El caso Soria reabre la lucha interna entre el G8 próximo a Rajoy y los «sorayos»

e. c. MADRID / LA VOZ

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FILIP SINGER | EFE

La renuncia del exministro de Industria y la caída en desgracia de De Guindos, a quien apuntan desde la cúpula del PP y el Gobierno como autor del desaguisado, suponen una victoria para la vicepresidenta en funciones

10 sep 2016 . Actualizado a las 10:14 h.

La reedición del caso Soria ha reabierto la sorda lucha interna que existe en el Gobierno. Por un lado, está el llamado G8, el grupo de ministros más próximos a Mariano Rajoy; y por otro los sorayos, que se agrupan en torno a Soraya Sáenz de Santamaría. Soria pertenecía al primero, del que formaban parte inicialmente José Manuel García-Margallo, Jorge Fernández Díaz, Ana Pastor y Miguel Arias Cañete, todos ellos amigos personales del presidente. Más tarde se fueron incorporando Rafael Catalá, Isabel García Tejerina y Pedro Morenés. Tras su dimisión como ministro de Industria por sus vínculos con paraísos fiscales y las mentiras con las que intentó taparlos, Rajoy participó en una cena de despedida a Soria en la casa de García-Margallo, a la que acudieron Pastor, Catalá, Fernández Díaz, García Tejerina y el presidente del Senado, Pío García-Escudero. En el bando de los sorayos figura Cristóbal Montoro, Fátima Báñez, el exministro Alfonso Alonso y, en un escalón inferior, Álvaro Nadal, director de la Oficina Económica de Moncloa, y José Luis Ayllón. Aunque están en clara minoría en el Consejo de Ministros, Sáenz de Santamaría controla férreamente el segundo nivel de la Administración, el de los secretarios de Estado o subsecretarios, los denominados fontaneros del poder. 

Triunfo de los «sorayos»

De Guindos está en la órbita del G8, aunque ha preferido no acudir a sus reuniones. No pertenece al PP y va por libre. Pero sí tiene claro quiénes son sus enemigos en el Gobierno, Sáenz de Santamaría y Montoro. La animadversión entre el titular de Economía y el de Hacienda es notoria. La relación de Montoro con Soria también era mala. Hay que recordar el dardo envenenado que le lanzó cuando aseguró, tras su dimisión, que «nadie puede estar en el Gobierno que haya operado en paraísos fiscales».

La renuncia de Soria y la caída en desgracia de De Guindos, a quien apuntan desde la cúpula del PP y el Gobierno como autor del desaguisado, suponen una victoria para la vicepresidenta en funciones. Esta se desmarcó en un primer momento, diciendo que no era competencia de su departamento, con lo que apuntaba al titular de Economía en funciones. Ayer también puso la pelota en su tejado al negarse a responder quién había sido el responsable último de la designación, con lo que emplazaba a De Guindos a explicarlo. Además, es importante el dato de que un sorayo de pro, el secretario de Estado de Energía, Alberto Nadal, tuvo que retirar su candidatura al puesto para el que fue designado Soria.

Hasta ahora De Guindos era intocable y gozaba de la máxima confianza de Rajoy como artífice de la recuperación económica. Su ascenso a la vicepresidencia económica en caso de que se formara Gobierno se daba por hecho. Sin embargo, ahora se ha convertido en el dique de contención para que el escándalo de Soria no alcance al presidente. De Guindos se la juega en su comparecencia ante la comisión parlamentaria.