gavilán en celo. Que el amor de las viejas novelas murmura deseos a las estrellas. Que siempre hay un alba en la que despertar si coges mi mano y duermes junto a mí, y que si así lo haces, me quedaré a tu lado hasta el fin. Que si esto sucede los sueños serán dulces, y se esconderán de la noche y de los horrores negros.Que mientras todos duerman te amaré, y cuando todos hablen, huiré. Que sigo el vaivén que marcas, caprichosa, amor, y a tu calor me arrimo. Que eres flor de pradera y que de ti necesito, porque de tu esencia me impregné y ahora estoy atado a ti. Que deseo tus noches mientras duermes, deseo tu latir y tu aliento, deseo adentrarme en un camino que tras de mi se borre, al abrigo de tus besos. Que no hay nada como el murmullo de una oración, minúscula y dulce, o como el murmullo de tu respiración, al despertar. Que tu analgésico me curará. Que tú eres una isla virgen en medio del mar y yo un simple turista patoso que te llega a admirar. Que si tu cuerpo y el mío están juntos y si tus besos me adormecen, no hay vendaval que pueda con nosotros. Que el mundo no está vacío si tú estás en él. Que si el amanecer me encuentra siempre despierto es porque me desvela el hambre que de ti tengo. Que hablar es dulce si te hago sonreír, sentados en cualquier bar. Que volveré a por ti, un domingo de invierno, y que sonreirás al verme llegar. Que quiero correr y delirar, siempre a tu lado, dulce amor. Y que gritaré tu nombre desde la selva azul de tu pelo enredado, hasta el vapor de miel, de tu alma al despertar. Que no hay nada más mientras nuestros labios se quieran besar, y que nadie te amará tanto como yo, aunque ahora mismo no esté mirando tus ojos... 

Por hacer que me detenga en las miradas, que son como bandadas de grises palomas, azules, verdes, de todos los colores. Porque tu mirada vuela, vuela en calma vuela, y en las calles es una flecha que alivia el tiempo de los poetas. Tu mirada vuela, vuela negra, vuela, y es la flecha que hiere el tiempo, que lo detiene, que lo hace espeso, que lo detiene, que lo hace eterno. Por que si me quieres y me meces en tus brazos, saldremos volando del mundo gris.

Porque de vosotros aprendí a no decir las cosas que no son más bellas que el silencio. A que siempre hay un sitio al que ir, y alguno al que regresar. Que las guerras son un horror en las que los hombres lloran como niños y en las que la muerte planea en silencio sobre los caminos como un ave extraña. En las que las parejas y las familias se rompen mientras ese ave extraña devora un sol que les pertenecía.

Vuestras letras no conforman canciones, si no versos de poemas acompañados de música maravillosa, y gracias a ellas he aprendido tantas cosas que solo puedo daros las gracias, Manolo y Quimi. Sin vosotros no hubiera sabido apreciar tantas y tantas cosas que no cuestan dinero, pero que son impagables porque son las hojas más importantes del álbum que compone nuestra vida. Ese álbum que nos acompañará en nuestro viaje cuando aquella toque a su fin, como uno más de esos recuerdos inolvidables que han hecho que el viaje merezca la pena. Así que gracias por todo, de corazón.