Francisco Correa, el botones que se convirtió en don Vito

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño MADRID / LA VOZ

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El jefe de la red pasó de ser un agente de viajes a crear un imperio a base de sobornar a dirigentes del PP

14 oct 2016 . Actualizado a las 09:43 h.

Todo empezó con una llamada de teléfono. Francisco Correa Sánchez (Casablanca, Marruecos, 1955) era un tipo listo. Había comenzado de botones a los 13 años y llegó a director comercial de una agencia de viajes. Pero Paco quería ser el jefe. En 1988 dejó el trabajo y fundó su propia firma de organización de eventos. No se mató con el nombre: FCS. Se especializó en los ejecutivos de empresa. Tenía un pico de oro y sabía tratarlos. Les proporcionaba diversión y todo lo que desearan. Lo que fuera. Ganaba bastante. Pero quería más. Probó en la política. Y comprendió que la pastuqui, como él llama al dinero, estaba allí. Reduciendo al máximo su margen de beneficio, había conseguido organizar algún viaje de poca monta para la dirección del PP. Pero entonces, en 1993, llegó aquella llamada.

Al otro lado del teléfono escuchó la voz del entonces gerente del PP, Luis Bárcenas. Otro tipo listo que no se conformaba con cuadrar balances en un oscuro despacho de Génova. «Paco, ¿te ves capaz de organizar un mitin para el PP?». Bingo. Correa no lo duda. A los pocos días envía un presupuesto imbatible. Dos millones de pesetas. Es tan barato que Francisco Álvarez Cascos, entonces secretario general del PP, lo cita en su despacho. Cree que hay un error. Por un acto como ese, Cascos pagaba entonces 10 millones. Pero Paco cumplió. Y, desde ese día, tuvo libre acceso a los despachos de Génova. Esos que, según dijo ayer, acabaron siendo su propia casa. Y no olvidó a quien le abrió esas puertas. Desde aquella llamada, Bárcenas recibió millones de euros en comisiones ilegales a cambio de su intermediación en la adjudicación de contratos del PP.

Correa ganaba ya mucho dinero organizando actos y viajes para Génova. Pero no era suficiente. Buscó contactos en el PP para extender su red a los ayuntamientos y comunidades gobernadas por los populares. Estudió al partido y comprendió que el dinero de verdad se movía en Madrid, Valencia, Galicia y Castilla y León.

Lo primero fue infiltrarse en la Comunidad de Madrid. Había dado ya algún pelotazo urbanístico en ayuntamientos madrileños gobernados por el PP. Pero el gordo le tocó con la llegada a la viceconsejería de Presidencia de la Comunidad de Alberto López Viejo. Correa tiene olfato para detectar a los que son como él. Ambiciosos, con ganas de medrar y amantes del lujo y la buena vida. Y a López Viejo, un joven cachorro de Aznar, lo conocía porque ambos se movían en los ambientes más pijos de Madrid. Sintonizaron rápido.

López Viejo llevaba la agenda de la presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre. Organizaba los actos políticos. Y los adjudicaba. Mediante concursos amañados, casi todos le caían a Correa. El caso es que Paco hacía bien su trabajo. Eso nadie lo discute en el PP. Así que López Viejo, además de cobrar, se apuntaba los éxitos. Y pasó a organizar eventos para otras consejerías. Más madera para Correa.

El dinero fluía a raudales. Pablo Crespo, exsecretario de organización del PP de Galicia, era su hombre clave. Se lo había recomendado Xosé Cuíña, entonces secretario general del PPdeG, cuando Crespo cayó en desgracia. Correa era ya un asiduo de Marbella. Se movía en coches de lujo y hacía sus propios contactos. Se había separado de su primera mujer, con la que tuvo un hijo con una dolencia incurable: fibrosis quística. Según su exesposa, nunca se ocupó de ese pequeño, que murió en 1996. Su nueva pareja, María del Carmen Rodríguez Quijano, era hija de un acaudalado empresario. Y cuando esta entró a trabajar como jefa de gabinete del alcalde de Majadahonda, Guillermo Ortega, a Correa se le abren más puertas para dar nuevos pelotazos. Rodríguez Quijano se implicó a fondo en los negocios de su marido. Hoy está imputada junto a él.

Correa era ya el amo de un pequeño imperio. Don Vito, le llamaban entre los suyos. Pero las cosas cambiaron en el 2004. Mariano Rajoy llega a la presidencia del PP y le corta a Paco el grifo de Génova. Los motivos no están claros. Pero lo cierto es que a Correa nadie le impide operar en otras autonomías gobernadas por el PP. Y se vuelca en Valencia. Su hombre clave allí será Álvaro Pérez, el Bigotes. Con menos porte que Correa, pero idéntica labia, Pérez había dejado impresionado al mismísimo Aznar en la organización de la boda de su hija con Alejandro Agag en El Escorial en el 2002. Además de organizarla, Pérez, al igual que Correa, asistió como invitado.

El olfato de Paco acierta de nuevo. Detecta que tanto al presidente valenciano, Francisco Camps, como al secretario general del PP en esa comunidad, Ricardo Costa, les gustaba la buena vida. Y los agasaja con regalos. Orange Market, la firma con la que Correa operaba en Valencia, obtuvo a cambio decenas de contratos de distintas consejerías y organizó multitud de actos para el PP valenciano. Muchos los cobraba en dinero negro. Por otros ni siquiera facturó nada. Tal era el volumen de lo que ganaba con sus comisiones.

Si no hubiera sido por el ansia desmedida de presumir de sus desmanes, Correa probablemente mantendría su imperio. No cayó por una investigación, sino por la denuncia de un concejal de Majadahonda, José Luis Peñas, que grabó sus bravuconadas durante dos años. Los motivos por los que lo hizo tampoco están claros. Pero, gracias a él, don Vito está en el banquillo.