Trump piensa en el jefe de un fondo buitre para la purga de la inteligencia

Francisco Espiñeira Fandiño
FRANCISCO ESPIÑEIRA REDACCIÓN / LA VOZ

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KEVIN LAMARQUE | reuters

Feinberg es un millonario sin experiencia en el espionaje y con negocios en España

17 feb 2017 . Actualizado a las 09:19 h.

«He heredado un lío». Así de gráfico se mostró Donald Trump para resumir la situación que, a su juicio, se registra en las agencias de inteligencia estadounidenses y que, según él mismo y muchos de sus afines, se encuentra detrás de las filtraciones a los medios que vinculaban a Michael Flynn con el embajador ruso en Washington en unas conversaciones consideradas ilegales y que provocaron la dimisión de uno de los colaboradores más cercanos del presidente.

Trump evitó ayer confirmar si esas conversaciones se habían producido o no, si había algún otro miembro de su círculo más cercano implicado en negociaciones no permitidas y si él mismo conocía el alcance de esas conversaciones o las había autorizado. «Son noticias falsas, como todo lo que afecta a Rusia», se limitó a decir.

Tampoco aprovechó Trump para desmentir sus ataques contra las agencias de inteligencia, fundamentalmente la CIA y la NSA, como supuestos miembros de una trama interesada en filtrar datos que perjudiquen a la nueva Administración en sus primeros pasos. Su entorno más próximo denunció incluso la connivencia de algunos espías con los medios de comunicación para difundir informaciones que, a su juicio, no se responden con la realidad. El presidente ordenó ayer al Departamento de Justicia «que investigue las filtraciones. Son filtraciones criminales».

Para poner fin a ese supuesto caos interno y tapar el boquete abierto por la renuncia de Flynn, Trump prevé recurrir a su agenda de amigos millonarios. El elegido para acometer la purga entre esos espías considerados traidores por el presidente sería Stephen Feinberg, fundador y presidente ejecutivo de Cerberus, un conocido fondo buitre que tiene entre sus empleados a José María Aznar Botella, hijo del expresidente José María Aznar, y que gestiona en España más de siete mil millones de euros en activos tóxicos de la burbuja inmobiliaria adquiridos a la Sareb.

Feinberg, casado con una mujer de origen latino, Gisela Sánchez, fue uno de los principales donantes de la campaña de Trump y presenta una larga militancia en las filas republicanas como aval. También está considerado como un íntimo de Bannon. Trump ha soslayado su total falta de conocimiento del mundo de la inteligencia -limitada a dos jugosos contratos con el Gobierno- para confiar en su lealtad como contrapunto al nuevo jefe de la CIA, elegido directamente por la vieja guardia del partido conservador. El presidente tampoco ha explicitado desde qué puesto hará ese trabajo.

La batalla interna ha llegado a tal nivel de degradación que, según The Wall Street Journal, las agencias de inteligencia estadounidenses, que ya fueron menospreciadas por Trump durante la transición tras negarse este a recibir sus informes diarios, han decidido no entregarle toda la información disponible por considerarle como «una persona no del todo fiable».

Tillerson y Mattis ofrecen dos planes contradictorios sobre la relación con Rusia

Ni al más alto nivel hay consenso en las actuaciones de los ministros de Trump. Ayer lo pusieron de manifiesto sus secretarios de Estado, Rex Tillerson, y de Defensa, James Mattis, a la hora de explicar a sus aliados las futuras relaciones de Estados Unidos con Rusia, uno de los temas más polémicos del momento.

Por la mañana, en la reunión con los ministros de Defensa de la OTAN, el jefe del Pentágono se desmarcó de la línea oficial de los más afines al presidente estadounidense, que pasa por minimizar el impacto del espionaje ruso en la campaña electoral de su país. «No tengo ninguna duda de que Rusia ha estado detrás de algunos de esos ciberataques, no solo en Estados Unidos, sino también en otras muchas democracias», dijo a los medios.

Mattis también acusó a Rusia de violar el Derecho Internacional por su intervención en Ucrania y descartó la vuelta a la cooperación militar entre la OTAN y Rusia. «Lo que tiene que hacer Rusia es respetar el Derecho Internacional como esperamos que hagan todos los países maduros en este planeta», avisó el jefe del Pentágono antes de anunciar «una implicación política» en el conflicto.

Intereses cruzados

Horas más tarde, en la cumbre de ministros de Exteriores del G20, Rex Tillerson -cuyos negocios petroleros tienen numerosas ramificaciones en Rusia- se mostraba muchísimo más conciliador con el régimen de Vladimir Putin y retomaba la línea oficialista de Trump tras su primer encuentro cara a cara con Sergei Lavrov, el jefe de la diplomacia del Kremlin. Tillerson explicó que la nueva Administración en Estados Unidos desea trabajar con Rusia «cuando puedan encontrarse áreas de cooperación práctica que beneficien al pueblo americano», haciendo referencia al lema de «América primero» de Donald Trump. Subrayó, no obstante, que allá donde no sea posible el entendimiento, Washington se mantendrá en la defensa de «los intereses y valores de Estados Unidos y sus aliados». Pero evitó mostrarse igual de duro que Mattis en el caso del conflicto ucraniano, un tema muy sensible para los rusos.

Lavrov, por su parte, también habló de la necesidad de «superar» el distanciamiento que caracterizó los últimos meses de la administración de Barack Obama y abogó por «eliminar» todas las «barreras artificiales» que dificultan las relaciones bilaterales.

Guerra por el poder en las entrañas de la Casa Blanca

El de las relaciones con Rusia no es el único lío que alborota el primer mes de Trump al frente de la Casa Blanca. En las últimas horas, el presidente ha tenido que hacer frente al primer gran choque de trenes en su equipo de colaboradores y no parece que haya un punto de entendimiento cercano entre sus amigos y compañeros de campaña y el grupo de políticos procedentes de la estructura del Partido Republicano elegidos para guiar al nuevo mandatario en las procelosas aguas de la Administración.

Stephen Bannon, el todopoderoso asesor de Trump, redactor de sus discursos e ideólogo de la línea más radical y ultraconservadora, ha ido perdiendo posiciones en los últimos días frente al sólido burócrata que es el jefe de Gabinete de la Casa Blanca, Reince Priebus. Este fue el primer nombramiento del nuevo presidente y suya es la responsabilidad de implementar las políticas de la nueva Administración. Priebus acumula una larguísima experiencia en Washington y está alineado con el grupo más liberal de la mayoría republicana. Es amigo de Paul Ryan, el líder del partido en el Congreso, y sus prioridades pasan por dinamizar la política económica y frenar algunas de las medidas más sociales de la era Obama.

Bannon, por el contrario, pretende ejecutar cuanto antes las promesas electorales de Trump. A él se le atribuye la autoría, o al menos la inspiración, de la orden ejecutiva que impedía la entrada en Estados Unidos de viajeros de siete países de mayoría musulmana. Y ese fue el punto de fricción que quebró la armonía del equipo de Trump. Priebus se opuso a ejecutar algunas de las medidas propuestas por Bannon y alertó de sus problemas de legalidad. El decreto original, según distintas fuentes, fue podado para intentar armonizar todas las posturas, pero no satisfizo a ninguna de las dos partes.

Primeras víctimas

La caída del candidato a secretario de Trabajo, Andy Puzder, otro amigo de Trump, fue considerada como una victoria de Priebus sobre Bannon. Pero el líder del sector más ultraderechista no se ha dado por rendido. Un artículo publicado en el periódico digital que fundó y desde el que se suministra munición ideológica a las redes, Breitbart, especulaba ayer con una posible salida del propio Reince Priebus por un supuesto descontento del presidente con su trabajo. Incluso daba tres nombres, los de Kellyanne Conway (la polémica asesora de prensa durante la campaña), David Urban y Rick Dearborn, como posibles alternativas.

Trump desmintió ayer cualquier problema con Priebus. «Estoy muy contento con él», dijo tras anunciar el fichaje de Alexander Acosta, el primer latino de su gabinete, para cubrir el hueco dejado por Andrew Puzder.