EE.UU. elige entre dos modelos de nación

ADRIANA REY LA VOZ EN EE.UU.

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SPENCER PLATT | afp

Las propuestas enfrentadas de los dos aspirantes a ocupar la Casa Blanca anticipan un futuro económico, político y social diametralmente distinto para la potencia mundial

06 nov 2016 . Actualizado a las 12:27 h.

No son pocos los desafíos a los que tendrá que enfrentarse el próximo presidente de Estados Unidos. El terrorismo y la inestabilidad en Oriente Medio, el ascenso de China, las relaciones con Rusia y Europa del Este, la dirección del Reino Unido tras el brexit, el ritmo de la globalización, el cambio climático o la crisis migratoria son algunos de los retos que esperan al futuro comandante en jefe. Pese a ello, lo único que tienen en común Hillary Clinton y Donald Trump es el rechazo que sienten el uno por las propuestas del otro.

La victoria de ella o la de él anticipan escenarios de futuro absolutamente dispares que reflejan la polarización creciente, el divorcio civil que ha plantado su nido entre la población en materia económica, de raza, género y por supuesto política. ¿Consecuencia? Casi 320 millones de estadounidenses van a elegir el martes algo más que un presidente. Lo que van a decidir es un concepto de nación que no se reconoce en el otro.

HillaryClinton

Continuidad. Su llegada a la Casa Blanca supondría dar la bienvenida a la primera mujer presidenta de EE. UU. Su experiencia es incuestionable: abogada, primera dama del estado de Arkansas y luego del país, senadora por Nueva York y secretaria de Estado en el primer Gobierno de Barack Obama. Ahora, resurge como el ave fénix para romper el techo de cristal de la presidencia. Una de sus propuestas más importantes tiene carácter doméstico: «Introducir una reforma migratoria integral, que lleve a la ciudadanía plena y equitativa, en sus primeros cien días de Gobierno», resumió Jorge Silva, director de medios hispanos de su campaña. Clinton quiere frenar la deportación de padres con hijos estadounidenses y de los dreamers (jóvenes que llegaron al país cuando eran niños y que aún siguen siendo ilegales). El plan requiere el apoyo en el Congreso de la bancada republicana, que ya dio la espalda a Obama en esta cuestión.

En el modelo de país de Clinton no hay muros fronterizos y se mantendrán algunas de las medidas históricas de su predecesor, como la reforma sanitaria, continuar el deshielo con Cuba e intentar el cierre de Guantánamo.

La demócrata quiere además que los ricos paguen más impuestos, y así poder «realizar la mayor inversión en infraestructura y creación de nuevos empleos desde la Segunda Guerra Mundial», ofrecer acceso gratis a la universidad para las rentas bajas e impulsar la formación profesional. También elevaría el salario mínimo por el que tanto presionó su rival en las primarias demócratas, Bernie Sanders.

En política exterior, Oriente Medio es su mayor preocupación. En Siria, la demócrata aboga por establecer una zona de exclusión aérea negociada previamente con Moscú, a pesar de que algunos apuntan a que esto agravaría el conflicto con Vladimir Putin. Además, Clinton conservaría las alianzas con Japón y Corea del Sur y apretaría a China en materia de derechos humanos.

Si gana ella, EE. UU. asumirá un desafío más, el de cumplir la promesa de ser «el superpoder de la energía limpia del siglo XXI». Como se ve, metas ambiciosas que supondrán consolidar el legado de Obama y que ya han encontrado resistencia apenas han sido formuladas. Pero si algo tiene Clinton es resistencia.

DonaldTrump

Incertidumbre. «Lo que mi ego quiere mi ego lo consigue», escribió un día en The New York Times. Donald Trump hablaba así de la filosofía de vida que lo ha impulsado en la carrera presidencial. Empresario y heredero de un imperio inmobiliario, el magnate ya era una estrella antes de entrar en la contienda. Ahí están sus reality-shows para demostrarlo. ¿Experiencia política? Ninguna. Pero, lejos de ser una piedra en su camino, lo ha convertido en una ventaja presentándose como un outsider para, así, fidelizar a sus adeptos, los perdedores del sueño americano, muchos de ellos hombres, trabajadores y blancos excluidos de los beneficios de la gran potencia.

En cualquier recreación que se precie de los primeros cien días de Trump en la Casa Blanca no puede faltar su propuesta estrella, la construcción de un muro en la frontera con México y la expulsión de 11 millones de inmigrantes sin papeles. Hasta que el país vecino no pague su proyecto, Trump «confiscará los pagos de remesas derivadas de sueldos ilegales» e incrementará los precios de los visados, aunque esto violaría el Tratado de Libre Comercio firmado por Estados Unidos, México y Canadá (Nafta). La puerta empezará a cerrarse también para los musulmanes que provengan de países como Siria, Irak o Afganistán. Su postura sobre cómo combatir a los terroristas del Estado Islámico apuesta por el ojo por ojo, diente por diente. Trump mantendría abierta la prisión de Guantánamo y no descarta retomar torturas como el ahogamiento simulado, o waterboarding.

El magnate ha prometido cancelar o renegociar el pacto nuclear con Irán y el acuerdo de París sobre el clima, y es que, en su opinión, el cambio climático es «un mito». La discordia también llegaría a China, a la que Trump aumentará sus tarifas arancelarias dentro de un esquema netamente proteccionista que promete echar el freno a la liberalización del comercio internacional.

Arabia Saudí, histórico aliado de Washington, tampoco se librará y deberá pagar por la defensa que los americanos le prestan. El panorama no es mejor para los países bálticos porque, en caso de que sufran un ataque ruso, no podrán contar con la defensa de Estados Unidos. ¿Y qué decir de la OTAN? Trump condiciona el papel de su país en la Alianza Atlántica a que los europeos dupliquen su gasto militar.