El mandato empieza con una andanada

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En vez del género institucional que se esperaba fue un argumentario, un repaso punzante a los eslóganes de campaña. Era como si no supiera que ya ha ganado

21 ene 2017 . Actualizado a las 08:57 h.

Trump arranca fuerte. Las tomas de posesión de los presidentes norteamericanos son eventos solemnes y festivos. Se suelen dejar a un lado las tensiones políticas y se pronuncian palabras integradoras y generosas con el contrario. No fue así ayer en el caso del cuadragésimo quinto presidente de Estados Unidos. Por lo que vamos viendo, Donald Trump entiende la política como una campaña electoral permanente. Su discurso fue duro, combativo y en algún momento incluso bronco. En vez del género institucional que se esperaba fue un argumentario, un repaso punzante a los eslóganes de campaña. Era como si no supiera que ya ha ganado.

Pero lo más llamativo fue el tono. Salvo el reconocimiento al matrimonio Obama por su ayuda en el período de transición, que expresó al comienzo de su discurso como para quitárselo de delante cuanto antes, el resto fue un ataque a diestra y siniestra. Habló de «reconstruir nuestro país», en el entendimiento de que había sido destruido por sus predecesores. Tras una pausa efectista, anunció el amanecer de una nueva era (aunque se atascó en la palabra «milenio»). En esa nueva era se arrancaría el poder de las garras de Washington para entregárselo «al pueblo».

El ataque a la clase política fue indiscriminado («la casta se ha protegido a sí misma», «sus victorias no han sido vuestras victorias»). Incluso sus compañeros del partido republicano habrán escuchado con cierto estupor frases como «lo que importa no es qué partido controla el gobierno sino si el gobierno está sometido al control de pueblo». Una cosa es hacer un discurso antisistema en el fervor de un mitin electoral rodeado de globos; otra muy distinta hacerlo en una ceremonia oficial rodeado de autoridades.

Fiel a sí mismo, Trump tampoco pudo resistir la tentación de la represalia, la venganza del orgullo herido (uno de sus rasgos personales más preocupantes). Trump habló de los políticos que «son todo palabrería y no hacen nada», exactamente las mismas palabras con las que atacó en Twitter hace unos días a un congresista afroamericano que le había atacado antes a él.

Líneas fijas

Por lo demás, el discurso no dejó de tocar cada una de las teclas que harán saltar las alarmas en México D.F., en Bruselas, en Pekín y en el propio Washington. Habló de la defensa de las fronteras (antiinmigración), de cómo el mundo le había «robado sus empresas» a Estados Unidos (antiglobalización), de que Estados Unidos había «subvencionado» los ejércitos de otros países (anti-OTAN), de que forjaría «nuevas alianzas» (Rusia), de no imponer su modo de vida al resto del mundo (aislacionismo). Todo se resumía en el eslogan «América primero», que repitió un par de veces para mayor énfasis.

Se espera que las tomas de posesión también sea espectáculos patrioteros. Pero incluso en medio del ondear de banderas, el coro mormón que cantaba America, the Beautiful y la banda de los Marines que interpretaba marchas militares, el fervor de Trump resultaba un poco excesivo. Puede que con el tiempo Washington ahorme al nuevo presidente; de momento, no parece que esté sucediendo. Quienes se sentían inquietos, no habrán encontrado razones para dejar de estarlo. Claro que esto no ha hecho más que empezar.