¿Qué está pasando en Gràcia?

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En el 2011, un grupo de okupas se instaló en una sucursal bancaria vacía del barrio barcelonés. En el 2015, CiU asumió el alquiler del local para mantener «la paz social». El 1 de enero, Colau se negó a seguir pagando. El desalojo se ha convertido en una auténtica batalla campal

26 may 2016 . Actualizado a las 19:37 h.

Contenedores en llamas, motos y coches volcados, pintadas en fachadas. Piedras y objetos por los aires. Cargas, barricadas, carreras y gritos. 60.000 euros de daños en el patrimonio público, una veintena de heridos y dos manifestantes detenidos, ya en libertad. Es el balance de tres noches de disturbios en el barcelonés barrio de Gràcia, altercados que, dos años después, reviven el violento desalojo del centro social Can Vies del barrio de Sants. 

Los episodios violentos en la confluencia entre Travessera de Gràcia y la Mare de Déu dels Desemparats responden también ahora a un desahucio, pero esta vez al de una propiedad privada. En el año 2011, una sucursal bancaria en desuso de Catalunya Caixa fue okupada. Justo antes de las municipales del año pasado, el local, de unos 100 metros cuadrados y conocido como el Banco Expropiado, pasó a manos de una inmobiliaria. Para ahorrarse el trago de expulsar a los nuevos inquilinos, evitar altercados y mantener contento al propietario del inmueble, el exalcalde de Barcelona Xavier Trias (CiU) asumió su alquiler durante todo el 2015, unos 5.500 euros mensuales. Cambió el gobierno y  Ada Colau se prestó a mediar con el colectivo, pero no a renovar el pago el 1 de enero. Los okupas prometieron entonces convertirse en su peor pesadilla.

Lo siguiente fue un rosario de demandas y protestas. El propietario del local reactivó el procedimiento de desalojo y el colectivo, arraigado en el barrio, al frente de una activa labor social -reparto de ropa y comida a los más necesitados, organización de sesiones de cine y clases gratuitas-, se puso en pie de guerra. El lunes, los Mossos  d'Esquadra se plantaron en el número 181 de la Travessera de Gràcia a las diez menos veinte de la mañana. En su interior, varias personas encerradas. Dos de ellas, dentro de una caja fuerte. La operación se prolongó durante siete horas, a lo largo de las cuales los agentes tuvieron que abrir la cámara acorazada pico en mano y liberar de ella a la pareja de activistas. Cerraron el edificio y lo tapiaron con una valla metálica que soldaron a la fachada. Dos horas más tarde arrancaban las protestas.

Alrededor de las nueve de la noche, salió de la plaça de la Revolució una manifestación encabezada por una pancarta en la que podía leerse «El banco expropiado no se toca». A las diez y media, la cosa se puso fea. Según los Mossos, varios grupos de encapuchados prendieron fuego a contenedores, volcaron coches, rompieron cristales y levantaron barricadas. La noche acabó en una auténtica batalla campal. El martes, una nueva riada de manifestantes se plantó ante las puertas del Banco Expropiado, dispuestos a reokuparlo. Volvieron los Mossos. Impidieron la entrada y, de nuevo, repitieron carreras y cargas por todo el barrio.

El colectivo no se rindió. Por tercera noche consecutiva, Gràcia se convirtió el miércoles, de nuevo, en un campo de batalla. Un detenido, once heridos, contenedores y cajeros en llamas, escaparates rotos y una entidad bancaria saqueada. Rondaban las diez de la noche cuando algunos usuarios de Twitter, dando cuenta de la situación en el lugar, anunciaban el final de la manifestación. Cientos de personas se quedaron en el barrio. Se taparon la cara. Los disturbios, aseguraban los comentarios en la red social, fueron mucho más violentos que la noche anterior. 

Hasta en dos ocasiones -antes del desalojo y este lunes otra vez-, Colau les ofreció a los okupas un inmueble alternativo donde instalarse. Rechazaron la propuesta. El martes, publicaron una entrada en su blog prometiendo que regresarían al Banco. Primero, explican, «el ayuntamiento decidió pagar, a espaldas de todos, más de 65.000 euros a Manuel Bravo Solano, propietario del banco, con el fin de ahorrarse otro Can Vies de cara a las elecciones municipales». «La rabia que estalló ayer no es solo debido al Banco, es causa de todas las detenciones que ha habido últimamente, de todos los espacios registrados, de todos los secuestros legalizados, del asesinato de Juan Andrés Benítez [el empresario del Raval que murió tras ser detenido por los Mossos] que una vez más pone de manifiesto la impunidad policial -apuntan-. Entendemos que haya vecinos que estén molestos con la situación del barrio y con los desperfectos físicos que hayan sufrido, pero como hemos dicho muchas veces defenderemos el Banco de todas las maneras posibles».

«Se pierde el sentido de la protesta»

Tal y como apunta el colectivo, los vecinos, como mínimo, se sienten incómodos. Sobre todo con las formas. «Este tipo de manifestaciones violentas me producen inseguridad, no tienen medida y son descontroladas», confiesa Belén Balado, gallega afincada en Barcelona. El martes, de vuelta a casa, se cruzó con las protestas. Asegura que tuvo que esperar a que pasara la riada de gente porque le daba miedo atravesarla. «Cuando la violencia es la protagonista, se pierde el sentido de la protesta, es poco solidario con los vecinos», añade.

No es la primera vez que la violencia, tanto de un lado como del otro, empaña movilizaciones reivindicativas e incluso celebraciones en la ciudad condal. Es un clásico que las de los títulos del Barça acaben en disturbios y con varios detenidos. «Todo el que vio las cargas policiales puede constatar la violencia policial generada ayer, que ha dejado casi 50 personas heridas con cabezas, rodillas, manos y brazos rotos, golpes de porra, de todo -denuncian también los okupas en el mismo comunidado-. Esta es otra razón para seguir donde estamos e intentar volver al Banco».